Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Lo legal y lo irracional

Autor:

Luis Sexto

La legalidad no es un fin, más bien un medio. Convertirla en un objetivo esencial pudiera resultar una especie de trampa, un modo de confundir las prioridades, de subordinar lo primordial a lo secundario. Enfocándola sin distorsionar su sentido ordenador, podríamos afirmar que la legalidad facilita la obtención de un propósito estratégico, nunca la sustitución del propósito.

Me parece que no hay que ser jurista o filósofo para darnos cuenta. Solo se necesita despejar nuestras relaciones internas de prejuicios y despojarnos de esa mentalidad proclive al extremo que a veces distingue el comportamiento más común en Cuba. Sorprende, en efecto, cuánto cuesta elegir el término medio. Y en ciertas acciones en vez de déficit, computamos excesos. ¿Rasgos del carácter nacional? Podría ser verdad ese «no llegar o pasarse» con que hace ya más de cien años, el Generalísimo Máximo Gómez nos retrató. Él conocía bien al cubano de aquella época. ¿Somos distintos? No lo creo: nos queda, entre otras, la tendencia al negativismo o al tremendismo. Uno se emparienta con la insuficiencia; el otro con la saturación. Y así pulsamos  que la mayoría de nuestras leyes se asientan sobre el equilibrio, pero en algún instante su aplicación carece del tacto y de los matices que protejan las leyes del desvío o la nulidad.

¿Ejemplos? En estos días supe esta historia que nos llegó al espacio radial Hablando claro, donde este comentarista también opina desde hace 15 años. No hacen falta más datos. No pretendo duplicar la denuncia, pero me valgo de lo conocido para ilustrar cuanto vengo afirmando. En el patio de la casa de su padre, hace 23 años, el protagonista del suceso construyó una casa de madera. Se casó; tuvo sus hijos. Ahora, le han dicho que debe demolerla, porque no es legal haberla fabricado. Túmbela, pues, y vaya para un albergue. Así cuenta la carta.

Y ante el hecho qué habrá de decir uno. Cómo es posible que un país donde escasea la vivienda, 23 años después de haberse cometido el presunto acto ilegal, y en nombre de la legalidad, se exija llevarlo todo a cero, y adicionar un número más a la lista de ciudadanos sin casa. ¿Cómo dice el cubano medio? La partieron… Demuelen en lugar de edificar.

El caso, por supuesto, no ofrece asideros para echarse a reír. Hay que convocar el raciocinio. Hay que hacer sonar las trompetas para despertar la inteligencia y el sentido de la realidad a los que, por momentos, creen que lo único que importa es salvar la letra y dejar el espíritu solo ante los desmanes del extremismo.

Qué es lo estratégico: construir viviendas y satisfacer las necesidades de techo, o preservar supuestamente la legalidad creando un problema insoluble a una familia. No soy jurista, pero dos décadas parecen suficientes para que el derecho consuetudinario, el de la costumbre, haya legitimado esa casa donde, incluso, nacieron y crecieron los dos hijos del matrimonio.

Ojalá que esta historia sea un espejismo. Que quien nos escribió delire. Porque habría que hacerse preguntas muy duras. A qué y a quiénes representan los que actúan de esa manera tan rígida, tan carente de generosidad y de capacidad para conducirse en circunstancias apremiantes. No dudo de nuestra legalidad; tampoco me opongo a sus exigencias. Sencillamente, hago recordar que la sensatez ha de ser una de las virtudes de cuantos tengan la capacidad para decidir sobre el destino de sus conciudadanos.

La Revolución también trajo a Cuba dos instrumentos: la dialéctica como método para sopesar y adecuar los actos políticos a la vida, y la generosidad para aplicar la justicia. Resulta injustificable no atenerse a esa herencia.

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