Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Qué hay de nuevo y cierto en los nuevos modos de designar el género sexual?

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Son muchas las designaciones (género no binario, fluido, agénero, bigénero, pangénero, trigénero, cisgénero...) que han surgido para nombrar al ser sexual, sobre todo en las grandes urbes. Estas generalizaciones nombran aquello que no se enmarca en las designaciones tradicionales de hombre o mujer.
Tampoco son nuevas del todo. El género no binario, por citar un ejemplo, aparece en la mitología mesopotámica, reflejado en tablas sumerias y acadias del segundo milenio antes de nuestra era, así como en documentos del antiguo Egipto.

¿Cómo es posible que los habitantes del planeta podamos «ser» hombres, mujeres, agéneros o como se quiera, si nacemos solo con dos sexos? Nacemos desprovistos de instintos o referentes conductuales en cuanto a género. En la primera infancia no nos distinguimos como niños o niñas por voluntad propia, sino que nos distinguen otros, a veces sin darse cuenta de que están utilizando criterios culturales.

Ese niño o niña designado decide, sin ser consciente de ello, si acepta o no la categorización, en dependencia de la satisfacción que experimente con ella. Pero no todo arreglo humano con el enigma de la sexualidad puede ser nominado, mucho menos si partimos de solo dos nominaciones que además prescriben una jerarquización de hombres sobre mujeres, heteros sobre homosexuales, cisgéneros sobre transgéneros, etcétera.

Cuando se debilitan las instituciones y sus tradiciones regulatorias, se pluralizan las nominaciones con sus modos de agruparse en función de algún rasgo de disfrute e incluso de sufrimiento. Las llamadas tribus urbanas son ejemplo como la pluralización de géneros.

Estas nuevas maneras de nombrar el género incluyen lo disruptivo, reprimido, segregado en los géneros tradicionales. En ese sentido, son solución para muchos. Sin embargo, no siempre somos lo que decimos ser, pues ninguna identificación alcanza para nombrar las maneras de vivir, satisfacernos y tropezar en nuestros lazos. Asumirnos como seres sexuados implica arreglarnos con un cuerpo vivo, hablante y marcado por huellas de la historia (propia y ajena) que dibujan el tipo de experiencias que buscamos repetir para saborear la vida. Nombrarnos requiere cierta conciencia de ese modo de goce extraño, pero entrañable, que nos habita, vivifica y a veces mortifica.

Mariela Rodríguez Méndez, máster en Sicología clínica

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