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Pasión por la ciencia de las orquídeas

Juventud Rebelde conversó con Maydelín Torres Barrios, una estudiosa de esas plantas

Autor:

Adianez Fernández Izquierdo

Cuando en 2018 a Maydelín Torres Barrios le fueron a entregar el título de graduada en Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de La Habana, su decana dudó entre entregárselo a ella o a la pequeña de dos años que la acompañaba.

Es que la pequeñita había acompañado a la joven profesional durante las clases en la última etapa de la carrera. «Cuando supe del embarazo decidí continuar a la par con los estudios, por eso cuando no había posibilidad de que mi mamá la cuidara me la llevaba conmigo a la facultad. Fue difícil, pero las dos lo logramos», asegura con el orgullo de quien ha sabido sortear dos tareas complejas: terminar una carrera universitaria de rigor y enfrentar la maternidad.

Durante sus años de estudio se vinculó primero al Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología y al Centro de Inmunología Molecular (CIM), específicamente en el laboratorio donde se experimentaba para obtener las vacunas para cáncer de pulmón y para el de cuello de útero.

«Fueron experiencias maravillosas, de mucho aprendizaje. Trabajé con científicas excepcionales, mujeres que fueron y son ejemplo de sacrificio, de entrega. Aquello me apasionaba, y no importaban las horas de estudio, porque al final eso tendría impacto en la salud de las personas.

Pero con el diploma de graduación también llegaría otro cambio radical en su vida. El «fatalismo geográfico» de residir en Candelaria no le permitió seguir trabajando en el CIM y debió buscar algún lugar donde desarrollarse como profesional y aportar a la sociedad.

Así llegó al Jardín Botánico Orquideario de Soroa, un espacio en el que ha encontrado otras pasiones. «Yo venía de trabajar con tumores, con enfermedades que afectan a los seres humanos, y aquí el trabajo es con plantas.

«Tuve que volver a estudiar, centrarme en los temas de botánica, de fisiología vegetal. Fueron muchas horas de estudio desde que comencé mi servicio social aquí, pero a medida que me adentraba en ese mundo me fui enamorando de las orquídeas.

Esta joven también se vincula de forma apasionada con la investigación para conservar las especies de orquídeas nativas y otras exóticas. Foto: Adianez Fernández Izquierdo

«En el laboratorio, otras dos investigadoras y yo trabajamos para conservar las especies de orquídeas nativas y otras exóticas. Las cultivamos in vitro; luego una parte de estas se devuelve a su ambiente natural para tratar de reponer aquellas que el hombre depreda indiscriminadamente, mientras que las otras se comercializan y ayudan a que el jardín genere ingresos para sostener la propia investigación.

«Se trata de un aporte económico pero también ambiental muy importante, pues cuando las personas pueden comprar las plantas ya no las depredan; en el caso de las que devolvemos a su ambiente natural contribuyen a que se preserven nuestras especies nativas».

Pone como ejemplo la gustada orquídea con olor a chocolate. «Es nativa de Cuba y de las Islas Caimán. En su época de florecimiento las personas la buscan mucho y no siempre la adquieren legalmente, entonces nosotros tenemos la responsabilidad de devolverlas al medio».

De sus manos y empeño también salen las gustadas especies exóticas phalaenopsis y cattleyas que destacan entre las preferidas de quienes llegan hasta este espacio de la geografía artemiseña para deleitarse con el paisaje y también llevar a casa una bella planta.

Más allá del laboratorio, Maydelín, con 29 años, ya acumula experiencias en la docencia pues impartió Biología en la Universidad de Artemisa, un reto también que llevó muchas horas de estudio y planeación de clases. Además, el pasado año realizó una pasantía en una universidad de Argentina, trabajando en el mejoramiento genético de plantas.

Actualmente laboran de conjunto con la universidad estadounidense de Illinois, con la cual el Orquideario firmó un memorando de entendimiento. «La pandemia atrasó mucho nuestro trabajo. Tuvimos incluso que parar las investigaciones por falta de reactivos y equipamiento, pero esta colaboración nos ha aportado lo necesario para seguir haciendo ciencia y beneficiarnos ambas partes.

«Poco a poco hemos ido retomando el trabajo con los cultivos in vitro, y queremos recomenzar con los híbridos. Las plantas de la galería del Orquideario salieron casi todas de aquí y ver la belleza que tienen hoy nos reconforta. A las personas les encantan las orquídeas y para nosotros es un reto lograr plantas hermosas y saludables».

Un día normal en la vida de esta joven comienza a las cinco de la mañana, cuando despierta para alistar a su pequeña Anyelina María, ya con ocho años, para dejarla en la escuela antes de salir para el trabajo.

Luego de un día completo dedicado a la investigación en el laboratorio, entre microscopios, muestras y reactivos, regresa por su niña y se ocupa de las labores propias de un hogar, más la tarea y alistarlo todo para el día siguiente. Cualquiera pensaría que entre tanto no queda tiempo para más, pero esta joven asegura dejar siempre un espacio, aunque sea a altas horas de la noche, para la lectura y la ciencia.

Una que otra vez la niña también llega hasta el laboratorio y se convierte en ayudante, con bata blanca incluida, aunque por ahora lo que más parece interesarle son las burbujas que se crean cuando Maydelín prepara el medio de cultivo.

Su reto inmediato es culminar la maestría en Agroecología y a ese empeño se dedica por estos días, sin abandonar su trabajo con las orquídeas, esas a las que llegó por «fatalismo geográfico» y se han convertido también en su pasión.

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