EL verano es, para los cubanos, mucho más que regalo estacional del calendario. Es tiempo de sol, playa, rencuentros familiares y actividades sociales. Ni las dificultades económicas les impiden a amplios segmentos de nuestro pueblo, sobre todo, a los más jóvenes, disfrutar a plenitud de sus «vacaciones de julio y agosto».
Pero, no pocas veces, la desidia trueca en martirio el deseo natural —y merecido—, de recrearse. Así, duele ver cómo espacios destinados al esparcimiento, en particular de niños y adolescentes, perdieron sus encantos y se convirtieron en reflejo de un deterioro que va más allá de lo material.
Eso viví en estos días cuando volví al Parque Forestal, conocido como el de los dinosaurios y al Zoológico de 26, en la capital. Quería regalarles —y regalarme—, un día bonito y diferente a mis pequeños, a quienes tenía en «casa», con otros vecinitos llegados desde Artemisa. Sin embargo, esos centros de recreación, aprendizaje y entretenimiento, perdieron mucho de su atractivo y belleza, y se convirtieron en espacios no aptos para compartir, más cuando tantas familias apuestan por ellos, como también pude comprobar.
Allí están inservibles los aparatos de diversión de propiedad pública; y por estos se establecieron otros de las nuevas formas de gestión que, incluso, tampoco mostraban la mejor apariencia, como el «salta, salta». Los afamados dinosaurios parecen haber sufrido algún cataclismo, no precisamente natural, y los árboles emblemáticos no gesticulan ni emiten sonidos como antes, a no ser aquellos de desgano y frustración a quien los vio actuar en sus mejores días. Tampoco las jaulas abrigan a los animales, como pudimos apreciar el año pasado.
La falta de mantenimiento, la hierba crecida «hasta el pecho», como diría cualquier cubano, y las estructuras despintadas contrastan con el bullicio de los pequeños que, aun así, buscan divertirse. Hay negligencia, falta de cuidado. Pero lo más preocupante es la ausencia de opciones de consumo medianamente asequibles, que tal vez podría gestionarse con una adecuada articulación entre los sectores público y privado. Es lamentable que estos sitios se colmaron de ofertas privadas que, aunque resuelven en parte la distracción, no garantizan ni la calidad ni el cuidado que merecen.
Es cierto: el contexto económico es extremadamente difícil. La asfixia financiera de un país bloqueado limita las inversiones en recreación, pero eso no justifica el abandono. La pregunta es inevitable: ¿no puede exigirse un mínimo de orden, higiene y preservación en estos lugares? ¿No debería existir un mecanismo para quienes, además de comercializar sus productos y servicios, contribuyan con su mantenimiento?
Como comentaba una amiga: «A quienes venden allí, ¿quién les demanda mejor atención al cliente, ¿quién les pone un mínimo de cordura a sus descomunales precios?» La respuesta pudiera estar en la falta de gestión, y hasta de concertación entre actores públicos y privados, con los responsables estatales poniendo orden y control. Lo más triste sería la resignación. Y es que, en medio de tantas carencias, muchos asumen que «algo es mejor que nada», incluso si ese «algo» significa parques sucios y servicios deficientes.
En un escenario de convivencia entre los sectores público y privado que no es solo el resultado de la crisis, sino de las concepciones del nuevo modelo socialista a impulsar, no puede permitirse que los responsables estatales cedan no solo los espacios, sino además sus atribuciones, a favor de la indolencia, el desinterés y el abandono.
No dejamos de reconocer que, más de una vez, sitios como estos fueron objeto de inversión a través del presupuesto del Estado y que al menos no está en ruinas como otros, aunque tampoco llegan a cumplir expectativas. ¿Hacen falta muchos recursos? Seguramente, y no están al alcance de la mano. Pero ya muchas veces se demostró que estos aparecen si hay suficiente pasión y voluntad y estos se ponen al servicio de resolver los problemas, o al menos de no dejarlos acrecentar.
La comunidad, los trabajadores de estos centros, los responsables públicos y actores privados junto a los propios usuarios deben unirse para exigir y actuar, para cambiar ese estado lamentable. Si nos resignamos, como en otros espacios preciosos, deteriorados o perdidos, el destrozo y el abandono harán su verano…