Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Visitar a Susana

Autor:

Raúl Arce
Susana me ha dejado dos veces boquiabierto. No sé si es una mujer sorprendente, apenas la conozco. Parece más joven, pero habilidades tiene para suspenderme siempre, como en un asombro: es la dentista de mi policlínico.

Con el par de visitas al espeluznante sillón de odontología, hice añicos una pausa de varios años alejado de cualquier consulta médica, y felizmente coronada por el piropo de la auxiliar que escuchó recitar mis generales: «no parece tener esa edad», dijo, y la frase fue música en mis oídos.

Pero no voy a darme escofina en el ombligo, no es el caso; ni siquiera hablaré de Susana, la amable doctora que durante la preparación del instrumental intercaló la interrogante de: «¿Qué teníamos pendiente? Es que no puedo recordar todos los casos...».

Me referiré mejor a algunos pacientes, al parecer muy impacientes a la hora de dirigirse a la consulta. «Para visitar al médico hay que ir bañado, perfumado y con ropa de salir», insistían los mayores en los lejanos tiempos de mi infancia.

—Es que el médico —añadió alguien una vez, y no olvidé jamás el alerta—, no merece que lo agredamos con malos olores.

No puedo acusar por sus efluvios a los que aguardaban a las puertas del salón, no me codeé con ninguno y podría ser injusto. Pero saltó a las claras que más de un paciente vestía las mismas prendas de ir al agromercado o las adecuadas apenas para barrer la acera de su casa.

Hombres con pantalones cortos, en camiseta o con chancletas. O peor aún, con todo ello a un tiempo.

Y mujeres ya olvidadas de sus tiempos de maternidad, pero enfundadas en esas blusas que, por su denominación callejera, se pregonan como las adecuadas para amamantar bebés.

Los médicos no merecen eso. Suficientemente adiestrados para curar terribles heridas o soportar las secreciones de un enfermo terminal, deben en cambio —siempre que no medie una urgencia— recibir el halago de la limpieza y los aromas delicados.

Además de respetarnos a nosotros mismos, creo que con el estandarte de los buenos hábitos tenderemos puentes para recibir un trato superior.

Que el galeno reciba la mejor impresión de los que acudimos a poner nuestra salud en sus manos. Esa sería, me parece, la manera más sencilla de reconocer sus desvelos.

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