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Hay que pensar en otra manera de construir el mundo

La aseveración del presidente argentino Alberto Fernández, invita a reflexionar: ¿Todos en América Latina aprenderán las lecciones que está dejando la COVID-19? El enfrentamiento al mal está dibujando las posibilidades y las deficiencias de dos modelos. Viene otra década perdida, avisa la Cepal

 

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Algunos romancearon tenebrosamente en los comienzos del mal al asegurar que el planeta, depredado por el egoísta manejo que de sus riquezas estamos haciendo los hombres, se había «quejado» haciendo estallar esta crisis humana que ha apagado tantas chimeneas en las industrias y dejado estático tanto automóvil, mientras permanecen por un rato en paz los bosques que talan las transnacionales… y mueren, también, tantas mujeres y tantos hombres. La Tierra, han aseverado incluso algunos científicos, por primera vez en muchas décadas, respira…

Después que la Covid-19 sea solo una pesadilla, quizá la humanidad repare si no vale la pena llevar en lo adelante una vida menos cómoda y más amigable con la naturaleza ya que, a fin de cuentas, ahora ha sido posible.

Pero, tras ese análisis, que seguro no harán los dueños de los emporios saqueadores, quedará a las naciones y a quienes las dirigen mirarse por dentro y, otra vez, hacia atrás, hacia las decenas de miles de víctimas que a esas alturas se habrá cobrado ya el virus.

Los de más alma, es decir, quienes conservan el corazón en el pecho y no en el bolsillo y ven la política como un ejercicio hacia el prójimo y no cuotas de poder, deberían detenerse entonces a pensar qué falló; qué impidió salvar más vidas.

Sistemas de salud privatizados y, por tanto, inexistentes, están haciendo más difícil en muchos países el trabajo del personal sanitario, impiden a la población llegar a ellos, y los deja a merced del destino en ausencia de estrategias nacionales para enfrentar una enfermedad global que pende sobre la cabeza de todos.

Hay mandatarios que se lamentan de haber heredado la dirección de Estados desgajados por sus predecesores y, por tanto, con poca capacidad de maniobra en las riendas que ahora ellos manejan.

Tal es el caso del presidente de Argentina, Alberto Fernández, quien se ha quejado, como muchos de sus paisanos, de que el Gobierno anterior haya acabado con el sistema de Salud, y ahora ha debido crecerse con medidas sociales a tiempo que han paliado las estrecheces de un Estado que, además, lo dejaron endeudado hasta el tuétano.

Otros ni siquiera repararán en lo ocurrido, como Jair Bolsonaro, quien sigue poniendo el rostro ante el mismísimo virus y volvió en las últimas horas a desafiar el aislamiento social dictado por sus autoridades de Salud, estrechando manos y paseando por establecimientos sin protección, con lo cual ponía en riesgo no ya su integridad física, sino la de la ciudadanía. No de balde su nación rebasó el viernes los mil muertos, para ostentar un tristísimo récord latinoamericano.

Ecuador, con casi 5 000 casos confirmados y, para esa fecha, más de 270 muertos, le seguía los pasos de lejos a su vecino, evidenciando en los números la falta de eficacia y, al parecer, de preocupación del presidente Lenín Moreno, a juzgar por la imposibilidad de proveer, al menos, ataúdes a los deudos para sepultar a sus muertos por la Covid-19.

Duelen en Ecuador los enfermos y duele la pena de los sobrevivientes, quienes no tenían siquiera féretros para sus muertos. 

En general, las cifras en Latinoamérica van en alza y abren paso a la pandemia. La región, que estuvo hasta hoy a la zaga en los números de casos positivos y fallecidos, ya está alcanzando a Europa. Al entrar este fin de semana, fuentes de información apuntaron que América Latina concentraba el 45 por ciento de los contagios en el mundo, y el Viejo Continente, el 46 por ciento.

Para entonces, Latinoamérica frisaba los 50 000 diagnósticos positivos y superaba las 2 000 víctimas fatales.

Si bien son necesarios los recursos, lo más importante radica en la capacidad de los Estados de actuar, y la voluntad política de hacerlo.

Un buen ejemplo de ello es Venezuela, un país bloqueado por las sanciones de EE. UU. que debió pedir al Fondo Monetario una ayuda de emergencia para atender la enfermedad, pero nunca se le concedió, y cuya atención a las comunidades, a pesar de los aprietos financieros, la situaba hasta ahora entre los países con menos presencia del contagio y menos decesos.

En la misma cara de la antípoda se ubica Cuba. Y es que el enfrentamiento a la pandemia está poniendo, cara a cara, las posibilidades y las limitaciones de dos modelos. Uno, regido por el capital y el mercado a costa de inexistentes políticas sociales y Estados que dejaron casi todo en manos de los privados; el otro, con capacidad de actuar al conservar en sus manos la dirección de los recursos, y con el centro puesto en los seres humanos.

El panorama, todavía incompleto, muestra dos escenarios que también son visibles, aunque con las diferencias de rigor por la abismal brecha de desarrollo, en Europa.

Ante una catástrofe como esta epidemia global, se puede poco en los países donde la autoridad transnacional y la propiedad privada son dueños hasta de las instituciones y políticas de salud. Menos, si a esos funcionarios gubernamentales las personas les importan poco.

También serán menos eficaces las respuestas en esta inédita coyuntura global, si no existe la colaboración internacional de la que han dado  muestra los Gobiernos de China, Rusia, Venezuela y Cuba, aunque no todos ellos sean los que más recursos tengan.

Tales convicciones fueron reconocidas por el presidente Alberto Fernández en un análisis dictado por la razón y no por las ideologías, durante su participación, hace tres días, en una videoconferencia del denominado Grupo de Puebla, conformado por líderes de 14 países.

«La sociedad organizada salva al hombre», aseveró antes de exhortar a «pensar otra manera de construir al mundo cuando esto pase».

La crisis planetaria obliga, en efecto, a pensar profundo y en grande: la Covid-19 ha desafiado a la ciencia y tendrá todavía una mayor repercusión social, política y económica.

Fuerte y aún impresisa caída del PIB

Pero después de la emergencia sanitaria, todavía las ciudadanías latinoamericanas abonarán otra cuota que entonces será mayor.

Solo que esta secuela alcanzará también a los emporios oligárquicos y a quienes se llevan las riquezas, quizá más a salvo ahora de la pandemia porque tienen hospitales privados.

Los pronósticos para América Latina no son halagüeños. El informe más reciente de la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) estima que la contracción de la economía regional en 2020 será de 1,8 por ciento, pero no descarta que llegue al cuatro por ciento: un cálculo sombrío que tiene como antecedente el bajo PIB regional de 2019, de apenas un 0,1 por ciento, razón por la cual esta crisis halla a la economía latinoamericana con escaso dinamismo y desacelerada.

En entrevista concedida a la agencia EFE, la secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena, dijo que, además, pesarán la caída del turismo, que se sentirá con fuerza en el Caribe y, para el resto de la región, el shock que la Covid-19 ha significado en la demanda de sus principales socios comerciales, también golpeados por la pandemia: China, Europa y Estados Unidos, país del que, advirtió la titular, «no podemos esperar nada» porque «no tiene sentido de comunidad».

Desde la visión técnica que corresponde a su cargo, incluso Bárcena realizó sugerencias que, en otro momento, se habrían adjudicado a la izquierda, cuando pidió «avanzar hacia la integración como única salida», y «repensar la globalización».

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