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El presidente Alí Primera

Ely Rafael Primera Rossell —le decían Alí porque sus abuelos eran de origen árabe— nació en Coro, estado de Falcón, el 31 de octubre de 1941, de modo que no llegó a cumplir los 44 años, pero tuvo tiempo y energías para ser, de la infancia a la adultez, limpiabotas, vendedor, activista, militante comunista, poeta, músico raigal…

 

Autor:

Enrique Milanés León

Caracas.— Una vez le preguntaron a Hugo Chávez si, en caso de que Alí Primera estuviera vivo, él lo nombraría su ministro de cultura. En Venezuela no escapaba a nadie entonces, como no escapa ahora, que las letras y el carisma del Cantor del pueblo habían hecho un enorme aporte a la Revolución y que el guía supremo —quien dio una respuesta a la altura de su ingenio— lo reconocía más que nadie.

Fue una pena que ellos no se conocieran. El trovador sufrió un mortal accidente, quién sabe si accidental, el 16 de febrero de 1985, cuando Chávez estaba por ser nombrado comandante de un lejano escuadrón de caballería en Apure.

A fuerza de talento y coraje, ambos perdieron la muerte y ganaron más vida, de modo que ahora tienen todo el tiempo de los héroes para juntarse en obras nuevas mientras Venezuela los sigue. El hecho de que, por voluntad popular, el urbanismo Aves de Yucatán, en Barquisimeto, pasara a llamarse desde el año 2014 Ciudad Socialista «Alí Primera», da una idea de lo que puede un gran artista con su cuatro.

Hay que buscar a Alí Primera. Entre los deseos con que el cronista llegó a Caracas estaba el de escucharlo. Y saber que el cantor cayó —sin callar— en Valle Coche, avenida que el cubano toma en cada una de sus salidas, le multiplicó el ansia en la búsqueda.

Ely Rafael Primera Rossell —le decían Alí porque sus abuelos eran de origen árabe— nació en Coro, estado de Falcón, el 31 de octubre de 1941, de modo que no llegó a cumplir los 44 años, pero tuvo tiempo y energías para ser, de la infancia a la adultez, limpiabotas, vendedor, activista, militante comunista, poeta, músico raigal…

Tras estudiar Química en la Universidad Central de Venezuela, en 1969 viajó a Rumanía a formarse como ingeniero en petróleo, carrera que abandonó para no convertirse en eslabón de las trasnacionales. Su vida sería de canto y épica, y las fábricas y universidades, sus mejores escenarios.

En pleno boom de la Canción protesta, él llamaba a su música Canción necesaria, y la llevó a los cubanos. Luego de estar en la Isla entre fines de noviembre y principios de diciembre de 1977, le comentó a su madre: «Cuba tendrá carencia de recursos, pero ¡cuánta dignidad le sobra!».

Estuvo en Casa de las Américas, donde Haydée Santamaría e importantes trovadores lo escucharon. Se presentó además en la fábrica de tabacos Partagás, en la Escuela Vocacional Lenin y en el parque homónimo, en el Museo de la Revolución y en la escalinata de la Universidad de La Habana. Al cabo comentaría: «Sentí que estaba en cualquier pueblo de Venezuela. La receptividad fue la misma».

Nunca olvidó que ganó su primer par de zapatos en un concurso de poemas, ni que un obrero le dijo: no vendas tu canto; que si lo vendes, me vendes; que si lo vendes, te vendes. «Me da por cantar cada vez que me acuerdo», decía.

Sus presentaciones no eran trueque de recital por aplausos: siempre aclaró que lo movía un espíritu de lucha y militancia. Poco después de que presentara su disco Entre la rabia y la ternura, pronunció una frase que parece para hoy: «Ojalá la ternura sea mucho mayor que la rabia, en los sueños de nuestra patria».

El poeta inspirado que podía cantar al (otro tipo de) amor: «A las uvas de tus labios/ quise morder con un beso/ para calmarme la sed/ de tanto andar en desierto/ y quise besar tus ojos/ para adueñarme del cielo», alertaba en un conocido tema social sobre los héroes: «Ellos nos serán bandera/ para abrazarnos con ella/ y el que no la pueda alzar/ que abandone la pelea/ no es tiempo de recular/ ni de vivir de leyendas».

Por eso el «cantante de boca sucia», como le llamaba la burguesía, encontró serios tropiezos de promoción y se instaló en el popular susurro de los tocadiscos. Su viuda, Sol Musset, comentó una vez: «¡Qué difícil era escuchar las canciones de Alí en la IV República!». Como tantas cosas, la Revolución cambió eso: «El pueblo las escuchó en la voz de Chávez. Ningún presidente había respetado y entonado las canciones de Alí con tanta dignidad», agregaría.

Un día de 2013, Sol se apagó un tanto, por segunda vez, al atardecer de Chávez: «Fue muy doloroso ver a ese gran hombre allí, quieto con sus manos grandes. Sentí impotencia, como cuando perdí a Alí. Fueron unas ganas de sacarlo de allí y de despertarlo». No pudo, al menos en apariencia.

Como en su doble tristeza de mujer, Comandante y cantor andan juntos en los pechos de millones. Antes de partir —«por ahora»— cinco marzos atrás, el héroe de Sabaneta dejó abundantes muestras de esa cercanía. Por eso aquella vez que le preguntaron si hubiera nombrado al trovador como su ministro de Cultura, no tardó en responder: «Si Alí Primera estuviera vivo, yo sería su ministro de la Defensa».

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