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Bolivia, navegando pese al mal tiempo

Los buenos índices de la nación en materia económica y social desafían las estrecheces provocadas en el mundo por la Covid-19 y las tensiones en Europa 

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Con índices que hoy la sitúan entre las mejor posicionadas en materia económica en América Latina y el Caribe, Bolivia podría resultar el más diáfano ejemplo de cuánto la soberanía sobre sus recursos naturales, y la aplicación de políticas propias centradas en el bien social, determinan el bienestar de los pueblos.

Mientras casi toda la región hace aguas a merced de la tempestad económica y financiera mundial, la barca boliviana navega con viento a favor y prevé que su PIB crezca cinco por ciento este año.

Resultará casi una excepción cimentada no solo en sus importantes reservas energéticas y de minerales como el litio, que hacen de Bolivia una nación «poderosa». Los resultados se erigen, además, sobre bases que no fueron echadas ahora.

Siendo uno de los países más ricos de la región en atención a esos recursos, estuvo, sin embargo, a la cola, y se le consideró una de las naciones más pobres de la región latinoamericana y caribeña hasta 2006, fecha de asunción de Evo Morales y el MAS al frente de la presidencia.

Con una visión estratégica que constituyó el eje a partir del cual ha cambiado todo, la nacionalización de los hidrocarburos y la renegociación de los leoninos contratos establecidos con las firmas extranjeras que explotaban el gas, fue el primer e imprescindible paso y estableció desde entonces la senda del crecimiento económico, con lo que dio asidero a la voluntad del nuevo Estado de distribuir con justicia la riqueza, y hacer partícipes de ellas a las mayorías indígenas postergadas durante siglos. 

Sin echar a nadie, se invirtieron los porcentajes de ganancias… No era posible que los mayores dividendos se los siguieran llevando las transnacionales.

Los resultados macroeconómicos y de desarrollo social que exhibe hoy Bolivia, corroboran la efectividad de esa política, como la describe el denominado Modelo Económico Social Comunitario Productivo que rige el curso de la nación desde 2006.

A ello se suma ahora un manejo de la economía «poco ortodoxo», como suelen decir las autoridades del Gobierno que preside Luis Arce, y que le está permitiendo al Estado Plurinacional sortear con éxito las penas provocadas por la crisis económica que ha desatado en el mundo la COVID-19, ahondadas después por las tensiones en Europa.

De acuerdo con las nuevas estimaciones de la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) —que en un informe de abril rectificó sus previsiones a tenor del impacto que el operativo militar ruso en Ucrania y las sanciones a Moscú provocan— «se prevé un crecimiento promedio de 1,8 por ciento para la región» en un contexto donde, explica el estudio, el conflicto europeo «ha agudizado los problemas inflacionarios, aumentado la volatilidad y costos financieros (…)».

Según el informe, se prevé un crecimiento promedio, específicamente, de 1,5 por ciento para los países de América del Sur; 2,3 por ciento para las naciones de América Central más México, y de 4,7 por ciento para las del Caribe, mientras se constata una aceleración de la dinámica inflacionaria regional que para marzo de este año registraba un índice de 7,5 por ciento.

En consonancia, y como consecuencia de una política monetaria de los bancos centrales más restrictiva en respuesta a esas condiciones, la Cepal auguró una contracción del gasto público y del aporte de la política fiscal al crecimiento.

Pero, gracias a una reacción del Estado totalmente distinta, esas predicciones no se están constatando en Bolivia, donde no solo es halagüeño el crecimiento esperado de 5,1 por ciento de su PIB cuando termine este año. Lo que constituye noticia que replican los medios en todas partes, es el hecho de que la inflación del primer semestre de este año se cifre ahora mismo en apenas 1,2 por ciento, el índice más bajo en América Latina y el Caribe y, posiblemente, uno de los menores índices en el mundo.

Una actitud, sobre todo, política

Claro que el asunto no es solo de desempeño económico, sino resultado de la voluntad del actual Gobierno boliviano de retomar la senda del crecimiento y la justa distribución, interrumpidos con el golpe de Estado de octubre de 2019 como abortadas fueron desde entonces las conquistas sociales obtenidas mediante la llamada «refundación», que desató Evo.

Luego de años de crecimiento económico sostenido, las medidas entreguistas y neoliberales del régimen de Jeanine Áñez contrajeron la economía boliviana en ocho por ciento para 2020, fecha de la asunción (noviembre) del ejecutivo de Luis Arce.

La rápida recuperación constatada desde entonces añade lauros a la gestión de un país que, en comparación con los índices del período de vigencia golpista, ha conseguido, en menos de dos años, revertir el desastre causado por los usurpadores, y ha logrado que esos éxitos económicos impacten y derramen la bonanza al área social.

Datos divulgados por PL citando a funcionarios locales dan cuenta de que el desempleo abierto urbano se redujo del 8,1 por ciento que exhibía en marzo de 2021, a 5,3 por ciento.

En declaraciones recientes, el ministro de Economía, Marcelo Montenegro, ha brindado otros detalles. Por ejemplo, que durante la administración de Áñez se perdieron más de 500 000 empleos. Entre mayo de 2020 y junio pasado, sin embargo, 1,2 millones de bolivianos que estaban sin trabajo, accedieron a un puesto laboral.

El favorable balance comercial registrado durante el primer semestre del año en curso, favorece también la gestión de cara a la ciudadanía.

En estos primeros seis meses de 2022, Bolivia alcanzó una balanza comercial favorable de 1 220 millones de dólares, indicó el domingo pasado el viceministro de Comercio Exterior e Integración, Benjamín Blanco, luego de los «números rojos», dijo, que se registraron durante el período golpista, y gracias a los 7 012 millones de dólares que han representado las exportaciones, casi el doble en relación con el mismo período de 2020.

Sin ortodoxia

Los modelos propios marcan el paso en Bolivia y vuelven a demostrar la importancia de las decisiones soberanas frente a las prácticas al uso en la difícil coyuntura que vivimos.

Industrialización —no se puede olvidar el enorme campo abierto con la explotación del litio— y sustitución de importaciones, constituyen los ejes de la política económica aplicada en Bolivia para hacer frente a las adversidades que constata el orbe, según ha explicado el propio presidente Arce, un economista de experiencia que dirigió ese Ministerio durante parte de la presidencia de Evo.

También es importante acometer esos derroteros sin contraer la inversión pública. «Generosas subvenciones» se destinan en Bolivia a la agricultura, la industria y los combustibles, explica el ministro Montenegro.

Arce ha destacado la importancia de aplicar medidas que sigan beneficiando a los sectores postergados y evitar que, para combatir la inflación, se pongan en vigor políticas ortodoxas que generen recesión, y el consecuente malestar social.

El quehacer económico boliviano proclama un cambio de visión que el país ya está aplicando gracias, primero que todo, al buen manejo de sus riquezas, sin olvidar el bien social.

Ello le está permitiendo avanzar a Bolivia, pese a lo crudo de la tormenta.

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