Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La rueda perversa

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Dicen que los peces mueren por la boca, pero, cuando se mira bien, parece que no son los únicos. En los últimos años, a las cajas de cigarros y tabacos les han grabado unos avisos con letras que crecen en tamaño y colores: «Las autoridades sanitarias advierten que fumar daña la salud», se lee en algunos casos. También se puede ver esa misma idea combinada con la mención a algunas de las enfermedades más tétricas generadas por esa adicción.

Pero, viendo como están algunas cosas, sería recomendable girar, sino los cañones, al menos cierta atención al tema de la inocuidad alimentaria, junto con la campaña contra el hábito de fumar.

Bajo el ropaje del bloqueo, la falta de recursos y las dificultades de todo tipo, los males en la calidad de los productos que se destinan a la población se han ido posicionando con más vigor que el marabú.

A la consabida leche aguada o el yogurt con aspecto de Palmacristi se añaden otros alimentos a los cuales les sobregiran o les quitan unos ingredientes por encima de otros.

El resultado no es solo un producto con un aspecto sospechoso al paladar. Es, además, un alimento que pone, lenta y silenciosamente,  la salud humana en camino a la cuerda floja de las enfermedades crónicas.

Pudiera pensarse que esto es un asunto exclusivo de la esfera estatal. Pero «a resultas que no», como dice Cantinflas; que por el baile de los privados también le entra agua al coco.

Hace poco, y en distintos lugares, varias personas referían una situación vivida tras comprar jugo de mango de una flamante minindustria privada. Después de probarlo, algunos miembros del hogar empezaron a sentir irritaciones en la garganta y la zona del cuello. Al principio pensaron en otra cosa, pero las molestias regresaron cuando volvieron a comprar ese jugo.

A ese ejemplo se pudiera añadir el efecto de condimentos, pastas alimenticias, embutidos, refrescos, siropes, empanadillas y hasta frituras supuestamente hechas de maíz.

Para seguir la rima aparece la dudosa manipulación de sus insumos (que no percibe el público) y las ventas sin, o con pocas, normas de higiene (que sí se ven y bastante horrorizan).

El asunto ha llegado a un nivel de sospecha, al punto de que muchas personas han optado por no comprar nada en la calle ante el temor de ingerir un alimento con posibilidades de convertirse en una rueda perversa contra su salud.

Si, como alertan los médicos, los hábitos alimenticios constituyen una de las zonas a tener en cuenta para cuidar la calidad de vida, entonces este aquelarre gastronómico no es un asunto pasajero y sí algo de mucho cuidado.

Las estadísticas de los últimos años arrojan, por ejemplo, que la prevalencia de diabéticos en Cuba se comporta sobre una tasa de 66,9 enfermos por cada mil habitantes, y sus complicaciones ubican  esa dolencia entre las diez primeras causas de muerte en el país.

En ese mismo tono, la tercera Encuesta Nacional de Factores de Riesgo demostró que el 30,9 por ciento de la población mayor de 15 años sufre de hipertensión arterial, lo cual significa que, a la altura de 2021, 2,6 millones de personas en la Isla son hipertensas crónicas, y esa cifra, como advertía el estudio, podría ser superior.

Cualquier especialista en la materia, o cualquier ciudadano con un nivel de información básico, pudiera asegurar que en esos datos deben estar pesando los sobregiros en harina, azúcar y otros compuestos menos visibles pero decisivos en el comportamiento de nuestro metabolismo.

Por eso, sí hay que controlar precios, fraudes y maltratos hasta la saciedad, y se debe exigir hasta el cansancio por la innovación y la mejora constante de los servicios directos a la población. Pero también se tiene que velar por el rigor técnico en la fabricación de alimentos, y en el uso de guantes, pinzas, mascarillas y recipientes adecuados a la hora de ofertarlos. No vaya a ser que un día, sin que nos demos cuenta, empecemos a morir como los peces.

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