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Netanyahu, se va. Hamás, se queda

Todo indica que la Casa Blanca comenzó a sentir el peso de la presión mundial y el descrédito por dejar que su protegido extendiera la carnicería de Gaza a niveles de crueldad insospechados

Autor:

Leonel Nodal

Algo anda mal entre Israel y Estados Unidos, o mejor dicho, entre el primer ministro sionista, Benjamín Netanyahu, y la administración del presidente Joseph Biden. Al menos eso es lo que se desprende de los principales titulares y comentarios de la prensa israelí, atenta al más mínimo estornudo en Washington.

Por ejemplo, el influyente diario Haaretz encabezó el martes su primera plana con el siguiente título: «La frustración de Estados Unidos con Israel se ha convertido en ira» y añade: «Hamás es el primero en darse cuenta». Quiere decir: el «enemigo» se está aprovechando.

El Estado sionista tiene motivos para inquietarse con los cambios de estado de ánimo del mandatario norteamericano, debido a la dependencia económica, financiera, militar, política y diplomática de las decisiones que se toman en la Casa Blanca.

Los medios recuerdan que el presidente Biden voló a Tel Aviv 11 días después del ataque de Hamás del 7 de octubre para ofrecer y coordinar el total apoyo de Estados Unidos al Gobierno del primer ministro Netanyahu.

Sin embargo, todo indica que la Casa Blanca comenzó a sentir el peso de la presión mundial y el descrédito por dejar que su protegido extendiera la carnicería de Gaza a niveles de crueldad insospechados.

Netanyahu se dio el lujo de boicotear las negociaciones para un cese del fuego e intercambio de prisioneros que se realizaban en El Cairo entre Estados Unidos, Egipto y Catar. Y, además, repitió incesantemente la amenaza de una operación militar de alto poder sobre Rafah, último sitio de resguardo de un millón y medio de refugiados palestinos.

Todo indica que en las últimas jornadas Biden está de muy mal humor con el impertinente gobernante israelí, que sin el menor recato se da el lujo de hacer públicas sus diferencias.

A tal punto que el sábado último la Casa Blanca mandó a buscar al ministro de Defensa israelí, Benny Gantz sin dar cuenta a Netanyahu— para que escuchara un recado de la vicepresidenta Kamala Harris, y conversara con otros altos funcionarios sobre la marcha de la guerra en Gaza y las ideas de Biden para procurar un pronto y satisfactorio final al conflicto bélico, que ya dura demasiado y resulta perjudicial para sus aspiraciones de reelección.

Las líneas generales de su proyecto del «Día después en Gaza» las ha reseñado la influyente revista Foreign Affairs, en un extenso artículo firmado del ex primer ministro israelí Ehud Barak, quien expone con diáfana claridad la alternativa que la administración Biden presentó a Gantz.

Según Barak, «la administración Biden ha presentado a Netanyahu una propuesta para un nuevo orden regional de posguerra que pondría fin a la capacidad de Hamás de amenazar a Israel y gobernar Gaza, y pondría el control del territorio en manos de una Autoridad Palestina “revitalizada” (con la asistencia de los gobiernos árabes), normalizar las relaciones entre Israel y Arabia Saudita y establecer una alianza de defensa formal entre Estados Unidos y Arabia Saudita. Todo esto estaría condicionado a que Israel aceptara un proceso político con el objetivo a largo plazo de una solución de dos Estados, con el respaldo de gobiernos árabes amigos de Estados Unidos y opuestos a Irán y sus socios y representantes. La visión es la de un proceso que eventualmente produciría un Israel fuerte y seguro que viva al lado, detrás de fronteras seguras y acordadas, con un Estado palestino viable y desmilitarizado en Cisjordania y Gaza».

Netanyahu, añade Barak, «puede sumarse al plan respaldado por Estados Unidos para “el día después” en Gaza y al mismo tiempo, expresar reservas israelíes». Es decir, lo del Estado palestino se puede diluir a largo plazo.

Por otra parte, dice Barak, «si continúa rechazando el enfoque de Biden, Netanyahu corre el riesgo de arrastrar a Israel aún más al barro en Gaza; desencadenar una tercera intifada en Cisjordania; entrar en otra guerra con Hezbolá, la milicia libanesa respaldada por Irán; relaciones profundamente dañinas con Estados Unidos, del que Israel depende para obtener municiones, apoyo financiero y respaldo diplomático crucial; poner en peligro los llamados Acuerdos de Abraham que normalizaron las relaciones de Israel con Bahréin, Marruecos, Sudán y los Emiratos Árabes Unidos (y las esperanzas de que Arabia Saudita se una al club); e incluso arrojar dudas sobre los acuerdos de paz de larga data de Israel con Egipto y Jordania. Cualquiera de estos resultados sería terrible; cualquier combinación de ellos sería un desastre histórico», dijo el artículo.

Barak opina que «la guerra ha revelado la asombrosa incompetencia estratégica del Gobierno israelí y un asombroso vacío de liderazgo en su cúpula».

Una pincelada más de Haaretz completa la pesadilla de Netanyahu. «Para los palestinos el “día después” de la guerra de Gaza tendrá que incluir a Hamás».  Conclusión: Netanyahu, se va. Hamás, se queda.

Seguro que a Biden la segunda parte de la conclusión no le gusta nada, pero como viejo zorro de la política tratará de anular a Hamás por métodos más sutiles.

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