Estudios demográficos y datos oficiales confirman una transformación profunda en la estructura familiar cubana: disminución sostenida de la natalidad, envejecimiento de la pirámide poblacional y mayor volumen de procesos migratorios conforman el paisaje social contemporáneo, con hogares donde al menos uno de los progenitores no reside en el país
Lo que se da
a los niños ahora,
ellos lo darán mañana
a la sociedad.
Karl Menninger
En la Cuba de hoy, cada vez más familias aprenden a quererse a distancia. La migración, los contratos laborales fuera del país e incluso la búsqueda de mejores condiciones económicas o desarrollo profesional han separado físicamente a madres, padres, hijas e hijos durante meses o años. Pero ese camino no cancela el vínculo filial, solo lo pone a prueba y obliga a reinventarse en el ejercicio cotidiano del afecto.
Hablar de familias a distancia no es solo hablar de ausencia, sino también de estrategias de sostén emocional, de redes que se activan con nuevas formas de ser madre o padre sin estar de cuerpo presente en el día a día.
Estudios demográficos y datos oficiales confirman una transformación profunda en la estructura familiar cubana: disminución sostenida de la natalidad, envejecimiento de la pirámide poblacional y mayor volumen de procesos migratorios conforman el paisaje social contemporáneo, con hogares donde al menos uno de los progenitores no reside en el país.
Desde las ciencias sociales se insiste en que estos cambios no deben leerse únicamente desde la carencia, sino desde la capacidad de adaptación de las familias y comunidades para sostener lazos de amor más allá del coexistir físico.
Pero esta crianza a distancia genera otros retos emocionales y prácticos. Aunque las tecnologías facilitan el contacto asiduo, no siempre garantizan una comunicación profunda. Muchas conversaciones van al rutinario control (tareas, notas, conducta), sin espacio para la expresión emocional.
También puede darse una confusión de roles parentales: el progenitor a cargo asume múltiples funciones y eso implica mayor desgaste físico y emocional, sobre todo si no cuenta con redes de apoyo cercanas o hay tensiones en la autoridad, conflictos en las normas y sentimiento de desautorización en quien cría desde lejos.
No es de desdeñar el impacto emocional en niñas, niños y adolescentes: tristeza, enojo, ansiedad o idealización de la figura ausente son reacciones frecuentes. En adolescentes, la distancia puede vivirse como abandono y dañar su autoestima si no existe una narrativa clara que explique la separación.
A esto se suman los desafíos legales: el ejercicio de la parentalidad, la toma de decisiones y el sostén económico requieren acuerdos claros. El Código de las Familias reconoce diversas configuraciones y enfatiza esa corresponsabilidad, incluso en contextos de crianza distante.
Lo primero es una comunicación con sentido. No se trata de hablar todos los días, sino de escuchar, validar sentimientos y compartir experiencias cotidianas. Eso fortalece el vínculo más que las llamadas centradas en reproches o exigencias.
Entre adultos el diálogo debe generar acuerdos: normas comunes en cuanto a horarios, límites, uso de pantallas y deberes proyecta coherencia entre las figuras parentales.
Es clave nombrar la ausencia con honestidad: saber por qué alguien no está presente evita fantasías y sentimientos de culpa. La verdad dicha con ternura protege emocionalmente.
Además, abuelas, tíos, docentes, vecinos y profesionales de la salud pueden convertirse en figuras de sostén. En Cuba, la red comunitaria sigue siendo un recurso para la crianza, y para cuidar a quien cuida, porque la salud emocional de ese adulto es fundamental: reconocer el cansancio, pedir ayuda y buscar orientación sicológica es también velar por los hijos.
Especialistas cubanos en sicología y educación coinciden en que la estabilidad emocional de sus educandos no depende exclusivamente de la presencia física de ambos padres, sino de la calidad del vínculo. Los programas de crianza positiva promovidos por instituciones nacionales con el acompañamiento de organismos internacionales como Unicef, subrayan la importancia del afecto y la comunicación emocional.
Desde el ámbito escolar, la coordinación con la familia es básica para detectar a tiempo cualquier señal de molestias y acompañar los procesos de adaptación, sobre todo en fechas significativas o tras sucesos difíciles que se presenten.
En definitiva, las familias no se definen por la convivencia, sino por la calidad de los vínculos. Cuando hay distancia, la corresponsabilidad y la validación de las emociones propician el bienestar y desarrollo integral de la infancia, y ese acompañamiento consciente mitiga efectos de la separación, apuntan especialistas del Centro Nacional de Educación Sexual.
Las familias a distancia no son disfuncionales de hecho, solo viven un desafío particular. Reconocer sus dificultades sin estigmatizarlas, ofrecer herramientas prácticas y fortalecer las políticas de apoyo es una responsabilidad social.
La movilidad seguirá formando parte de la vida cotidiana, y aprender a criar desde lejos es una necesidad impostergable, porque el afecto bien cultivado sabe borrar fronteras.
Estudios recientes confirman que el sistema nervioso de los bebés aprende a autorregularse a través del vínculo con el de sus madres. Tanto la respiración como el ritmo cardíaco, el llanto y las respuestas emocionales cambian con la presencia materna.
La llamada corregulación, explicada por la teoría polivagal, asegura que la calma o el miedo se transmiten al hijo a través del cuerpo, no de las palabras. Escuchar al corazón, acompasar el ciclo respiratorio y comprender el tono de voz es un conocimiento adquirido durante la formación fetal. Ya fuera del útero, el bebé lee también la expresión facial y los movimientos para comprender si el entorno es seguro o amenazante.
Cuando la madre está en calma y consciente, su criatura aprende a manejar su cuerpo con confianza, incorpora los ciclos naturales de la vida y su sistema nervioso madura en condiciones seguras. Si ella está alterada, insegura o disociada, sentirá ese estado como propio y también dará señales de sobrexcitación. Toca entonces retomar el ritmo de la respiración profunda, dejar ir las emociones sobre lo que no tienes forma de cambiar y trasmitir ese estado de confort al bebé, para beneficio de ambos.