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La crisis de los suicidios

La actual depresión económica mundial logra una nueva y macabra distinción. No solo se quitan la vida los magnates, como en la de 1929; también lo hacen un número de personas que poseen pocos ingresos, víctimas de despidos y otras calamidades

Autor:

Yahily Hernández Porto

Las noticias que se leen acerca del desencadenamiento de la crisis financiera en el mundo ensombrecen, porque el impacto va más allá del desplome de importantes consorcios.

La hecatombe económica se expande, haciendo tocar fondo a  la desesperación y el equilibrio psicológico, lo mismo en personas de clases bajas que en adinerados magnates.

Guadaña en mano, una «ola» se difunde por el mundo como tsunami. Los reportes dan fe de ello y autoridades mundiales certifican el aumento de los problemas de salud mental debido a la traumática contracción financiera.

«No deberíamos estar sorprendidos o menospreciar las perturbaciones y posibles consecuencias de la crisis financiera», dijo la directora general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Margaret Chan, durante una reunión en Ginebra con profesionales de salud mental.

La OMS advirtió, además, que a las personas les afectan severamente la pobreza y el desempleo: «La crisis económica mundial podría aumentar la incidencia del suicidio y las enfermedades mentales entre quienes han de afrontar la pérdida de su vivienda o incluso de su medio de sustento».

El director del Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la OMS, Benedetto Sarraceno, aseguró que el panorama de desolación no respeta fronteras ni clases sociales, porque los desórdenes mentales afectan a una de cada cuatro personas en el mundo: «Las deudas junto a la sensación de pérdida alcanzarán no solo a las clases bajas y medias», insistió.

No resistieron

Desde principios del pasado año las agencias de noticias se han hecho eco de esta situación, a la vez que reflejan los casos más «renombrados».

Por ejemplo, en octubre de 2008 un análisis de los reportes de prensa de Estados Unidos descubre que una epidemia de tragedias impulsada por la crisis financiera se había propagado desde California a Nueva York y de Minnesota a la Florida.

Un artículo en la red de redes reflejó que todos estos actos han estado muy marcados por las quiebras y los despidos: «El colapso económico ha tenido graves repercusiones en los estadounidenses. En respuesta, una serie de trances extremos, incluso el suicidio, lesiones autoinfligidas, asesinatos e incendios provocados han aparecido en las noticias locales», certificaba la información.

Una agencia de noticias norteamericana denunció ocho casos de suicidio debido a problemas financieros o hipotecarios. O sea, desde que las bolsas de todo el mundo comenzaron a caer en picada.

La lista «gris» describe cómo Darren Liddle, de 26 años de edad y trabajador de la Bolsa londinense, se lanzó al vacío el 1ro. de septiembre de 2008, desde la ventana de su hotel, tras cortarse las venas, «alarmado por la presión de un mercado a la baja», cita el artículo.

En Nueva Delhi, el también hombre de negocios Amir Alí, quien acababa de instalar su propia compañía, se colgó del ventilador de su casa el 30 de octubre del mismo año. Su familia aseguró que «él se sentía muy presionado, porque había perdido grandes cantidades de dinero». Y algo similar le sucedió a Pablo Sergio Silva, que a sus 36 años decidió pegarse un tiro en el pecho en medio de una sesión de negocios, tras sufrir altas pérdidas en el mercado.

Destacan en dicha selección, primeramente el caso de Steven Good, un magnate estadounidense de 52 años de edad, que presidía la Sheldon Good and Company Actions, una de las mayores inmobiliarias de su país. Este se disparó dentro de su coche en un bosque en las afueras de Chicago. «Se trata de un suicidio provocado por la crisis de las “subprime”, que ha derrumbado el mercado inmobiliario», acentuaba la noticia.

El segundo, el de Adolf Merckle, multimillonario alemán que se lanzó de un tren en su localidad natal de Blaubeuren, tras encontrarse en la más absoluta ruina, después de ser el quinto hombre más rico del país germano. Otro fue el del directivo galo Thierry Magon de la Villehuchet, cofundador de la Gestora de Fondos Acces International, quien se cortó las venas por haber perdido 1 400 millones de dólares en el fraude del financiero Bernard Madoff.

Un bolsillo hueco los sometió

Las noticias acerca de suicidios son más frecuentes en los últimos meses. Los estudios revelan que actualmente se igualan a los registrados en la depresión del 29, en la que pese a la imagen de especuladores lanzándose al vacío, leyenda negra que ha llegado hasta nuestros días, las muertes relacionadas con la crisis fueron seis, según revelaron estudios.

Hoy no solo se quitan la vida los magnates, sino también  personas de pocos ingresos, víctimas de despidos u otras calamidades asociadas a la crisis.

Para ellos más que «vergüenza» por lo perdido, el suicido es una aparente «solución» ante la inminente ruina, que implica la pérdida de seguros médicos, estudios y holgura familiar.

Se ha hecho famoso un hombre de 51 años de edad, ex analista de Bear Stearns, quien se lanzó por la ventana de su departamento, en el piso 29 de Fort Lee, en Nueva Jersey, solo porque sería despedido.

Continúa la lista con un corredor de Bienes Raíces de los suburbios de Chicago, de 52 años de edad, quien acabó con su existencia a un mes de reconocer públicamente su difícil situación económica, y le sigue un ex trabajador, de 50 años, gestor de Inversiones en San Carlos, California, quien se asfixió.

Pero si preocupantes son estas reacciones, las palabras del reconocido psicólogo Leslie Seppinni, de Beverly Hills, lo son muchos más, porque en las páginas de la revista Forbes el especialista reconoce que se trata de la primera vez, en sus 18 años de experiencia, que los empresarios lo llaman porque tienen impulsos suicidas debido a sus situaciones financieras.

En la entrevista, el psicólogo recordaba que en los últimos meses ha intervenido en al menos 14 casos de hombres con alto riesgo de suicidio.

Guadaña económica

La actual crisis financiera se muestra más violenta, porque en varias regiones del mundo las líneas directas de ayuda y los servicios de asesoramiento psicológico se han disparado, al igual que han aumentado las altas en los refugios para mujeres víctimas de violencia.

Bajo estas circunstancias muchas familias del hemisferio recibieron el año 2009. Mas, la realidad estremece a quienes esperaban una mejora, porque las tragedias se amontonaron y dieron paso a una mutación de suicidas a suicidas-asesinos.

Se han hecho públicos casos conmovedores ocurridos en el transcurso de este año, y el posible cataclismo de este siglo pudiera avizorarse con lo acontecido en la ciudad de Los Ángeles.

Las fibras del gran sueño americano se estremecieron el 27 de enero pasado, cuando Ervin Lupoe, tras perder su empleo en el hospital local de Kaiser Permanente, en el oeste de Los Ángeles, asesinó a su esposa y a sus cinco hijos, entre ellos dos pares de gemelos.

La tragedia no es la única en esa localidad. Un ex gerente de inversiones, Karthik Rajaram, de 45 años, antes de suicidarse por problemas financieros, también mató a su esposa, a su suegra y a sus tres hijos.

En marzo pasado, en Ocala, Florida, Roland Gore le quitó la vida a su esposa, prendió fuego a su vivienda y luego se suicidó: «El caso de Gore es uno de varios en que las personas asesinan, destruyen sus propiedades y tirotean a la policía antes de suicidarse», notifican los medios en Internet.

Ohio, uno de los estados industriales más golpeados por la crisis económica, no quedó libre de espanto. Mark Meeks, de 51 años de edad, mató a su mujer y a sus dos hijos. Su hermano Mike confesó a la CNN que a pesar de que Mark luchaba para llegar a fin de mes, «no fuimos capaces de ver la tragedia».

El drama llegó a Massachusetts, donde Carlene Balderrama, un ama de casa, se disparó tras advertirle a la empresa que financiaba su hipoteca, que para cuando llegara el momento de perder su vivienda ya ella estaría muerta.

Y en Pensilvania, el 24 de marzo, la Agencia AP informaba que dos hermanos, Gregory y Randolph Graham, se suicidaron por la caída de su negocio automotriz, después de tres generaciones de fundado.

Pero Estados Unidos no es el único país que hoy enfrenta esa situación. En la provincia canadiense de Quebec, el último día de 2008 la policía recibió una llamada de emergencia de Kathy Gauthier-Lachance, una mujer de 36 años de edad. El panorama que encontraron las autoridades fue aterrador: en el interior de la casa estaban Marc, el esposo, y sus tres hijos, todos muertos. La mujer tenía serias lesiones. El hecho indica que el matrimonio pactó un suicidio ante su situación económica.

Desde Hong Kong, un cable de Reuters emitido el 9 de marzo último aseguró que los asiáticos serían particularmente susceptibles, a los efectos de la crisis porque la región posee los más altos índices de suicidios del mundo. Señalaba además esta agencia, que en varias localidades se creaban líneas gratuitas y centros de atención para ayudar a los más afectados.

Igual escenario se vive en Corea del Sur, donde es tanta la incertidumbre que se han instalado puertas que bloquean el acceso a las vías del ferrocarril, debido al aumento de personas que se arrojan hacia estas.

En Rusia se advierte una tendencia parecida. La agencia Interfax advirtió a finales de 2008 que médicos rusos habían detectado una auténtica «ola» de suicidios.

Expertos psiquiatras de esa nación advirtieron del aumento de los suicidios, debido a que la crisis financiera hace temer los despidos. Y se proyectó además, desde el mes de mayo, crear centros para atender a las personas que ya acuden con problemas psicológicos en busca de asistencia.

En Japón se multiplican las muertes por suicidio en todas sus variantes. Solo en el mes de abril, en esa nación más de cien personas se quitaron la vida cada día, lo que la ratifica como una de las de mayores cifras del mundo desarrollado de personas que se quitan la vida: «Estamos en el final del año financiero y creo que los efectos de la economía son un detonante», declaró Yasuyuki Shimizu, presidente de Lifelink, un grupo que trabaja para evitar los suicidios.

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