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Venezuela y la chamba de los más nuevos

Alrededor de 850 000 jóvenes se han registrado en un plan que les da misiones para vencer el rentismo petrolero y alcanzar la economía diversificada a la altura del proceso bolivariano

Autor:

Enrique Milanés León

La oposición no tiene quien la siga. Entre los severos dolores de cabeza que Nicolás Maduro y el chavismo le dieron en 2017, destaca uno por la proyección política que entraña: la creciente incorporación de los jóvenes al proceso de la Revolución.

Fragmentada como un plato roto caído de los Andes, la contrarrevolución venezolana necesita para subsistir —aun en su perenne precariedad, sus ambiciones inocultables y escándalos internos— de un chavismo anémico carente de nuevas «inyecciones» de sangre. Pero, como dirían los venezolanos, eso no es lo que pasa «ahorita».

El Plan Chamba Juvenil, establecido en junio del año pasado para formar en lo productivo, cultural y social a jóvenes desvinculados e insertarlos con éxito en un modelo económico diversificado que deje atrás el rentismo petrolero y dé paso al sustento nacional con recursos propios, ya cuenta 850 000 muchachos de entre 15 y 35 años registrados. Y sigue sumando.

¡Qué manera de dar batalla en estos meses el Carné de la patria! Mientras la contra —que sigue implorándole a Trump el «Carné del imperio»— lo ataca por ver en él un mecanismo de control político, el documento ha devenido censo social para perfilar los diagnósticos de necesidades y personalizar las ayudas de un Gobierno que, atacado por todos los flancos, no ceja en su empeño de vencer la agresión y quitar de en medio las barreras que la derecha mundial, regional y local colocan a diario frente al pueblo venezolano.

Ingresar en Chamba juvenil —puede hacerse incluso desde la página web www.inj.gob.ve— tiene apenas un requerimiento: estar registrado en el sistema del Carné de la patria para que se evalúen las condiciones socioeconómicas y capacidades personales y se hagan las recomendaciones correspondientes. Dado este paso, los interesados inician su formación en las entidades que los acogen de acuerdo con su potencial para que, una vez listos, comiencen a trabajar.

¿A quién, antes de la Revolución Bolivariana, se le había ocurrido un proyecto semejante? A nadie, pero aun así, o precisamente por ello, molesta a una oligarquía que por décadas ha tenido el lucrativo empleo de vender su patria.

De los jóvenes registrados, casi medio millón ya tienen empleo en instituciones, ministerios y misiones sociales del Estado que les permiten defender el proceso en la concreta. Tareas de atención social ejecutadas por el movimiento Somos Venezuela y programas del Plan como Chambiarte, de cultura, y Recrea tu chamba, se han visto fortalecidos al tiempo que constituyen fuentes de ingresos de las familias y restan membresía y posibilidades a una delincuencia que realmente existe, como en muchos países, pero que «alumbra» en cuarto menguante y no es, para nada, un invento de la Revolución sino una saga que ella persigue borrar.

En ese detalle se refleja una gran puja venezolana: mientras a la oposición —que tiene desde su liderazgo sus propios maestros delincuentes— le interesa una juventud marginal dispuesta a la guarimba por un puñado de bolívares y a crear en las calles el (mal) ambiente propicio para las campañas mediáticas de desestabilización, la Revolución forma los seres de bien que han de salvar desde la paz las huellas de Bolívar y Chávez.

Los «chamos y chamas» de este Plan están al tanto de cuánto representan. Otros 150 000 están en trámites de incorporación productiva en labores de la banca pública, la fiscalización de procesos y la educación. En la cartera de instituciones receptoras se cuentan importantes empresas como la petrolera Pdvsa y las de comunicación Cantv y Movilnet. Además, unos 10 300 jóvenes se alistan para laborar en actividades mineras.

En la mira de Chamba juvenil no podía faltar el componente agrícola. Dirigido a la siembra de alimentos, el programa Vuelta al campo prevé la incorporación de 35 000 venezolanos bisoños a esas tareas en las 50 000 hectáreas que el Gobierno ha dispuesto para ello con el financiamiento y la asistencia técnica de rigor.

Incluso en lejanos estados de Venezuela se da respuesta a este plan. El 12 de octubre, Día de la Resistencia Indígena, más de 9 000 jóvenes de pueblos originarios venezolanos se incorporaron a Chamba juvenil para aportar al país desde la siembra, la pesca, la elaboración de artesanías e infraestructura, la educación, la salud y el rescate turístico.

Con su sabiduría de siglos, estos muchachos dejaron claro que defenderán para Venezuela el sistema intercultural bilingüe y la cultura ancestral que los distingue. Porque Chamba juvenil es también eso: resistencia. Es cultivar desde la producción los símbolos nacionales y evitar que un día llegue a Caracas un míster en son de mando a decir que Guaicaipuro, Bolívar y Chávez son meros inventos comunistas y a anunciar que, de nuevo, ser indio o ser negro o ser pobre es cosa de periferias.

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