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Exitos, desafíos, resistencias...

El joven escritor, poeta y crítico cubano,Jesús David Curbelo, diáloga con Juventud Rebelde acerca del estado de la poesía y las tendencias actuales de este género en la región

Autor:

Oneidys Torres

Jesús David Curbelo (Camagüey, 1965) es, sin duda, uno de los principales autores en el escenario de la literatura cubana contemporánea, desde finales de los años 80 hasta la actualidad. Su trayectoria docente y literaria ha sido reconocida con diversos premios y numerosas publicaciones. En especial, destacan su obra poética, sus traducciones, sus trabajos críticos, y su actual desempeño como director del Centro Cultural Dulce María Loynaz, todo lo cual se basa en su erudición apasionada, el sustento de una profunda vocación por la poesía.

—Sobre esa tendencia a nombrar tus obras de manera semejante a otros grandes autores, ¿se trata de un homenaje a tus ídolos? ¿Identificación, pero con tu manera personal de ver el mundo?

—Se trata, creo, de todo eso a la vez. La intertextualidad per se ha sido un comodín en la época actual; muchos citan por citar, por demostrar una a veces dudosa erudición. Yo cito para subvertir, para parodiar, para releer; acciones en las que encuentro la auténtica utilidad de las referencias, de las reescrituras. En cuanto a homenaje, bueno, no siempre: Dante me apasiona, pero no me gusta demasiado Juan Ramón Jiménez, por ejemplo; usé una versión juguetona del título de un libro suyo porque era el más conveniente para expresar lo que mi «cuenti-novela» proponía. Nunca he tenido prejuicios con merodear en los textos ajenos hasta convertirlos en propios, es casi una manera que tengo de entender la literatura; de ahí mi constante preocupación por la traducción de poesía. También el empleo de la interculturalidad sirve para recordar y recordarme que la literatura es una gran carrera de relevos, que cualquier escritor forma parte de ese inmenso tejido que es la literatura como un todo y que, si bien tiene el derecho de usar los bienes de esa herencia, igual debe tener el deber de defenderlos y de hacerlos crecer si fuera posible.

—¿Consideras que toda obra, además de ficcional, es también inevitablemente autobiográfica en alguna medida?

—Esa materia que llamas mi obra es absolutamente ficcional y, a la vez, absolutamente autobiográfica. No hay verdad de la llamada vida real (si es que ese concepto existe) que, al convertirla (o intentar convertirla) en literatura, supere la prueba de la ficción. Inevitablemente, termina por convertirse en ficción. Hasta la Historia, que aparenta ser una ciencia, posee un componente ficcional extraordinario, según quien te la cuente, el vencedor o el vencido, el que está en el poder o el que está en la oposición.

«De ese modo, mi vida privada ha dejado de serlo (por suerte) para trastocarse en la vida de mis personajes, que es lo importante, al menos para mí. Siempre me ha llamado la atención, cómo la crítica (es decir, la escasa crítica que se ha ocupado de mis textos literarios) insiste en lo autobiográfico y en lo “realista” de algunas zonas de mi producción narrativa sobre todo, y deja de lado el fortísimo componente fantástico que hay en muchos de mis relatos (los libros Cuentos para adúlteros y Las (di)versiones de Eva están llenos de esas historias). En cuanto a la poesía, la trampa de la presunta confesionalidad lírica resulta, sin falta, engañosa.

«Por otra parte, nunca me siento satisfecho con un texto. Cada uno es lo mejor que pudo ser, una vez que me rendí a la evidencia de que ya no conseguiría intervenir en él sin afectarlo. No obstante, si volviera a escribirlos ahora, lo haría de manera diferente, solo que no tengo el ánimo para comenzar de cero en una y otra oportunidad, y casi por comodidad prefiero dejarlos como están».

—¿Cómo valoras el estado de salud o la calidad de nuestra poesía, y las tendencias actuales de la región? ¿Existe un boom en la literatura cubana?

—En primer término, discrepo de la opinión de que sea una autoridad como crítico. De hecho, me sentiría pésimo el día que me crea una autoridad en algo. Desconfío de las autoridades. Soy, por naturaleza, un disidente, un subversivo, alguien que siente alergia al adocenamiento, y que está seguro de que la investidura del liderazgo termina por enceguecer.

«Mi actividad como crítico y ensayista, si algún mérito tuviere, sería el de pretender hurgar en las fisuras de nuestra historia literaria, el de intentar mover un poco las ideas para aspirar a salir de los ya trillados acercamientos sistémico-estructurales a la poesía, o de los igualmente un poco inoperantes modelos posestructuralistas y decontructivistas. Trato de proponer el uso de instrumentos personales que, aunque no ignoren ni subvaloren ninguno de los procedimientos antedichos, tampoco los sigan como coyundas.

«Con respecto a la segunda parte de tu pregunta, voy a ser muy escueto. En Cuba hay un notable movimiento poético, pero, a mi juicio, no quedan muchos poetas mayores, de esos que piensan en grande su relación con la poesía como un todo desde sus orígenes hasta hoy. Tengo la certeza de que hay demasiada gente preocupada por “epatar”, por hacerse de una parcela en esa tierrita de Dios que es la historia de nuestra lírica, por agenciarse premios, viajes y otras zarandajas de la vanidad. Tampoco ha habido rigor en las casas editoriales cubanas; se ha perdido el respeto por la publicación de libros de poemas; casi podría decirse que cualquiera con un puñado de versos decentes (e incluso no tan decentes) puede hacerse de un librito con su nombre en la cubierta y reclamar los mismos merecimientos que el Dante en persona. En fin, que no soy tan optimista como otros críticos acerca de eso que llamas el estado de salud de nuestra poesía.

«Creo que el principal problema de nuestros poetas es su limitación intelectual, que los conduce al sectarismo, a la negación a priori de las tendencias que no se avengan con sus maneras de entender la literatura; aunque también, paradójicamente, nos ha golpeado en demasía el complejo de querer ser más papistas que el Papa, que ha metido a muchos en aventuras calcadas de Estados Unidos y Europa que ni siquiera aparentan entender muy bien.

«Desde luego, debe ser así en el resto del mundo. Los grandes poetas, por desgracia (o quien sabe si por fortuna), no se dan en los árboles, y es preciso que haya mucho caldo de cultivo para que nazcan, crezcan y se desarrollen. Tal vez, esta primera mitad del siglo XXI supere la fatiga de la segunda del XX y vuelvan a florecer nuestros lezamas, guillenes y piñeras, para bien de las letras hispanoamericanas».

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