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Sin renunciar a viejos planes

Mientras AFRICOM no encuentra su base permanente en África, otras instalaciones en Djibouti y Seychelles, con gran despliegue de modernos artefactos de guerra, facilitan las maniobras de control militar del Pentágono en el continente

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

A pesar de la imposibilidad momentánea de construir el cuartel general del Comando Militar de Estados Unidos para África (AFRICOM), Washington no renuncia a su carrera militar por el control de los recursos naturales de ese continente. AFRICOM ya camina bastante bien y dentro de la propia región. No por gusto el actual gobierno estadounidense se ha gastado tanto dinero para echarlo andar.

Para este año, Barack Obama pidió al Congreso 278 millones de dólares para sufragar el funcionamiento de la nueva arquitectura militar en África: más del doble de lo que se le concedió a Bush —75,5 millones—, para 2008. Y el culebrón de gastos para las misiones y programas del ejército estadounidense en áreas de interés estratégico por sus riquezas hidrocarburíferas, como el Golfo de Guinea, es inmenso.

Durante su administración, George W. Bush no pudo seducir a algún país africano a que aceptara acoger en su territorio el cuartel de AFRICOM. Solo Liberia se mostró complaciente con la idea, pero la oposición general de las organizaciones regionales fue tan fuerte, que EE.UU. prefirió dejar enfriar un poco el asunto y trasladar su centro de mando a Stuttgart, Alemania. También algunos medios, principalmente españoles, se hicieron eco de la posibilidad de que el Pentágono construyera su mando central en Marruecos, un aliado extra OTAN donde EE.UU. ha tenido las puertas abiertas para torturar en sus cárceles secretas.

Tampoco Washington se rompe la cabeza porque varios estados hayan cerrado filas contra sus pretensiones de instaurar AFRICOM en el teatro de operaciones. Recordemos que EE.UU. maneja una novedosa estrategia militar que en lugar de construir nuevas bases permanentes, busca utilizar las ya existentes en varios puntos de la geografía europea y hasta la sudamericana, para llegar a África. Su rápida movilidad en el continente de menor presencia de bases militares extranjeras depende del aprovechamiento que haga de la gran telaraña de instalaciones creada durante la etapa de la guerra fría, y de los otros cinco comandos unificados que se reparten el mundo desde el punto de vista geoestratégico y militar.

De todas formas las presiones continúan llegando durante giras diplomáticas, y acompañadas de promesas de ayuda… condicionada, supuestamente para enfrentar problemas tan sensibles para África como la pobreza y la lucha por el desarrollo.

Construyendo una red

La base de Camp Lemonier, en Djibouti, es una de las fichas claves que actualmente le permite a EE.UU. armar su juego de ajedrez en África. En el viejo enclave francés se encuentran desplegados unos 2 200 marines que conforman la Fuerza Conjunta Combinada-Cuerno de África (Combined Joint Task Force-Horn of Africa, CJTF-HOA), uno de los núcleos operativos más duros de AFRICOM.  Desde allí, Washington observa muy de cerca a Somalia, un país en el que puede intervenir militarmente, cuando lo estime, con apoyo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Unión Europea (UE).

La instalación, remodelada por AFRICOM, es el centro de operaciones contra la piratería en las costas somalíes y el Golfo de Adén, y permite el control de importantes rutas comerciales por las que circulan los buques-tanques que transportan el 25 por ciento de la producción petrolera mundial.

En Camp Lemonier también se han entrenado a las fuerzas armadas del endeble Gobierno Federal de Transición de Somalia, que goza del total respaldo de Estados Unidos. Para ese propósito se han sumado efectivos de Kenya, Uganda, Burundi y Francia, principalmente porque Washington prefiere involucrarse mejor soltando los billetes y su potente armamento.

Aunque AFRICOM comenzó a operar el 1ro. de octubre de 2008, la CJTF-HOA ya llevaba funcionado unos seis años, bajo el mando del Comando Europeo. La zona de operaciones que cubre no solo se limita al Cuerno de África (Djibouti, Somalia, Etiopía, Eritrea, Kenya y Sudán), sino que abarca otras como Tanzania, Uganda, Seychelles, y a Yemén, de la península Arábiga, y planea expandirse a las Comores, Mauricio y Madagascar.

Los pasos se van dando. Hace poco Washington logró la aceptación de Seychelles para instalar una base militar en su territorio. El pretexto es fortalecer la lucha contra la piratería que toca ya las costas de ese archipiélago, y que comienza a dejar un desfavorable saldo para la pesca y el turismo, las dos principales actividades económicas de ese Estado.

Hacia esa base, EE.UU. trasladó una flotilla de reconocimiento aéreo de naves P-3 Orion —empleadas por la misión militar Atalanta, de la UE, en los mares somalíes y el Golfo de Adén—, con el objetivo de que sobrevuelen ahora el Océano Índico.

También, el aeropuerto regional seychellense de Mahe es utilizado por los denominados drones (aviones teledirigidos) Reaper MQ-9, que se emplean para servicios de inteligencia, vigilancia y reconocimiento. Aunque estas potentes naves, conocidas como la más novedosa arma de Estados Unidos en la lucha contra los piratas, han sido utilizadas anteriormente en el área, es la primera vez que contarán con una instalación logística allí.

Y por si fuera poco, en la zona se encuentra la base militar de Diego García,  en islas Mauricio, que sirvió de apoyo a la invasión a Iraq. Con esta red, Estados Unidos y sus aliados controlan toda la costa oriental de África, de norte a sur.

Una tríada malévola

AFRICOM no marcha solo, sino que trabaja de manera coordinada y conjuntamente con la OTAN y la UE.

Desde 2006, cuando aún no estaba creado AFRICOM, ya el Pentágono, a través de su Comando Europeo, estaba realizando ejercicios militares en el continente como el Endeavor, principalmente y con mucha frecuencia, en naciones del estratégico y rico Golfo de Guinea. Posteriormente, esta tarea pasó a manos de AFRICOM, y en cada una de las operaciones no solo participaron fuerzas armadas africanas, sino también de la OTAN y la UE.

La dependencia de Estados Unidos del petróleo africano es tan grande que, si se suspendieran los suministros del hidrocarburo de países como Angola, Guinea Ecuatorial, Nigeria, o cualquier otro exportador considerable del rubro (la mayoría en el Golfo de Guinea), el gobierno norteamericano sabe que, sometido a una gran presión política de las trasnacionales, seguramente echará mano a las fuerzas militares para lograr la estabilidad de los negocios. Por ello, prepara el terreno, y suma a sus socios, también muy interesados en el enorme pastel africano.

La Alianza Atlántica ha proporcionado transporte aéreo y marítimo a los países que contribuyen con tropas a la Misión de la Unión Africana en Somalia y Sudán.

Desde 2002, cuando la OTAN y la UE suscribieron su acuerdo Berlín Plus, los componentes militares de ambos bloques multinacionales se solapan e integran entre sí para crear guerras en el extranjero, lo cual continúan haciendo en nuevos escenarios (África), como mismo obraron en Afganistán e Iraq.

Tampoco es desdeñable la acción de empresas mercenarias privadas como Blackwater en las costas somalíes y el Golfo de Adén, las cuales le sacan su fuerte zumo en dólares al gobierno norteamericano por concepto de contratos.

Lo curioso es que a pesar de todo el aparatoso y moderno despliegue, no logren eliminar los ataques de piratas, y que estos sigan cobrando millonarias sumas en hoteles europeos y se apertrechen de modernas tecnologías para burlar a los halcones de la OTAN. Ello obliga a hacer otra lectura: no existe una real voluntad por resolver la inestabilidad de Somalia, ni muchos menos de acabar con la piratería, sino de velar por intereses corporativos que nada tienen que ver con los de un pueblo sufrido. Y los corsarios les sirven como móvil para garantizar sus buques de guerra allí.

Así como la urdimbre de bases constituye la infraestructura que facilita aún más el despliegue de EE.UU. en África, la lucha contra la piratería es la justificación para esa militarización de la región, y mantener su hegemonía en importantes rutas comerciales. El petróleo, el gas, los minerales… ese es el pollo del arroz. Lo demás es solo cáscara.

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