¿Vives el amor como adicción o superaste esa etapa? ¿Cómo influye el desamor en tu cuerpo y tu mente? ¿Qué sostiene el deseo en una relación larga, a tu entender?
Cultiva el hábito de ser feliz: nadie más puede hacerlo por ti.
Sri Ravi Shankar
El libro El amor y el desamor en el cerebro, del Doctor en Neurociencias Eduardo Calixto, ofrece una mirada fascinante sobre cómo el cerebro vive ambas facetas de este fenómeno y el proceso neuroquímico que se desata en cada una de ellas.
Según confirma el experto mexicano, estudioso de la conducta asociada al amor y las adicciones, el enamoramiento activa una cascada de neurotransmisores como la dopamina (placer), la oxitocina (vínculo afectivo) y la serotonina (bienestar), que generan una sensación de euforia y apego intenso a lo largo del sistema nervioso, pero el cerebro lo controla todo.
Desde la sicología biológica, esto se interpreta como una adicción natural: el cerebro busca repetir esa experiencia placentera e impulsa a la persona a estar cerca del sujeto que la estimula, lo cual explica sus conductas obsesivas, la idealización del ser amado y la posesividad no reflexiva.
Esa tormenta química nos hace sentir euforia, deseo, apego, dependencia… pero no puede sostenerse por mucho tiempo porque el exceso de dopamina mata neuronas y el cerebro elige protegerse, detalla en su libro y conferencias en internet.
Cuando se elige mantener la relación, el enamoramiento debe ceder paso al amor maduro, con contratos viables para ambas partes que necesitan refuerzo y actualización, en tanto la ciencia no ha encontrado ningún espacio en nuestro
sistema nervioso donde sustentar la monogamia como estrategia vital.
Todo lo contrario: el Doctor Calixto explica que el cerebro puede tender a la infidelidad en su búsqueda de novedad y recompensa, porque la dopamina se vuelve escasa en relaciones largas, y otras sustancias como la benevolente serotonina se imponen en el panorama neuroquímico de la relación.
Bien lo detalla la teoría del refuerzo intermitente: cuando el estímulo placentero no es constante, el cerebro lo valora más, sobre todo en personas abiertas e impulsivas.
También el deseo (y su ausencia) es cerebral, apunta el autor de El amor y el desamor… La atracción sexual activa zonas relacionadas con la recompensa, pero solo cuando hay novedad o estímulo constante para mantenerse viva.
Por tanto, el amor funciona como una adicción: idealizamos a la persona que nos gusta, pensamos todo el día en lo que nos aporta y sentimos que nos falta el aire sin ella… Suena sufrido, pero ese proceso se acompaña de tanta oxitocina que es placentero, y el cerebro busca repetir tal sensación, como si fuera una droga más, no asociada a sustancias, sino a conductas e idealizaciones.
La paradoja del amor bioquímico es que necesita insumos constantes para no perderse: novedad, sorpresa, anticipación, enfoque… y ninguna relación sana perdura de ese modo.
Entonces, para volver a vivir en ese grado de amor que raya con la enajenación mental se necesita del desamor, visto, según
el experto, como un proceso de abstinencia que active regiones cerebrales vinculadas con el dolor físico y emocional.
Por mucho que respetes y aprecies a tu pareja, que la elijas a conciencia para pasar el resto de tu vida, sin estímulos nuevos (como el miedo o los celos, poco aconsejables) terminas extrañando ese turbión de neurotransmisores de los primeros meses, que te impulsaban a tomar riesgos, cambiar rutinas, mejorar el cuerpo con el ejercicio o el propio sexo y desarrollar la capacidad de expresión oral y física para mantener cerca la fuente de tu bienestar.
Aquí entra en juego el modelo de duelo, explica el autor. El desamor implica atravesar etapas como negación, ira, tristeza y aceptación. Según la evidencia aportada por la sicología cognitiva, los pensamientos rumiativos (aferrarse a una idea y volver a ella en automático) prolongan el sufrimiento y atrasan el verdadero anhelo: volverse a enamorar
para caer en esa borrachera neuroquímica que aumenta las palpitaciones y pone mariposas en el estómago, porque en ambos órganos hay suficientes neuronas para replicar el caos cerebral.
La buena noticia es que, gracias a su plasticidad, el cerebro se adapta, sana, restructura sus mecanismos y se prepara para volver a amar. El tiempo, el apoyo emocional y nuevas experiencias ayudan a reconstruirnos, afirma Calixto.
A veces basta dejarlo al tiempo, con su valiosa capacidad de autorreflexión y su habilidad de crear a diario nuevas conexiones emocionales. Si no funciona, acude a un servicio de sicoterapia para encontrar tus creencias disfuncionales sobre el amor y dar espacio a la resiliencia emocional, que te ayude a apreciar el amor desde un espacio más maduro.
El enamoramiento es intenso y fugaz. El amor real implica empatía, compromiso y regulación emocional. No solo química, también de conciencia, a partir de esa matriz de intereses y principios éticos que enmarcan tu proyecto de vida.
Cuando logras pasar del enamoramiento intenso y fugaz al querer estable, racional, basado en compromisos, tu visión cambia y tu fuente de dopamina es más variada y constante. Sin los picos iniciales, se nutre de empatía, comunicación y regulación emocional.
Entonces, valora: ¿Vives el amor como adicción o superaste esa etapa? ¿Cómo influye el desamor en tu cuerpo y tu mente? ¿Qué sostiene el deseo en una relación larga, a tu entender?
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Durante el encuentro anual de la red Berta Cáceres, reseñado por el servicio informativo de SemLAC, las participantes identificaron como prioridades el enfrentamiento a la violencia de género, el fortalecimiento del liderazgo femenino y la aplicación efectiva del Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres.
Así lo detalló Elpidia Moreno Hernández, coordinadora del capítulo cubano de la Marcha Mundial de Mujeres, quien llamó a dejar atrás el formalismo de los comités de género en las instituciones y a esforzarse en la capacitación de quienes deben procurar atención adecuada a las víctimas de violencia.
Otras académicas se refirieron a la necesidad de romper las lógicas de inequidad sustentadas en subjetividades, como el racismo estructural y la sobrecarga doméstica y sicológica, agravada por las olas migratorias y la dificil situación socioeconómica, así como el impacto diferenciado del cambio climático en la realidad de las mujeres no urbanas y los intentos de desarticular los movimientos sociales que promueven mayor calidad de vida y justicia social sin caer en las trampas del patriarcado y el capitalismo.