Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El periódico del día

Autor:

Luis Sexto

Clasifico entre los periodistas que leen periódicos, que pasan revista diariamente a la obra de sus colegas. Y por ello me entero de acciones alarmantes. Es cierto, que muchos lectores quedan insatisfechos con nuestros medios; dicen no hallar lo que necesitan. Pero este juicio, al menos sobre mis colegas, ha de matizarse para ser justos y exactos.

Algo, pues, se aprecia en las páginas periódicas. Y hace unos domingos leí la carta de una lectora desesperada. El resumen es este: los vecinos de los altos, que habían roto la puerta y se habían adueñado del inmueble, le perjudicaban con una filtración. Habló con ellos; prometieron resolver. Pero la filtración continuó. La perjudicada denunció el daño ante las instituciones pertinentes. Y dos años más tarde, el remedio sigue a bordo de ese viaje al absurdo. Es decir, los que se apoderaron mediante la violencia de una casa que no les pertenece, continúan violando la ley y la filtración prosigue en su obra destructiva.

Desde luego, omito los datos y detalles. No quiero operar como eco de la denuncia. Más bien la tomo como pretexto para mi reflexión de hoy. Conocida la historia, uno se pregunta: ¿es un ejemplo único, anecdótico, o lo que vemos es solo la punta del témpano? Ciertas respuestas, que bien me sé, admiten estar tranquilas, porque alegan que son casos aislados. Y uno, que sí lee periódicos, sabe que habitualmente este tipo de denuncia abunda en los medios impresos, como última estación en una ruta donde predomina la indiferencia, la promesa falsa, o el desplante.

La lucha contra las ilegalidades nos salta al paso. A veces la insistencia tiende a saturar la atención. Pero, al conocer episodios como el que he sintetizado más arriba, cualquiera vuelve a preguntarse: ¿qué violación de la ilegalidad nos interesa combatir? Porque si alguien ha ocupado una vivienda contra las leyes, y además de ello perjudica la casa de un vecino, qué hace falta para actuar. No me digan que tiempo. ¿Acaso dos años no componen un margen suficiente?

A mi modo imperfecto de ver, no parece racional aceptar que solo es un problema de mala gestión o de indiferencia por parte de algunos funcionarios de las instituciones implicadas. ¿Acaso no podrá existir complicidad? ¿O hemos llegado a compartimentar la lucha contra las ilegalidades de modo que a unas sí hemos de atacar y a otras no? Y si fuera así cuáles sí y cuáles no. ¿Dependen acaso de los intereses de algunos que deben exigir el cumplimento de la ley?

Evidentemente, los problemas del país no consisten solo en escasez de viviendas, de alimentos, insuficiencias productivas o salariales. Ese cuadro podrá ser revertido, en parte, con un orden económico capaz de estimular el trabajo y la eficiencia, la eficacia y la efectividad. Pero cuánto demorará en erradicarse el deterioro moral, el daño público, político por ende, de estas conductas en las que se mezclan la indiferencia, la pasividad, incluso la corrupción, a cuya palabra ya no podemos temerle, porque si pretendiéramos ocultarla le daríamos un pase de libre acceso.

Ahora, mientras medito, me percato de otra contradicción: leemos las denuncias en los periódicos; casi nunca la acción vindicadora. Claro que la denuncia pública limita el proceder indiferente, abusivo. Pero resultaría políticamente educativo saber la sanción de cuantos delinquen en el ejercicio de sus funciones administrativas o estatales, limitadas y controladas, al menos en la tradición y la teoría revolucionarias, por un esquema ético y legal de suma exigencia.

¿Dos años para corregir sin corregir un entuerto? Ah, qué opinión tendrá ahora de las instituciones la ciudadana perjudicada por esa actitud que empezamos a calificar de indiferente. No sé. Pero la peor desgracia que podría ocurrirle a Cuba como pueblo es la caída de la Revolución. Si la Revolución aún no ha podido cumplir toda su utopía, es, sin embargo, una garantía de la independencia, la integridad de la justicia y el posible mejoramiento, en igualdad, de la nación. Sabemos por experiencia propia y por la visión profética de sus más preclaros conductores que la Revolución puede perecer envenenada desde dentro. La corrupción, la pasividad y la visión idílica pueden esclerosarla.

Estamos obligados, pues, a creer que el futuro será distinto: Cuba en Revolución, pero renovada, sin las ataduras del dogma, confiada en la lealtad de su pueblo y otorgándole al pueblo los medios para defender y definir su futuro. Ahora bien, el futuro comienza hoy. Con el periódico del día. Dos años parecen demasiado.

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