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Lo que deja Trump y lo que le espera a Biden

No son buenos los tiempos, y cualquier agenda política, social o económica de un Presidente que comienza debe someterse al dictado del enfrentamiento a la pandemia de la Covid-19 más los avatares de una herencia trumpiana bien complicada

Autor:

Juana Carrasco Martín

Allan Lichtman, profesor de Historia de la American University, tampoco se equivocó al pronosticar el vencedor en las elecciones presidenciales de 2020. Su récord de vaticinios exactos, que data de 1984, quedó intacto.

Funcionaron las claves a observar, las cuales explicó en una entrevista concedida a The Morning Show, de la Wisconsin Public Radio, el porqué le daban la victoria a Joe Biden a pesar de no ser carismático, y que luego le hizo aseverar categóricamente en un artículo de opinión en The New York Times a comienzos de agosto pasado que «Las claves predicen que Trump perderá la Casa Blanca»:

Los terribles números de la pandemia del coronavirus, el movimiento nacional de protestas contra la brutalidad policial y el racismo sistemático, el malestar social y el colapso económico que borró las ganancias económicas que iba presentando Donald Trump hasta que la
Covid-19 apareció en escena.

A decir verdad, el trumpismo y su mal manejo de la inesperada situación de este fatídico 2020 y sus secuelas, derrotaron al magnate que administró a Estados Unidos durante cuatro años como si fuera un enorme monopolio capitalista, y no el representante imperial de los grandes negocios que debe seguir reglas del juego por ser vitrina de la democracia.

Sin duda la pandemia se levanta como el gigante a enfrentar  por el presidente electo, aunque cuente ya con el armamento de la vacuna. Una población de más de 300 millones de habitantes no se inmuniza —lo que está por ver de manera efectiva— en un santiamén, por tanto seguirán creciendo los números de contagiados y fallecidos y su consiguiente implicación en la economía del país.

Sin dudas los primeros meses del Gobierno de Joe Biden serán  tortuosos y no tiene a su favor un Congreso en el cual los demócratas —si bien conservan la mayoría en la Cámara esta se vio disminuida y con la presencia de algún que otro nuevo miembro ultraconservador que dará batalla—, tendrán que luchar a brazo partido en el Senado. 

Ahora bien, el legado que deja a su paso Donald Trump es mucho más notorio y perjudicial, porque llevó a Estados Unidos a un estado de polarización extrema y manipuló de tal manera a buena parte de los estadounidenses que sus fieles seguidores y los 74 millones de estadounidenses que votaron por él, han aceptado la impunidad y la existencia del pantano de corrupción en los altos niveles de la nación y de las élites de poder, aun cuando una de sus promesas de campaña, fue acabar con el pantano «demócrata».

Los perdones de estos días finales de su presidencia hablan por las claras de ese pantano, cuando buena parte de los indultos y anulaciones de penas son para personas bien cercanas a su entorno político o familiar, fieles a su proceder, millonarios ejecutores de fraudes fiscales y otros delitos económicos.

Un «logro» de Trump, completado este en el año 2020 dará probablemente un vuelco sustancial a la legalidad hacia la  derecha. Designó tres jueces de la Corte Suprema —un cargo de por vida—, y el 25 por ciento del poder judicial federal. Con ello ha invertido o roto el equilibrio de tribunales de apelaciones federales y en el caso de la máxima instancia pudiera expresarse en una alteración del poder regulador del Gobierno, del derecho al aborto y de la ley de inmigración, por citar tres en debate y ante las cuales las posiciones del Presidente saliente y quien juramentará el 20 de enero como  el presidente 46 de la nación,  son diametralmente divergentes.

Según entendidos en materia judicial, y de los demócratas en particular, esto es una toma de poder por parte del ala más conservadora de los republicanos.

¿Cómo enfrentará Biden el gravísimo problema del racismo institucionalizado y su expresión más pública y violenta, la brutalidad policial? No pocos analistas consideran que la extrema derecha blanca impulsada por Trump persistirá en hacer valer su «derecho» de supremacía.

Si bien Trump no pudo construir el muro físico con México, ni hacerles pagar por ello a sus vecinos sureños, pues el costo de las áreas  remodeladas y lo poco nuevo lo sacó del bolsillo de los contribuyentes estadounidenses, las restricciones que impuso a la inmigración han suplido con creces ese valladar y habrá que ver cómo las destraba la administración que viene o cómo las mantienen el poder judicial trasvestido, pero se lo debe a la población latina y al sueño de millones de indocumentados que el trumpismo convirtió en pesadilla.

De todas maneras, Biden, quien enarboló como lema recuperar «el alma de la nación» tiene ante sí un enorme reto porque esa nación está dividida y no precisamente por una línea del color de los partidos, sino una que pone en jaque a la democracia liberal, con el fomento de la desconfianza hacia las instituciones de Gobierno, la prensa, la ciencia y el mismísimo proceso electoral.

Por otra parte, Biden se vio obligado a hacer guiños al progresismo estadounidense y dentro del Partido Demócrata y también debe cumplirles, o al menos intentarlo, y no son pocas las materias a aprobar, ni tampoco fáciles.

Entre ellas se encuentran la educación —solo con la deuda insalvable de los universitarios tendrá un buen dolor de cabeza—; la salud pública puesta en tela de juicio por la covid-19 debiera introducir un seguro público universal; el trabajo organizado cuando el desempleo alcanza a millones de estadounidenses golpeados por el cierre de empresas de todos los tamaños y sectores de la economía y donde volverá con  fuerza el reclamo del salario mínimo.

En esa lista no pueden faltar los impuestos —cuando las reducciones ejecutadas por Trump sirvieron para que los más ricos salieran altamente beneficiados con un 60 por ciento— y ahora no podría dejar de beneficiar a los de menos ingresos, trabajadores, minorías étnicas, mujeres, inmigrantes.

Un giro de 180 grados se le hace obligatorio en temas esenciales de política exterior y de relación con aliados, amigos y hasta adversarios. Un campo en el cual Trump sembró tensiones y guerras económicas.

En algunos casos le será «fácil», como regresar al Tratado de París, a la Organización Mundial de la Salud, restaurar intercambios civilizados con sus aliados de la Unión Europea y la OTAN, entre otras.

No así con respecto a Irán, a China, a Rusia, incluso a la América Latina donde regresan aires renovados de soberanía en algunos países y con ellos de integración.

Cuánto mantendrá de las políticas de sanciones, de las guerras comerciales, establecidas con altos aranceles que no solo enfrentaron a EE. UU. con el Gigante asiático y otros adversarios, sino también a aliados políticos y estratégicos por esa visión de feroz competencia empresarial que primó durante cuatro años en la Casa Blanca.

¿Podrá Biden respetar el derecho del pueblo palestino dando marcha atrás al abrazo de Washington con el apartheid de Netanyahu?

Mucha tela por donde cortar y habrá que esperar los primeros pasos del nuevo presidente. Una cosa cierta: 2021 no dará respuesta a todas las incertidumbres, pues la Covid-19 seguirá implantando reglas.

Eso sí, los nubarrones de cuatro años de trumpismo no serán fáciles de despejar. El economista y columnista Robert Reich ha dicho que el legado más vil que dejará Trump es la aceptación de su comportamiento, y prácticamente la mitad de la población estadounidense parece estar inscripta en esa lista.

 

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