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Tierra sin latifundistas y maíz sin gusano cogollero

Desde la agroecología y la lucha contra los parásitos sociales, los productores yaracuyanos van en busca de la soberanía alimentaria venezolana, y no les falta la ayuda técnica de colaboradores cubanos

Autor:

Juana Carrasco Martín

URACHICHE, Yaracuy.— Juan Ramón Torres, asistente agropecuario en el Laboratorio Municipal de Producción de Biocontroladores Manuel Antonio Heredia, defiende apasionadamente su trabajo, un nuevo horizonte abierto para este venezolano cuando ya estaba jubilado como profesor de electricidad durante 30 años. Es que la vida da vueltas y más vueltas y a la actividad que desempeña desde hace cuatro años lo llevó su conciencia de clase y su participación en las luchas campesinas en el estado de Yaracuy, donde su padre era parcelero. «Soy el socio No. 119 del Fundo de Aracal», dice con orgullo de precursor de la obra.

El Laboratorio de Entomófagos y Entomopatógenos del Fundo Zamorano Aracal se alza en medio de las tierras productivas del municipio de Urachiche, bien cerca de la sencilla vivienda colectiva de los cuatro asesores técnicos cubanos de la Misión Campo Adentro asignados a esta empresa agrícola cooperativa, la cual está enfrascada en la siembra de maíz, esencial en la mesa venezolana con las apreciadas y ricas arepas, cachapas y empanadas.

Por supuesto no es el único cultivo; en el Fundo no faltan la caraota (frijol negro), las hortalizas y el impulso a los frutales: aguacate, limón persa, guanábana, guayaba y naranja, además de forestales y otros rubros a los que suman la ganadería de doble propósito y la producción de cachama, el pez de los ríos venezolanos que ya cultivan en lagunas artificiales, las cuales también proveen las aguas para riego o brebaje animal en tiempo de sequía.

Cuatro cubanos en campo adentro

Alberto Vargas Rodríguez, oriundo de Mayarí, en la provincia de Holguín, jefe del grupo cubano, es el técnico en riego. Lleva año y medio en Venezuela asesorando y ampliando conocimientos mediante el intercambio de experiencias con los productores de la cooperativa donde habita y trabaja como integrante de la Misión Campo Adentro.

Tienen establecido el sistema de riego por goteo a partir de aguas residuales de la comunidad, la producción de humus de lombriz, y el empleo de agentes biológicos para el control de plagas y enfermedades, puntos esenciales de la agroecología.

Cuando llegamos hasta la sencilla vivienda de los cubanos, próxima al poblado de 30 casas de los integrantes del Fundo Zamorano, estaba enfrascado en otra tarea que promueven en su acompañamiento a los cooperativistas: el huerto de autoconsumo. Prácticamente no hay día de descanso; y junto a Alberto, escardando el patio productivo, encontramos a los técnicos agrónomos pinareños Osviel Rodríguez y Raúl Fuentes, y a la villaclareña Mercedes Montelier, una muestra más de la buena convivencia que extienden al trabajo y la amistad con los productores venezolanos.

De ello habló María de los Ángeles Gutiérrez Jorge, la coordinadora de la Misión cubana agroalimentaria en el municipio de Urachiche, una médico veterinaria que llegó desde Sancti Spíritus para impartir conocimientos en la especialidad de Epizootiología, como parte del equipo del Centro de Asistencia Técnico-Agrícola Socialista (Catas), otra de las modalidades del Convenio Cuba-Venezuela en el sector.

Y de Yaracuy la espirituana conoce bastante, porque ha caminado los cerros, Los Vegotes, Mainure, Chirimaque, Las Paras… en el difícil trabajo de implementar medidas sanitarias generales en toda la zona, porque también hay productores privados que no abren por igual su entendimiento a la mano solidaria. Sin embargo, sí que pueden hacer el acompañamiento en los Fundos Zamoranos, en las tierras rescatadas al latifundio en este estado, agrícola por excelencia, empeñado en el buen vivir de todo el pueblo.

Hace unos pocos meses, precisamente en Aracal, desde estas tierras rescatadas de los oligopolios, heredad de las combativas tribus jirajaras de quienes toma nombre el Movimiento campesino en lucha contra el latifundio, y donde reina María Lionza —la deidad protectora de la Tierra y los animales—, los movimientos populares agroecológicos de los Fundos Zamoranos de todo el país se reunieron y asumieron importantes compromisos para «la definitiva emancipación de nuestros

sistema alimentario». En uno de los puntos solicitaban «que el convenio Cuba-Venezuela y convenios del ALBA incorporen y enfaticen el componente agroecológico como dimensión de la integración latinoamericana».

Así puede palparse en Aracal, donde luchan contra el uso de agroquímicos en los cultivos y trabajan con controladores biológicos de las plagas; y fue esta asesoría cubana, la insistencia del Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas de Venezuela, y la lamentable pérdida de uno de sus compañeros lo que llevó a los productores cooperativistas a la decisión de edificar el Laboratorio de Biocontroladores Manuel Antonio Heredia.

Homenaje al camarada

El camarada Manuel Antonio Heredia murió intoxicado por los químicos, nos informaron, «y hoy sus compañeros de trabajo y lucha honramos esa deuda».

Por eso el entusiasmo de Juan Ramón Torres, el profesor de electricidad devenido productor de bacterias y hongos para el control de las larvas del gusano cogollero, del barrenador y del cortador. «Cómo iba yo, después de mi jubilación, a pasarme sin hacer nada las decenas de años que me quedan para los cien que voy a durar», y no lo dice en tono de broma; está convencido y dispuesto a ser un émulo de Matusalén.

Locuaz, relata la lucha por la tierra y cómo movilizó a 120 personas de dos caseríos para el rescate de Aracal, una de las pioneras a escala nacional, y luego el empeño en el laboratorio artesanal que iniciaron para minimizar el uso de químicos e incrementar la aplicación de entomófagos. Tan buen resultado les dio desde el comienzo que el Ministerio de Agricultura y Tierras ayudó para establecer el primer laboratorio de biocontroladores ubicado en un fundo y que funciona bajo la coordinación de productores y campesinos.

Por ahí transitó el control del gusano depredador, con un gasto mínimo y sin usar ningún insecticida, y el logro de mejores cosechas en unos 28 rubros con el abono orgánico que producen las lombrices rojas.

Juan Ramón Torres puntualiza: «Nuestra tarea es minimizar el uso de los agrotóxicos, por eso producimos los entomófagos, que pueden ser virus y bacterias que controlan a los insectos y plagas; y los entomopatógenos, microorganismos presentes en la tierra que también controlan plagas e insectos, y ya los utilizamos para proteger a los cultivos yaracuyanos en las 32 000 hectáreas que estaban en manos del latifundio y ahora son de quienes siempre las trabajaron, antes como esclavos y ahorita como verdaderos dueños.

«Y aquí estamos nosotros. En este mundo donde caí así, para abrir nuevos horizontes para la tierra y para los hombres y mujeres, porque cuando iniciamos el fundo en Aracal había bastante analfabetos, y digo había porque aprendieron a leer y a escribir con las Misiones Robinson I y II, ese método cubano del Yo, sí puedo; y con la Ribas y la Sucre, gracias a las cuales ya algunos van al aula de agroecología y seguramente estarán en el  curso de agroalimentario que se impartirá».

Y Juan Ramón explica: «El hombre tiene que mirar hacia allá, no solo hasta su nariz», y su vista avanza en lontananza, donde los campos de cultivo muestran el verdor que crece sano. «Chávez lo decía el otro día, para qué tanto abogado; yo quiero ver a los agroecólogos…»,

Y recuerda otras cosas que le han traído la integración venezolano-cubana, como cuando viajó a Cuba para operarse de la vista.

«Solo con montarme en el avión ya era algo —dice jocoso y veraz—. Nunca había montado en uno; llevaba muchas expectativas y las cubrí todas. Mire, ustedes estaban en elecciones de delegados al Poder Popular. Compro el diario Granma y en la portada, una foto grande: dos niños pioneros con su pañuelo rojo al cuello cuidaban la urna de votación; no soldados ni policías, fue toda una enseñanza».

Dice entonces lo que ya habíamos escuchado en otros fundos de tierras rescatadas, casi una constante en Yaracuy: quienes se habían apoderado de esta rica naturaleza, quienes la contaminaban, la sobreexplotaban o la abandonaban utilizándola a veces solo para criar caballos de carrera o tener el ojito o manantial para el negocio del agua envasada, «eran cubanos batisteros, esos de la dictadura de Fulgencio Batista».

Esto puede ser tema de otra historia en Yaracuy, pero Juan Ramón Torres dejó claro cuánto le ha valido conocer a los abnegados trabajadores, técnicos y profesionales de Campo Adentro, a los niños pioneros cubanos, a los maestros misioneros de que habló José Martí, a las enfermeras y médicos de Cuba y los que a diario acompañan al pueblo venezolano desde el consultorio o el Centro de Diagnóstico Integral de Barrio Adentro.

Dos banderas a su espalda dicen cómo se entrelaza y se cosecha una hermandad que evidentemente inmuniza contra los gusanos del latifundio y el cogollero.

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