Seis meses han bastado para que la gestión de Daniel Noboa, luego de su ratificación en la presidencia, fuera cuestionada por la ciudadanía que lo eligió.
Si el referendo y la consulta popular convocados por él este domingo podían considerarse un plebiscito de su modelo, puede entenderse que ese modelo ha sido desaprobado por las mayorías, sobre todo, en el aspecto político.
No obtuvieron visto bueno ninguno de los cuatro propósitos principales en esa esfera sometidos a la opinión del electorado, lo que debe leerse como un Pare a su mimetización de la estrategia de Washington en su alegada lucha contra el narco y la violencia, para lo que el ejecutivo ecuatoriano habría cedido a Washington parte de la soberanía territorial de su país… además de actuar apegado a la conducta de la Casa Blanca en otros aspectos de su proyección internacional.
Ni bases militares extranjeras —léase de EE. UU.—, ni nueva Constitución que eliminase los derechos y garantías ganados por los ecuatorianos con la Carta Magna de 2008, durante el primer mandato de Rafael Correa.
Con menos peso, pero también importantes, fueron la negativa a sus propuestas de reducir los miembros de la Asamblea Nacional y de eliminar el financiamiento a los partidos, lo que seguramente habría reducido el espectro político nacional.
Ello significa un importante revés para un ejecutivo que ya ha establecido sólidos compromisos con la Casa Blanca en materia militar, como lo demuestra la presencia de asesores del Pentágono que ya estaban en el país cuando el reciente paro nacional decretado por la Confederación de Nacionalidades Indígenas fue fuertemente reprimido, y que ya había decidido la reapertura de una base para los marines en el puerto de Manta y el estreno de otra en la localidad de Salinas, espacios visitados recientemente y con aires de triunfo por la jefa de Seguridad Nacional de EE. UU., Kristi Noem, como si el asunto ya fuera «pan comido».
Tales reveses no solo ratifican que las mayorías ecuatorianas llevan bien aprehendidas las lecciones de los gobiernos neoliberales recientes que han depredado al país, y los sinsabores que ya dejó la presencia militar estadounidense por diez años en Manta, hasta 2009. No, la reelección de Noboa no significa que el país «se derechizó».
Además de tales lecturas, la decisión del mandatario de abrir las puertas a los marines, erigida tras el supuesto de que la asesoría militar estadounidense lo respaldaría en su frustrado enfrentamiento a la delincuencia y el narcotráfico, salva a la región de otro enclave de vigilancia yanqui sobre ella que le serviría para saltar sobre cualquier nación, cuando la administración de Donald Trump implementa lo que analistas estadounidenses han considerado una Doctrina Monroe «actualizada» que tiene a un bien equipado ejército naval bombardeando a mansalva en las aguas caribeñas, y también del Pacífico.
No puede imaginarse qué dirá ahora el Presidente ecuatoriano a su dilecto Donald Trump, de quien ha imitado su ilegal e inefectiva lucha contra el narcotráfico, mal que Noboa ha calificado de terrorismo como el Presidente de EE. UU. para tener más espacio a la misma violencia que dice combatir, cuando esos flagelos solo tienen solución yendo a la base, y proveyendo a las gentes de una vida más digna en lo económico y lo social.
Está alertado el Gobierno de Ecuador: en lo adelante tendrá que elaborar sus propias estrategias.