Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Felices ¿para siempre?

Hablemos sobre los matrimonios por conveniencia y las parejas en la que el afecto y la alegría de seguir juntos se hacen patentes cada día

Autor:

Mileyda Menéndez

La paradoja del amor es ser uno mismo, sin dejar de ser dos.

Erich Fromm

¿Cuántas canciones, poemas y leyendas hablan del amor eterno, la pareja perfecta, la pasión que solo acaba con la muerte? ¿Y cuántas relaciones conoces que, pasada la primera década, realmente permanecen unidas por algo más que la costumbre o la falta de alternativas para un techo?

Hay una gran diferencia entre un matrimonio o unión consensuada que no se disuelve por conveniencia de al menos una de las partes o convicción moral de ambas (aunque apenas se toleren) y una pareja en la que el afecto, la complicidad y la alegría de seguir juntos se hacen patentes en cada jornada.

¿Puedes pronosticar de qué tipo será la tuya a partir de lo que ocurra en los primeros meses del noviazgo? ¿Se pueden incrementar las posibilidades de cultivar una relación felizmente larga con acciones concretas en el presente?

Según un artículo publicado en la revista digital Journal of Personality and Social Psychology, sí es posible. El modelo de pronóstico del profesor Edward Lemay, de la Universidad de Maryland, permite estimar la durabilidad de las relaciones en función de los momentos agradables que se prodigan cada día los amantes, más allá del desahogo íntimo sexual.

Antes de entrar en su teoría, revisemos cifras del anuario estadístico de Cuba: de los divorcios celebrados en el quinquenio 2016-2021 (138 378), casi el 30 por ciento de esas parejas llevaban juntas más de 15 años. ¿Qué pudo abortar esos compromisos? ¿Cómo será en parejas que no se formalizan?

Los datos aportados por las terapias de pareja a nivel mundial demuestran que casi nunca esas rupturas son sorpresivas: sus causales se acumulan de forma más o menos evidente hasta que alguien (o ambos) no da más, y aún sintiendo amor decide acabar con el vacío de su relación.

En el modelo tradicional de pareja hay señales de quiebre que es preciso vigilar para salvar el vínculo sin perder el respeto mutuo, en especial cuando hay hijos, espacios laborales u otros proyectos comunes que se pueden dañar.

Si puedes identificar esas señales a tiempo y trabajar en su ajuste mediante un diálogo maduro, el pronóstico mejora. A veces se conserva el modelo idealizado de fusión romántica, en otras se impone el replanteo honesto de las expectativas en cuanto a lo que cada quien puede cumplir sin sacrificar su propia felicidad ni imponer sacrificios a su contraparte.

Por ahí va la teoría del profesor Lemay: para que una relación sea sostenible es fundamental que ambos honren el compromiso con acciones concretas y compartan un buen número de momentos felices, ya sea en la cotidianidad o sucesos extraordinarios (paseos, renovación de votos, sorpresas agradables...), para lo cual, por supuesto, hace falta que ambos se interesen en un proyecto equitativo de felicidad a largo plazo y se esmeren en crear las condiciones que satisfagan esas necesidades.

Parece una verdad de Perogrullo, pero no lo es. En este siglo se pondera mucho el disfrute hedonista del aquí y ahora, pero no se insiste lo suficiente en el presente como base para el goce futuro, o en la necesidad de cultivar una comunicación asertiva y paciente; un balance entre sueños y expectativas inmediatas; unas rutinas saludablemente agradables que validen el deseo de estar juntos, la voluntad para potenciarse y no competir ni jerarquizar el placer o el prestigio en los ámbitos social y familiar.

Buen predictor de durabilidad es la constancia en involucrarse en la vida del otro y compartir lo que haga falta en esa búsqueda de una felicidad recursiva y equilibrada: tiempo, alegría, recursos materiales, ideas, voluntad... No puede esperarse que una relación construida de una sola parte sea duradera y feliz, porque la efervescencia erótica se asienta y tarde o temprano esa persona enfrentará el hecho de coexistir con alguien que no le tiene ni pizca de consideración, y a veces, ni de gratitud.

 

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