Foot cover de Noticia Autor: Juventud Rebelde Publicado: 13/12/2025 | 10:03 pm
El ALBA nació como Alternativa para los Pueblos de Nuestra América frente al ALCA, en tanto el «Libre Comercio para las Américas» que esta preconizaba era el anzuelo de un proyecto dominador estadounidense que engulliría a la región. De la misma forma, una alianza bolivariana que nos una será el antídoto al neomonroísmo protagonizado por Donald Trump, que de manera inusitadamente agresiva está haciendo reverdecer el antiquísimo afán por dominarnos.
En la contracara de esos objetivos estratégicos asumidos por la Casa Blanca, el ALBA, como vanguardia unitaria, constituye un valladar moral e ideológico —no hay que temer a un vocablo tan satanizado— para enfrentarlos.
La integración expresada bajo los principios de la solidaridad, la complementariedad y la cooperación ha sido la brújula que busca conducir a la región latinoamericana y caribeña a la real unidad. Buscando ese destino, puede asegurarse que el ALBA ha sido el más acabado proyecto.
Tras el derrotero integracionista y casi de manera sorpresiva —pero no sorprendente tomando en consideración el ingenio de ambos líderes—, Fidel y Chávez fundaron el ALBA en diciembre de 2004 en La Habana, con una luz larga y una vocación altruista indispensables para dar vida a un esquema unitario inédito en el mundo.
Tal decisión fue un parteaguas en la vida regional, y preámbulo del fracaso que, 11 meses después, estrellaría en la 4ta. Cumbre de las Américas la iniciativa panamericanista planteada en 1994 por el expresidente estadounidense Bill Clinton, e ideada algunos años antes por su antecesor George Bush. Tocaría al hijo de este, George W. Bush —sucesor de Clinton— recibir la bofetada en noviembre de 2005 en Mar del Plata, cuando fue imposible alcanzar el consentimiento para el ALCA, que tenía fecha tope ese año, gracias a la oposición de un grupo de mandatarios, quienes recordaron en la cita la falsedad de la neoliberal Teoría del Derrame, entonces en boga, y las negativas consecuencias del Consenso de Washington.
El Brasil liderado por Luiz Inácio Lula da Silva, la Venezuela marcada por Chávez, un Uruguay presidido por Tabaré Vázquez y la Argentina anfitriona encabezada por Néstor Kirchner, llevaron las voces cantantes.
En contraposición con aquel proyecto mercantilista y hegemónico del Norte, la autóctona alianza de nuevo tipo echada a andar por Cuba y Venezuela dejaba a un lado los asuntos meramente comerciales para abrir espacio a nexos fomentados en un intercambio altruista que persigue, antes que cifras económicas, el bienestar y la justicia social para los pueblos, con la propuesta de aprovechar las ventajas de cada quien para complementar al prójimo.
La fundación del Banco del ALBA y el proyecto no materializado de un sistema de pago regional basado en el intercambio y que se llamaría Sucre (Sistema Único de Compensación Regional), fueron pasos osados y viables que hicieron a la Alternativa Bolivariana —hoy Alianza— referente de esquemas actuales que ahora instauran iniciativas similares, como el grupo Brics.
La generosidad de una nación rica en petróleo y otros recursos naturales como Venezuela, y el capital humano que hace relevante el desarrollo social de Cuba, permitieron echar a andar las primeras experiencias destinadas a mejorar la vida de los pueblos de la región, y demostrarles cuánto puede ese «toma y daca» distinto.
La Misión Milagro, que devolvió la vista a más de 6,5 millones de latinoamericanos y caribeños, y el programa Yo sí puedo, puerta a otros diez millones o más de ciudadanos para salir del analfabetismo, fueron las primeras muestras del poder de esa colaboración, seguidos por la iniciativa venezolana PetroCaribe, destinada a proveer de crudo a las islas de la zona, y de los llamados proyectos grannacionales que extendieron propósitos de desarrollo por la geografía centro y sudamericana, y caribeña.
Más recientemente, el compartir las vacunas creadas y producidas por Cuba para combatir la COVID-19, la preocupación por el desarrollo de una inteligencia artificial pensada para nuestros países, y otros propósitos atemperados a los tiempos sin desdeñar actividades económicas primarias pero indispensables para la vital soberanía alimentaria como la pesca y la agricultura, sustentan el deseo de avanzar pese a la guerra multidimensional con que Washington castiga a Venezuela, y el cerco cada día más estrecho para asfixiar a Cuba, las naciones fundadoras y punteras.
Obviamente, el cumplimiento de los objetivos unitarios tiene un insoslayable signo antimperialista. El motivo es esencial: no podrá existir integración latinoamericana y caribeña sin respeto a nuestra independencia, único modo de conseguir el concepto de felicidad enarbolado por Bolívar: «Lograr el bienestar de la Patria es la cúspide de la felicidad humana».
Y se sabe que el deseo hegemónico de Washington siempre tratará de impedirlo.
Hace apenas unos días, la divulgación de la llamada Nueva Estrategia de Seguridad Nacional de la administración Trump reconoce con pelos y señales cuáles son las metas de su agresiva política para América Latina y el Caribe.
Esos planes se centran en el «reajuste» de la presencia militar estadounidense en nuestro hemisferio «para contrarrestar» la inmigración, el narcotráfico y lo que describe como el auge de potencias adversarias en la región.
Para ello traza el objetivo de desplegar una mayor presencia de su guardia costera y la armada en estos lares, «asegurar la frontera y derrotar a los cárteles, incluyendo, cuando sea necesario, el uso de fuerza letal», advierte.
Nada modesto, el documento considera este desempeño intervencionista y bélico como parte de lo que denomina el «Corolario Trump» a la Doctrina Monroe, citan los reportes que ya examinaron el documento, en alusión a los dictados trazados en 1823 por el entonces mandatario estadounidense James Monroe, según los cuales América (entendida por ellos como toda la región) es «para los americanos», en alusión únicamente a los nacidos en la decadente potencia del Norte.
La materialización de esos deseos es ostensible en medio del brutal despliegue naval y aéreo con que el Pentágono tiene erizado de armas el Mar Caribe tras el pretexto falso de combatir lo que llaman «el narcoterrorismo», con la amenaza de incursiones terrestre sobre las cabezas de los habitantes de nuestra región y de los marines reasentados en países que han sucumbido a las presiones de la Casa Blanca.
Todo ello sigue demostrando que la integración latinoamericana y caribeña no solo es viable y efectiva, sino indispensable para la sobrevida de nuestros pueblos. Por ese camino se conduce el ALBA.
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