Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Personajes de una ciudad

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

Demasiadas historias se tejen en una vida de 509 años. Algunos trazos tiran de los hilos de la ficción, otros son más reales. Si llegan hasta la actualidad es porque se han logrado fijar en la memoria colectiva, incapaz de darle la espalda a su pasado porque conoce que solo así sobreviven en el presente y futuro.

En la ciudad de Sancti Spíritus, la cuarta villa de Cuba, conviven demasiadas anécdotas protagonizadas por hombres y mujeres sobresalientes por distintas razones. Verdaderos personajes esculpidos por las huellas de varias generaciones que de forma espontánea los han convertido en populares.

Por esa razón ha llegado hasta la actualidad la historia de Bulla Bulla (Joseíto, según su fe de bautismo). De cuerpo encorvado y con evidentes surcos de una vida de estrecheces, se le veía de un lado a otro de la ciudad con sus tres mulas cargadas de arena.

Bien temprano la extraía de una de las riberas del río Yayabo y la ponía a secar. Luego llegaba a cualquier punto donde, a fuerza de pico y pala, se levantaba una edificación. Muchas de las construcciones de hoy, aseguran, brotaron gracias a su servicio.

Con otro legado que aún se tropieza de frente en cualquier recodo de la añeja villa es el de Primitivo Ortega. Sobre el Primo, como se le conocía, parecía que el descanso no estaba entre sus rutinas.

Sabía de memoria cada centímetro, sobre todo de la zona norte de la ciudad de Sancti Spíritus. Escoba y saco en manos, despojaba las calles de todo tipo de residuo. Una acción constante por la que jamás recibió remuneración, salvo alguna que otra moneda que, a fuerza de mucha insistencia, guardaba en una bolsita de tela fijada con recelo en su cintura.

Mientras caminaba con pasos lentos, como si cargara demasiado peso, se le escuchaba hablar bajito. A veces mencionaba a una mujer o, sencillamente, algún político de turno. Ninguna burla le hizo callar.

Tampoco se inmutó jamás por la mofa la Franciscona. Andaba siempre esa espirituana de enorme cuerpo y pies descalzos con un pesado jolongo. Los portales del Convenio, frente a la Parroquial Mayor, fueron su refugio. Allí acomodaba como podía los huesos y dejaba a la vista de la ciudad los pies curtidos de tanto andar en constante esquiva de las miradas y frases negativas.

Quizá el más conocido por haber sido inmortalizado en pentagrama y bronce  es Francisquito. De piel oscura, pelo ensortijado y saco sucio sobre el hombro, jamás erró en decir la hora con exactitud, aunque nunca tuvo un reloj. Ese don resultaba un verdadero misterio, imposible de descubrir aún en tiempos actuales.

También cargaba sobre su cabeza enormes bultos de basura, traídos desde puntos distantes, que llevaba al río, donde los depositaba con la misma parsimonia con que recorría la ciudad.

Su historia ha marcado tanto a esta tierra que espabiló las musas de Alfredo Varona, compositor del tema Francisquito. Esa canción forma parte del repertorio de muchas de nuestras agrupaciones.

Luego el reconocido artista visual Félix Madrigal creó una estatua como homenaje a ese célebre personaje. Desde el bulevar de la urbe saluda a quienes recorren una de las arterias más concurridas de este territorio.

Como estas historias, otras varias coexisten en una época en que la virtualidad cree tener la palabra. Unos más carismáticos que otros, algunos con acciones que convidan a la reflexión, otros pocos enigmáticos… todos viven, a pesar de los años, en el alma de las calles que fueron testigo de sus singulares vidas. Precisamente, en esos espacios públicos se les extraña y reverencia.

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