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Las dimensiones del ébola

El desconocimiento inicial sobre la enfermedad contribuyó a su propagación. Como suele suceder con las epidemias, los factores económicos, sociales y culturales fueron inicialmente subestimados o ignorados

Autor:

Enrique Ubieta Gómez

En el 2012 murieron de paludismo o malaria 612 000 personas en el mundo, según la Organización Mundial de la Salud; de ellas el 90 por ciento en África. No tengo a mano estadísticas más recientes, pero la enfermedad, aunque es curable y prevenible, sigue cobrando vidas en el continente. Hay subregiones donde el VIH es endémico y mayoritario. Y otros padecimientos, erradicados en los países de mayor desarrollo económico, como la tuberculosis, por ejemplo, siguen diezmando a los africanos. El Viejo Mundo metropolitano ya las conoce, y las evita o controla; el ébola en cambio produjo pánico, porque conjugaba dos rasgos: una alta letalidad y formas sencillas de contagio. Los primeros enfermos que llegaron a Europa y a los Estados Unidos activaron la alarma.

La intersección cultural

El desconocimiento inicial sobre la enfermedad contribuyó a su propagación. La prensa enfatizaba, por ejemplo, que no había cura, y el enfermo eludía entonces su hospitalización: si era inevitable la muerte, prefería que ocurriese en casa, entre los suyos. Como suele suceder con las epidemias, los factores económicos, sociales y culturales fueron inicialmente subestimados o ignorados. Saran Daraba Kaba, prestigiosa antropóloga guineana, secretaria general de la Unión del Río Mano —organización regional que integra a cuatro países de África Occidental, los tres afectados por la epidemia, más Costa de Marfil—, nos mostraba en un mapa de la subregión el punto de intersección cultural que permitió la propagación de la epidemia: el mismo grupo étnico convive en el borde de los tres países. «El grupo étnico kissis, mayoritario en esa zona, comparte la misma cultura, la misma lengua. La frontera existe para los Estados, para los Gobiernos, a la población no le importa, por las mañanas cruza, realiza sus actividades comerciales, porque está en su país, en su territorio. La administración habla inglés de un lado, francés del otro, eso no es problema porque ellos tienen su lengua. No solo hablan la misma lengua, a veces son de la misma familia». La epidemia debe enfrentarse como un problema común, de los tres países, insiste Kaba. Y una de las batallas conjuntas más importantes, se libra en el plano de la comunicación.

El ministro de Salud Remy Lamah considera que ese ha sido un punto débil, sobre el que el Gobierno trabaja. El epicentro de la epidemia se ha trasladado de la Región Forestal a la zona costera, a la Baja Guinea, «muchas personas niegan la existencia de la enfermedad, se guían por falsos rumores, existe desinformación en las comunidades y no se respetan las medidas dictadas por las autoridades sanitarias». La primera percepción que tuvo la población fue equívoca: unos blancos decían en francés (lengua oficial del país, aunque la mayoría de sus pobladores habla la de su grupo étnico) que no se podían comer los alimentos que siempre comieron sus antepasados, que debían entregar a sus seres queridos enfermos a centros que los ocultaban y los enterraban sin que pudiesen verlos. Cuando los médicos y enfermeros cubanos llegaron, prevalecían las incomprensiones. Esa percepción empieza a cambiar.

Humanizar el tratamiento

Los enfermos que ingresan al Centro de Tratamiento son valorados de ébola y de malaria, pero no se verifica la existencia en ellos de otras patologías. No se realizan análisis que determinen, por ejemplo, si ese ser humano antes de infestarse con el nuevo virus era inmunodeficiente por alguna otra enfermedad o simplemente por desnutrición, lo que por supuesto determinará su suerte. A veces no pueden sostenerse sobre sus pies, pero reciben el alta porque no tienen ninguna de las dos enfermedades que allí se tratan y cuyos síntomas pueden inicialmente confundirse. Los médicos y enfermeros cubanos han llegado para salvar vidas, para frenar el paso arrollador de la muerte que las epidemias traen consigo, pero no pueden rebasar los límites del hospital, del enfermo. «Para interrumpir la cadena no basta con el enfermo, es necesario actuar sobre las otras dos instancias: el medio y el susceptible», afirma el doctor Osvaldo Miranda Gómez, que es epidemiólogo y está por concluir una segunda especialidad, la de bioestadístico. A los 36 años obtuvo el grado de Doctor en Ciencias. Después de una experiencia internacionalista en Paquistán a raíz de un devastador terremoto, y de algunos años de práctica en Cuba, viajó a Guinea, a la primera línea de combate contra el ébola.

Pero el doctor Miranda sabe también que el trato que un paciente recibe dentro del hospital repercute en la comunidad: «Los pacientes llegan todos con miedo, es lógico. Saben que es una enfermedad muy letal, que se pueden morir, piensan que los vamos a agredir, y muchos vienen con la idea de no tomar ningún medicamento, ni agua, de la que damos. Ahora, el antídoto contra ese miedo son los propios pacientes, los que llevan más tiempo: ese le dice al otro, oye sí, esta gente puede ayudarte. Y muchos de los pacientes que hemos salvado se han quedado trabajando con nosotros, es una experiencia muy bonita, porque son los que nos ayudan a convencer a los nuevos pacientes.

«El médico y el enfermero cubano —agrega Miranda— tienen la característica de que tocan mucho al paciente, eso yo lo he visto poco en otros médicos, pero en nuestro sistema no hay distinciones de clase, todos hacemos de todo, y eso le gusta al africano. Nosotros no nos creemos cosas. El paciente necesita que lo toquen, ese contacto lo humaniza. El contacto físico a veces mejora más que una pastilla, porque hace que el enfermo se sienta persona. Una tarde estaban como cinco o seis pacientes reunidos, estaban contentos porque sabían que al día siguiente se irían de alta; nosotros teníamos un celular con música y empezamos a bromear y a cantar, y ellos empezaron a bailar, fue bonito porque algunos de ellos habían llegado al centro en estado grave. Junto a ellos habían médicos con el traje puesto, pero otros estábamos del lado de acá de la cerca, que es cuando el paciente nos puede ver el rostro y nos conoce, con el traje especial somos todos iguales».

El Centro de Tratamiento del ébola de Coyah presenta una característica inusual: todos los médicos y enfermeros son cubanos o africanos. No hay especialistas europeos o norteamericanos, más que en el laboratorio. Cuba es África, le ha dicho el Presidente de la República de Guinea a nuestra Embajadora, y la frase es asumida por cubanos y guineanos con orgullo y complicidad. Aunque al principio se interpusieron prejuicios e intereses de terceros, cada reticencia fue derribada por los hechos. «La relación entre los guineanos y los médicos cubanos —me dijo Alhoussein Makanera Kake, ministro de Comunicación de Guinea— se basa en tradiciones de comportamiento comunes a los dos pueblos, lo que facilita la comunicación y crea la confianza, y le da mucha fuerza a los enfermos para curarse». Y agregó lo que posiblemente es la clave del éxito de Coyah: «Al inicio los centros eran como una prisión, nadie veía al paciente. Pero hoy, en centros como el de Coyah usted puede ver a los enfermos, puede intercambiar con ellos, y eso le ha dado seguridad a la población».

El coordinador nacional de la Lucha contra el ébola de Guinea y su segundo estudiaron Medicina en Cuba; también lo hicieron el director y el director adjunto del Centro de Coyah. Los cooperantes cubanos no se sienten extranjeros.

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