Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Alameda

Autor:

Mercedes Muñoz Ruiz

Son las seis de la tarde en la Avenida del Puerto de La Habana. El sol juega a colorear las nubes con rojos y violetas mientras el aire fresco de la primavera, que en nuestro país viene a ser un verano anticipado, transmite una profunda sensación de paz. Sentado bajo algún árbol de la Alameda de Paula, tus párpados se mecen. Pero no duermes, justo porque a esa hora esta área se llena de vida.

La gente espera en el Emboque de Luz la llegada de la lanchita que cruza la Bahía para llevarlos a su destino. Otras personas corren para alcanzar la guagua o se sientan en el muro del Malecón a conversar. Así, con el cambio de luces en el cielo, se vuelve más movido el primer paseo de la capital.

Proyectada en 1777 por indicación del capitán general Felipe Fons de Viela, marqués de la Torre, la Alameda se extiende desde la calle Oficios hasta la Iglesia de Paula, de donde adquiere su nombre. Antes de esa fecha aquí existía un fétido basurero conocido como El Rincón.

Pero el lugar que muchos habaneros no pensaban siquiera visitar se convirtió en un notorio sitio de intercambio social. Desde aquella época ya contaba con grandes árboles para aplacar el intenso sol. En las entradas, los caleseros cuidaban los quitrines mientras sus señores disfrutaran la caminata, y el paseo ganó popularidad entre los criollos.

Actualmente, aunque todavía existen los coches tirados por caballos, la Alameda ya no es tan concurrida. Ahora se presenta como un espacio de calma. De hecho, los cascos contra el suelo y los cascabeles de los caballos suelen marcar el ritmo sonoro del lugar.

Esa tranquilidad solo es interrumpida, a veces, por el ruido de la lanchita alejándose hacia el municipio de Regla y dejando una espesa ruta blanca tras de sí. Y en otras ocasiones por la risa estrepitosa de un niño, por las palabras que balbucea un bebé cerca de ti, por el ladrido de un perro o por el timbre de un triciclo con el que otro pequeño rodea la fuente de mármol blanco, ubicada al centro del paseo desde el siglo XIX como tributo a la Marina de Guerra Española.

 De esta forma, la Alameda conserva ese espíritu de relajación al que se suma orgánicamente la estatua que inmortaliza a Nicolás Guillén, el Poeta Nacional, con la vista perdida en el mar, como quien desea encontrar la inspiración en el día a día de la gente común.

Entonces, es casi obligatorio recorrer con la mirada desde donde está la estatua hasta el final del paseo. Descubres así parejas de enamorados caminando juntos bajo el crepúsculo, ancianos en bancos distantes y solitarios, jóvenes escuchando música en la entrada de la Casa de la Cerveza situada en los antiguos Almacenes de Tabaco y Ron, y pescadores que repletan el muelle flotante con sus varas y carnadas.

Para ellos la luna llena, asomada entre las nubes, depara tal vez una noche especial. A los pescadores, la marea alta les asegurará mayor fortuna. Y las farolas, elementos originales del paseo, se encenderán para anunciar el comienzo de la vida nocturna de La Habana. Una ciudad  indetenible, cargada de pasajes históricos y en constante transformación.

 

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