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De la urgencia y fragilidad del equilibrio

Autor:

Juventud Rebelde

Siento necesidad de volver sobre lo que ha meditado el compañero Armando Hart Dávalos en su artículo «La vigencia de José Martí», publicado en nuestras páginas este 19 de mayo, y que a mi modo de ver es una propuesta que brilla por su poder de síntesis, por la precisión con que están elegidas las palabras, y por la utilidad que entraña para quienes insistimos en pensar y hacernos múltiples interrogantes sobre cómo mejorar la realidad de esta Isla nuestra.

Aunque el texto está bordado desde la primera hasta la última idea, un concepto alusivo al equilibrio obró el milagro de esa comunicación misteriosa que puede producirse por instantes entre quien escribe algo —movido por la misma esperanza terca de quien lanza una botella al mar con su mensaje—; y entre quienes se convierten en destinatarios (tantos otros y yo) por obra de la voluntad o el azar.

Ha escrito Hart: «En cuanto a la política solidaria, recordemos que Martí era un hombre radical y al mismo tiempo armonioso. Hay quienes son radicales y no son armoniosos, y por ello crean innumerables problemas. Hay quienes intentan ser armoniosos y no son radicales, y no logran nada realmente efectivo. El pensamiento revolucionario de Martí está insertado en estas dos categorías fundamentales: armonioso y radical».

Al leer eso, súbitamente empecé a figurarme los dos comportamientos extremos, esos que tan estériles o dañinos pueden resultar en los momentos actuales: de un lado ser radical, que significa tener una mirada de lo básico, lo sustancial, lo primordial, lo que debe hacerse; pero una mirada despojada de la inspiración para unir ímpetus, y por tanto una mirada estrecha. Y de otro lado, defender la paz y la concordia a toda costa, a contrapelo de todo límite o principio, por el temor al disgusto ajeno, imbuidos en un populismo que no conlleva a una autoridad fecunda, que no conduce a campo o logro ciertos.

Si nos detenemos despaciosamente en el asunto, arribaremos a la certeza de que el equilibrio, esencia de toda buena política, es un desafío de gran magnitud, en primer lugar porque nosotros los cubanos, como tan bien nos retratara Máximo Gómez, solemos pasarnos de la raya, o no llegar. De modo que hacer del espíritu del infinito Martí el pan nuestro de cada día, parece fácil pero no lo es.

La lucha, como más adelante en su artículo expresa Armando Hart, es contra todo dogma o esquematismo, contra los obcecados que en distintos estratos y espacios, pudiendo demostrar que sí se puede (porque quizá en ese momento hay condiciones objetivas o de otra índole para solucionar o achicar un problema), eligen no ser creativos, ni elásticos, ni osados; y optan por el «se puede pero no quiero», y a lo mejor abortan reiteradamente la posibilidad de hacer felices a unos cuantos, de sumar sonrisas, de atrapar por el corazón a la gente.

De igual manera la lucha es contra esa tendencia a no poner los pies sobre la tierra, y de lamentarse de todo cuanto está mal, de juntarse para escuchar las cuitas ajenas y culpar a otros por ellas, pero no pensar en buscar las maneras de cambiar lo que está torcido y genera más dolor que bienestar; y batallar soñando pero con disciplina y orden, intentándolo todo desde las leyes y regencias de la compleja madeja que es la sociedad hecha por seres perfectibles, es decir, humanos.

Por supuesto que todos llevamos dentro las fuerzas de los dos comportamientos. Lo importante es ser no solo armoniosos, o solo radicales, sino ambas cosas a la vez, y eso quiere decir que todo el tiempo debemos estar ajustando la mira de la vida, hacer con nuestras horas una verdadera orfebrería, para saber cuándo es urgente ser tiernos, suaves, hasta mansos; y cuándo se impone «plantar», dejar bien claro cuáles son esos principios innegociables que caben en el ala del colibrí.

Leyendo al Apóstol, tan inabarcable, uno se percata de que ambos comportamientos, como mismo parecen estar muy distantes entre sí, tienen puntos coincidentes, sobre todo si por la pista de la palabra radical llegamos al término «raíz». «A la raíz hay que ir, a la disposición de las almas», ha dicho José Martí. ¿Y habrá algo más armonioso que llegar tan profundo, que sumar tan desde lo hondo?

Coincido con Hart. Me sumo a su lucidez. De tal modo, que deseo terminar con el destaque de otro pensamiento suyo: «Ha llegado la hora de superar esquemas y dogmatismos que nos llegaron de fuera con diferentes etiquetas y estudiar la vida y la obra de todos los pensadores y forjadores de grandes ideas a lo largo de la historia. Es la única forma política y científica para hallar un camino que nos libere de los sistemas opresivos y nos permita arribar a una genuina humanidad, como la que soñaron los grandes utópicos. Y esto solo lo podemos hacer con principios científicos y cultivando el amor y la solidaridad».

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