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Las estatuas de bronce y el valor de corazón

Dos instructoras de arte cubanas demuestran en Venezuela que amenaza no asusta corazón. Como ellas, otros 20 000 colaboradores sostienen su trabajo solidario pese a la última escalada del imperio

Autor:

Enrique Milanés León

VARGAS.— Solo tres meses bastaron a la instructora de arte Yoanka Colomé Rodríguez para echarse en un bolsillo las comunidades que atiende en su misión en Venezuela. Desde que llegó a la comunidad de Urimare, procedente del estado de Yaracuy, esta pinareña se ha dedicado a repartir entre los vecinos la magia de lo que más sabe: el baile. 

«Soy profesora de danza, por eso trabajo para sostener y promover las tradiciones en la comunidad. Atiendo un grupo poblacional muy amplio de adultos mayores, jóvenes de los liceos, niños de primarias, incluida una escuela especial, y población general», explica.

Junto con María Teresa Díaz González, su compañera cubana de teatro, Yoanka hizo un levantamiento en las comunidades del estado y dio con un tesoro de cultores, facilitadores, animadores… disímiles personas entregadas a la tradición local que parecieran estar esperando por ellas dos para activarse.

«Esta labor me aporta mucho y me hace crecer espiritualmente al contacto con otra cultura. Te ilustras día a día, en la calle. Aprendí a bailar joropo —¡yo pensaba que sabía, pero no, aprendí aquí!— y también la Zaragoza, la Culebra de Ipure y el Maremare…», relata orgullosa.

Amistad de bronce

Más allá del ardor con que habla, hay que creerle a Yoanka la pasión y los resultados, simplemente porque a pocas cuadras de la casa donde vive, en el urbanismo Hugo Chávez, toman cuerpo sus descripciones como en inmensa pantalla.

Bajo el sol inclemente de Vargas, frente a la escuela bolivariana Willian Lara, un enjambre de chiquillos canta y baila bajo la guía de jóvenes animadores: «¡Chu chu a, chu chu a, gua gua guá…», corean antes de acompañar con la mímica un «brazo extendido, puño cerrado, manos arriba…» que, entre aciertos y equívocos puntuales, les hace reír a todos.

Al rato, salen al escenario las bailarinas de laaargo currículo del Club de Abuelos para presentar la Zaragoza, y el forastero entiende mejor de qué le hablaba la instructora cubana, pero lo que más impresiona es el sereno arribo de figuras «de bronce» que parecen conocidas.

Son las estatuas de Vargas. La animadora pregunta a quiénes encarnan y los muchachos levantan las manos: Reinalí dice que esta, a Bolívar, y explica quién fue ese grande de cuerpo pequeño, mientras Jesucito ve en otra a la Negra Hipólita y afirma que también a dicha nana debemos la gloria de El Libertador. 

Varias figuras caminan lentamente, con broncíneo peso, entre muchachos que responden preguntas sobre estampas culturales de los abuelos. En ese juego de interrogación, junto con las de sus maestros, hay manos de instructoras cubanas.

La actriz venezolana Zully Domínguez lidera ahora, junto con su compatriota Iralis Narvaez, el proyecto de las estatuas vivientes de Vargas que en abril de 2014 surgió de la idea y la mano de un instructor cubano. «Ya hemos hecho casi 30 de ellas, entre niños, jóvenes y adultos. Sembramos esa semillita en cada localidad y cada escuela», refiere.

El periodista ha visto actuar, en más de un acto en Caracas, desde personajes históricos como Bolívar, Chávez, Manuelita Sáenz, José Martí y el pintor Armando Reverón,  hasta anónimos esclavos y damas de época que refuerzan el guion de homenajes específicos. 

Además de arte y colaboración solidaria, este es libreto de sacrificio porque los artistas apelan incluso al reciclaje para componer maquillajes y vestuarios que requerirían caros recursos bloqueados por el «donante caprichoso».

Vestida de Negra Hipólita, Zully Domínguez responde que no importan amenazas: «Primero el amor. Donde hay amor hay paz. El arte no tiene fronteras, y cuando rescatamos los valores de los niños, cuando les sacamos sonrisas, la cultura lo vence todo».

Un aparte con Bolívar

Bajo el bronce simulado de este Bolívar hay un niño. No es metáfora, sino que Isaías Pérez Bello, el artista que lo interpreta, tiene apenas 14 años. «Me siento contentísimo de estar en el proyecto; es algo que los hermanos cubanos nos trajeron, pues. Nos sembraron ese amor y estoy agradecido primeramente con Dios y luego con ustedes, por enseñarnos», afirma el muchacho.

Isaías cuenta que conocía la historia de El Libertador, pero que desde que lo interpreta la sabe mejor. Ha ido a muchos lugares y, además de actuar, disfruta «dar un querer» a la gente que aplaude. Niño al fin, también se regocija con que la gente lo llame: «¡Eh, Bolívar…!», así, con alegría.

Ese Simoncito de actualidad interpreta a su modo la amenaza a su patria: «Somos un país de paz, amor y cultura. Los niños venezolanos son felices; en pleno teatro nos abrazan, lloran emocionados, nos cuentan cosas bonitas… ¿Dicen afuera que hay algunos tristes? Puede haber uno, pero nosotros estamos para levantar su corazón».

¡Cubanas…!

En su segunda misión en Venezuela, María Teresa Díaz González, la otra instructora cubana en el estado, es asesora de teatro y, al igual que Yoanka, no cesa de andar: «Damos conferencias, asesorías, charlas, talleres de apreciación y de creación… a todos los sectores poblacionales, con énfasis en los jóvenes. Vamos a los liceos y a las comunidades y atendemos unidades artísticas», dice como trabaja, de carretilla.

María Teresa sostiene que el instructor de arte siempre está en el lugar que más lo necesita, así que a ella se le puede hallar —como a la imparable Francisca del cuento de Onelio Jorge Cardoso— lo mismo en esta comunidad de Urimare que en La Lucha, Catia la Mar o más allá.

El gobierno en Vargas está satisfecho con el trabajo de la Misión Cultura Corazón Adentro, y tiene motivos: el empuje de las instructoras fue decisivo para el rescate de la casa comunal y del teatro, y ya María Teresa tiene a punto un montaje con 32 «niños-abejas» para devolver al escenario La Colmenita del estado.

Con ellas dos, únicas representantes de esta misión cubana en todo Vargas, el reportero habló de la grisura, a menudo salpicada de rojo, con la cual los titulares del mundo pintan a Venezuela. Porque, dicho fue de paso, la mañana con aquellos artistas aficionados fue puro esparcimiento.

Yoanka ve difícil que una Revolución caiga. «Estamos nosotros: los cubanos hemos luchado, nos vamos a mantener y somos ejemplo en el mundo. Dudo que la Revolución Bolivariana caiga. Aquí la cultura es un pilar, como en Cuba; llegamos con el compromiso de llevarla a todos los rincones del país, y eso fortalece al venezolano». «¿Bailando se puede defender?», provocó el periodista: «¡Claro que sí!», respondió enseguida.   

En tanto, María Teresa puso una pizca de diálogo teatral a su respuesta: «La familia me llama: “Oye, se dice esto, se dice lo otro…”, pero míranos, seguimos serenas. Les digo que no se preocupen, que estamos bien, trabajando en las calles, sin problema. Ahora mismo voy para el taller con los niños de La Colmenita. Mi mamá todavía duda y me insiste: “¿Seguro que estás bien?”. Y repito que sí, que estoy con los muchachos. Ya por último le digo que puede estar tranquila, que la verdad la tenemos nosotros».

María Teresa y Yoanka, junto a artistas del proyecto de las estatuas.

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