Eran 30 niños en el cumpleaños de su amiga. Alumnos de sexto grado, tendrían entre 11 y 12 años de edad. Fascinaba la alegría desbordante del grupo, el candor, la espontaneidad y una estampa frágil que podría enternecer al adulto más endurecido.
Una fábula célebre cuenta cómo un día un becerro tuvo que atravesar un bosque virgen para volver a su pastura. Animal irracional al fin, abrió un sendero tortuoso, lleno de curvas, subiendo y bajando colinas.
Uno no valora el tiempo hasta darse cuenta que no queda mucho, pensé al ver el acelerado ritmo que imponen equipos participantes en la Copa Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010, especialmente cuando falta muy poco para el pitazo final y están a punto de perder el partido.
Hablábamos el viernes pasado de las apariencias, pero nuestra conversación dejó atrás el tema en la primera curva, como urgida por una emergencia. Ahora podemos retomarlo. Y decir que quien guarda las apariencias sin que procedan de las esencias, obra de modo que si es desleal, jura morir antes de traicionar; si roba, condena repetida y encarecidamente a cualquier ladrón, y si haragán, aparenta que trabaja… ¿Exagero? Las analogías pueden potenciarse hasta el infinito, y todas o casi todas, al menos, enrarecen el clima social.
Los esfuerzos del gobierno de Estados Unidos por derrocar al gobierno cubano parecen ser interminables, casi eternos. Desde el mismo 1ro. de enero de 1959 hasta la fecha, los distintos gobiernos de este país se han empeñado infatigablemente por cambiar el rumbo que Cuba tomó en aquella fecha. No quieren ni han querido aceptar el hecho de que la isla se les fue de las manos y emprendió un camino propio.
Tal como ha sido presentado el hallazgo, pareciera que en el convulso Afganistán fue encontrada —¡por fin!— la gallina de los huevos de oro. Claro, los descubridores no fueron los afganos, sino geólogos estadounidenses y oficiales del Pentágono, quienes ya anunciaron su existencia e importancia.
«No te dejes mangonear; si te pegan coge un palo y le rompes la cabeza», era el consejo que «afectuosamente» le daba un padre a su hijo de ocho años, por cuyas mejillas todavía corrían lágrimas.
Un submarino patrulla las profundidades del Atlántico. Otea acá y acullá, mientras algún que otro tiburón prefiere apartarse de la ruta de la mole metálica, que carga hasta 16 misiles intercontinentales Trident, portadores, en total, de 48 ojivas nucleares.
A lo mejor en la casa había un foco de vectores, pero aquel verificador de la campaña contra el Aedes aegypti, sudoroso y cansado, prefirió hacer su tarea «al flojo y con tregua», aunque el dueño de la vivienda le ofrecía la posibilidad de comprobar por sí mismo. Ahora, en alguna gaveta, la planilla colmada de mentiras en el umbral de la puerta, proclama a los cuatro vientos que se cumplió el objetivo; mientras algún niño del barrio desespera de fiebres.
El incorrecto empleo de la guía metodológica para la Comprobación Nacional al Control Interno reveló nítidamente la levedad con que todavía se asume el cuidado de los recursos estatales en muchos lugares.