Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Si Martí lo hacía, papá

Autor:

Luis Sexto

La semana pasada presencié un hecho. Más bien, lo oí. El comentarista, más que los ojos, ha de tener los oídos pegados al borde de la caída... Recientemente visitaba cierta zona muy familiar, y salí al batey —hablo de un ingenio azucarero— a comprar alguna vianda. Al pasar frente al parque oigo que alguien dice: «Por ahí va el periodista: pasea para mirar y ver qué cosa está mal...».

Más que mirar yo oía. Y el asunto es que oí a un padre regañar a su hijo de 10 años. Le prohibía criar dos gallitos finos, de pelea. No te lo permito; cría pollos para comer, pero para pelear, no. La actitud paterna era irreprochable. El niño le replicó: «Por qué no, papá, si Martí crió cuando niño un gallito fino...». Tuve que reír. El padre también. El muchacho ya usaba lo aprendido en la escuela para justificar su conducta. Recordó aquella carta del niño Pepito Martí a su madre, desde Caimito del Hanábana, cerca de Colón, cuando acompañaba a su padre destinado a trabajar allí.

Usted también ríe. ¡Cómo saben nuestros hijos! Sin embargo, luego, cuando medita en lo que oyó, se percata que algo no está bien. Fijémonos en que el niño argumentó con un dato de la cultura, pero para defender lo que no es correcto. Ha usado al más ético de los cubanos para justificar lo que hoy no consideramos ético, ni legal. Quizá, cuando el niño leyó la carta infantil de Martí, faltó que el maestro o la familia le explicaran por qué el Apóstol hacía esa referencia a un gallo peleador de su propiedad en el siglo XIX.

Sobrá reconocerlo. La vida es más compleja que nuestros sueños. Y esto que cuento, más común de lo que algunos quieren creer. Los niños, en particular los de las zonas urbanas insertas en medios rurales, hallan diversión en la cría de su gallito, un «quíquiri», porque saben que, en lo más adentro de un cañaveral, a veces cubierto por la hierba en sus primeros surcos, hay un limpio donde se improvisa una valla, o en medio de un monte se abre un calvero adonde concurren, incluso, algunos de cuantos no debieran estar presentes...

El regreso de ciertas formas del pasado capitalista, incluso de la colonia, ha sido casi común durante el período especial. Uno de los síntomas de estos desajustes económicos ha sido la recurrencia del juego de azar. Quizá las carencias materiales estén condicionando el retorno de una afición que marcó, con la punta de una espuela, nuestras costumbres y nuestras esperanzas.

Pero que ello sea así no significa que nuestra sociedad se resigne al determinismo económico. Apruebo la postura del padre: al tanto de los juegos de sus hijos e intransigente con lo que, a la larga, lo dañará. Hace falta mayor papel de la escuela. Las peleas de gallos, o de perros, son espectáculos sangrientos que enardecen cuando se apuesta la esperanza y la poca fortuna a un picotazo o a una mordida. La impresión del que participa puede ser momentánea. Como la droga. Pero, con el tiempo, se embota y deforma la sensibilidad. Y el trabajo ya no será el medio fundamental para vivir dignamente.

¿Quién lo duda? Tal vez alguien piense que exagero. Peor. Porque si es malo que esas manifestaciones viciosas, desterradas de nuestra sociedad por la Revolución, hayan vuelto a conquistar parte de sus vallados, peor es que creamos que solo son los espejismos de un periodista que camina para ver y oír lo que está mal. Y luego escribir.

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