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Cuba, Europa y las claves del entendimiento

Más allá de su abanico temático, la mayor hondura del Consejo Conjunto Cuba-UE, que sesionará este lunes, es que fomenta vínculos basados en la igualdad, la reciprocidad y el respeto mutuo

 

Autor:

Enrique Milanés León

Una semana después de la celebración exitosa en La Habana del primer Comité Conjunto entre Cuba y la Unión Europea (UE),  este lunes sesionará en nuestra propia capital el segundo Consejo de igual carácter, también dirigido a pasar —y «escribir»— revista a la implementación del Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación (ADPC) con el cual en diciembre de 2016 ambas partes no solo ajustaron la rampa de relanzamiento de sus relaciones, sino que además dieron culta sepultura a aquella Posición Común que tanto daño hizo en dos décadas, lo mismo a la Isla caribeña que al tejido de vínculos cubanos de Bruselas.

El hecho de que nuestro ministro de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez Parrilla, y la alta representante de Política Exterior de la Unión Europea (UE), Federica Mogherini, se reúnan de nuevo al frente de delegaciones oficiales en este Consejo Conjunto ilustra claramente cómo el diálogo produce los frutos de acercamiento que jamás alcanza la presión.

Con piernas de Cuba y de la UE se adelanta ahora un trayecto que comenzó a enfrentar la Posición Común desde el reinicio de la plática a nivel político, en 2008, a lo cual siguió, en 2014, el arranque de las negociaciones para el Acuerdo de Diálogo Político y de Cooperación (ADPC) que, rubricado en papeles dos años más tarde, se robustece en la práctica por estos días.

Aunque nunca faltarán fricciones, porque el objetivo de Cuba con el ADPC, dejado bien claro por nuestro canciller, es aprovechar los frutos resultantes en función de un desarrollo dirigido a construir una economía socialista, eficaz y perdurable —que obviamente no interesa a la Europa del gran capital—, lo que nadie puede negar es que se desbroza un sendero humano más derecho de Bruselas a La Habana, y viceversa, eludiendo las vueltas, subidas, bajadas y tropiezos que a menudo enrarecieron los contactos de un lado a otro con el consiguiente beneplácito de Washington, el mal vecino de Cuba y raro aliado de la UE que ha pretendido por décadas alejar a cualquier competidor de su área de influencia.

Si los yanquis siempre pretendieron a América para los (norte)americanos, no hace falta decir qué han creído y soñado sobre la «propiedad» de Cuba.

Pero sigamos con el Acuerdo: Más allá de su abanico temático, que incluye capítulos de diálogo político —derechos humanos, armas pequeñas y ligeras, desarme, migración, drogas, antiterrorismo, desarrollo sostenible…—, cooperación y política sectorial —gobernanza, sociedad civil, desarrollo social y económico, medio ambiente, cooperación regional…— y comercio y cooperación comercial —aduanas, facilitación del comercio, normas y estándares técnicos, comercio sostenible e inversión…—, su mayor hondura radica en que fomenta en torno suyo vínculos basados en la igualdad, la reciprocidad y el respeto mutuo. Así, sí nos entendemos.

Lo primordial del Acuerdo es que dejó asentado, en el respetable idioma de la diplomacia, el reconocimiento de la Unión Europea a la «soberanía, integridad territorial e independencia política de la República de Cuba», lo cual inscribe el capítulo bilateral, aún en proceso de crecimiento, como otra victoria en nuestra larga lucha por la justa integración mundial sin arriar los principios nacionales.

Como parece que al Diablo le gusta el trópico, Cuba y Europa tendrán que lidiar con Donald Trump, el presidente ajeno que no «lleva vela» en este Acuerdo pero que ha intensificado el bloqueo a la Isla y con ello retado a La Habana y a Bruselas a establecer mecanismos de lucha concertada contra un asedio que, por cruel, tensa vidas en la Isla, pero por injerencista lacera el honor de empresas y ciudadanos europeos.

Tras dejar atrás una Posición Común muy rechazada por Cuba —que la consideraba selectiva, discriminatoria y de apariencia casi más estadounidense que la del mismísimo Uncle Sam—, ahora Europa opta por un sentido común más acorde con su paradigma cultural, su apertura al horizonte y su arraigado sentido de la independencia.

En tiempos en que el presidente menos presidente que haya visto este siglo combina el mayor poder de fuego con el menor calibre de coloquio, Europa puede saber que Cuba es un interlocutor idóneo para dar alas conjuntas a cuatro palabras que no solo pueden marcar la diferencia, sino también salvar la humanidad: acuerdo, diálogo, política y cooperación. De todas, bien integradas, puede salir mañana un gran Consejo.

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