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El «romance» tedioso de los burócratas

Autor:

Raciel Guanche Ledesma

Cuántas veces hemos escuchado decir en los últimos tiempos esa sentencia que llama en principio a quitarnos de encima todo lo burocrático, o a destrabar, como se ha enraizado de manera afanosa en nuestro argot, los obstáculos injustificados que mellan hasta el cansancio cualquier ley sensata de comprensión.

Es cierto que vivimos momentos complejos, de crisis, pero también de batallas por reinventarnos y salir adelante. Si ello poco bastara, hay quienes en este contexto y en su ejercicio de servicio público siguen vistiéndose moralmente, inconscientes o no, con trajes tejidos de nudos por acciones lejanas a un principio esencial y fundamental: el deber ser.

Desde hechos cotidianos en una oficina de trámites, en la recepción de un establecimiento o a la sombra de algún «jefe» inoperante, el burocratismo asoma sin más justificación que el falso derecho a causarles molestias y disgustos a los demás. Incluso, buscar alternativas reales a la población suele estar mediado, para este tipo de personas, por serios trastornos esquemáticos e inflexibles, como si la vida fuera tan poco dinámica para apenas cumplir lo que está «establecido».

En un país bloqueado económica, comercial y financieramente y que, además, lucha contra la crisis galopante actual, el lujo que menos deberíamos darnos es precisamente el de la rigidez e incompetencia de aquellos que irrespetan el tiempo y sentido común de nuestra gente. El tema en cuestión preocupa no solo ya por ser un fenómeno con metástasis en el sector estatal, sino porque ha ido mutando de forma hereditaria a los actores privados y a las pequeñas y medianas empresas.

Cómo es posible, por ejemplo, que desde los municipios se violen en muchas ocasiones pasos, que se contradiga cualquier principio de alivio o simplemente, se «malinterprete» lo establecido. Que se incumplan horarios de trabajo y, de manera pasmosa frente a las carencias, existan errores que profundicen la maltrecha vía del papeleo, demoras y maltratos.

El burócrata tampoco es un sujeto de «nuevo tipo» ni mucho menos en Cuba. Cual muralla de piedra en épocas del coloniaje, el acostumbrado método deja espacios al amiguismo y al sálvese quien pueda mientras ante las miradas contrariadas de todos, vemos como algunos en las puertas de una oficina resuelven sus problemas y otros terminan frustrándose apenas llegar. Se convierte entonces el oportunista de escritorio en un perverso puñal destinado de manera irremediable al autodaño.

Detrás de estos, siempre lo he pensado, se encuentra el mejor refugio, aunque muy frío y austero, supongo, de quienes dañan desde dentro nuestro socialismo. El llamado a combatirlos no será suficiente. Requiere fiscalización en todos los ámbitos, pero, sobre todo, a nivel moral. A veces los papeles en una oficina se encuentran bien, impecables. Sin embargo, nada garantiza que desde esos mismos burós no se le falte el respeto a la población ni se violen principios éticos fundamentales.

Las crisis nunca podrán ser justificación para quedar flotando en medio de ese mar que arrecia de limitaciones. Poco de revolucionario tiene quien se escude en las dificultades para disponer en su beneficio y a costa de los demás de trabas injustificadas. Necesitamos resemantizar el significado del ahora y la urgencia del momento, para despertar así esas conciencias dormidas bajo el «romance» tedioso de los burócratas.

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