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El consejo de Kurosawa

Autor:

Juventud Rebelde

Akira Kurosawa debió tener en alta estima a los ancianos. En Los siete samuráis —una de las legendarias películas del realizador japonés—, los aldeanos se postran al conocer que los bandidos atacarán la aldea. Desesperados, se dirigen al único que podía darles una respuesta: el más anciano de todos. Y gracias a él aparece la solución: contratar a los samuráis.

Al concluir el filme, con los bandidos derrotados y la aldea triunfante, uno pregunta qué hubiera pasado si los aldeanos no hubieran pedido el consejo a ese viejecillo, miope y bien arrugado. Y ahí aflora una de las verdades. Que la figura del anciano, como en las sociedades y la vida misma, es una pieza clave en la historia.

O lo que es una enseñanza esencial: tanto en la sociedad como en la familia, poco lograrán los más jóvenes si no cuentan con el aliento y, sobre todo, con la sabiduría de los mayores. Ante la evidencia, cabe preguntarse si en la Cuba de hoy esa coexistencia entre vejez y juventud es posible, aun cuando esté la disposición de los hijos por atender las necesidades de sus padres a carta cabal. En nuestra opinión, existen condiciones y mucho se hace, pero falta.

Y la certeza surge con el Acuse de recibo del 4 de enero último. Allí mencionaban dos casos muy parecidos. Uno de ellos es el de Carlos Parker, hijo único, que a los 46 años atiende a sus dos padres enfermos. Hace unos 20 meses que Carlos no trabaja para atender a tiempo completo a sus progenitores, uno con cáncer y la otra con Alzheimer. En el límite de sus fuerzas, pidió a Asistencia Social que lo categorizaran como hijo cuidador y la respuesta fue que su pedido no clasificaba, según la Ley 24 de 1979, de Seguridad Social.

«La categoría de cuidador es de madre a hijo y no de hijo a padres. Cuidarlos es su deber», le expresaron, entre otros argumentos. Surge entonces una pregunta: ¿Y ahora, qué hace este hombre? Y otra más: ¿Cuántos Carlos Parker existen hoy en Cuba?

Más allá de los números, el caso es claro para advertir cómo un sistema de seguridad debe permanecer atento para atender lo singular. Diseñamos mecanismos para satisfacer las necesidades de las grandes mayorías, a la generalidad, pero esas fórmulas en ocasiones fallan cuando aparecen las situaciones individuales.

Y resulta difícil asegurar cuántos casos como el de Carlos pueden surgir en los próximos tiempos, en una nación que, de mantenerse los ritmos actuales de envejecimiento, tendrá un anciano por cada cinco habitantes en el 2015, según estudios en el país y de organismos internacionales.

Pero más allá de recursos y disposiciones legales, la situación del envejecimiento pasa por educar a la sociedad sobre este problema. Darle herramientas a la ciudadanía de cómo manejar la convivencia con los ancianos y al mismo tiempo preparar a los adultos y a los jóvenes para la vejez que llega.

En los medios de comunicación y los centros escolares se informa de los derechos de los niños, entre otros grupos sociales; sin embargo la mención a los derechos del anciano y sus particularidades campea como ausente en los distintos espacios de la sociedad.

La educación, en nuestro criterio, no debería dirigirse en un solo sentido. También habría que enseñar a los más adultos a armonizar su espacio con los jóvenes. Porque si bien es verdad que existen personajes cuestionables, tampoco es menos cierta la presencia de abuelos ultraposesivos y atrincherados en el complejo o el miedo de sentirse solos o desplazados.

De lo contrario, estaríamos como la serpiente que intenta morderse su propia cola: petrificados en el intento y el lugar. Entonces, sin quererlo, nos apartaríamos del camino para cumplir el consejo de Kurosawa y sus nostálgicos samuráis. Y es el de respetar la prueba del tiempo, para luego poder alcanzar la sabiduría de nuestros abuelos.

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