Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Los pétalos de la «suerte»?

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

No se trata de tomar una flor, una tierna rosa roja, y comenzar a arrancarle los pétalos. Y, como algún ingenuo enamorado, iniciar la secuencia: ¿me quiere?... ¿no me quiere?..., para terminar con la hojilla de la suerte. Especie de candorosa ruleta rusa.

Cuba está hoy ante supremas disyuntivas; caminos, vía crucis, encrucijada de destinos. Cómo engarzar el pasado con el futuro, cómo hacer que esa especie de remolino marxista donde el desarrollo debe ocurrir en aparente retroceso, pero hacia formas superiores de organización, no conduzca a una ruptura, que nos cargue nuevamente al pasado, en vez de al porvenir.

Algunos aducen que debemos invocar a Marx. Tal vez sería mejor hacerlo al marxismo. El genio filosófico del socialismo seguramente no tendría respuestas adecuadas para nuestras circunstancias.

Karl concibió el socialismo para un momento en el que vendría a resolver, desde elevadas condiciones de desarrollo, una contradicción esencial: entre el carácter social de la producción y el carácter privado de apropiación. El socialismo llegaba entonces como torrente natural en el camino imperturbable de la historia.

Fidel alertó el 17 de noviembre de 2005 sobre la tendencia que prevaleció por muchos años a creer que alguien sabía o tenía una receta particular para construir el socialismo, algo recordado en fecha reciente por el líder bolivariano Hugo Chávez.

La idea de levantarlo desde los eslabones más débiles de la cadena imperialista, tal como lo vislumbró e intentó consumarlo el genio y el arresto posterior de Vladimir Ilich Lenin, es una asignatura pendiente de la filosofía, y la práctica política y económica del socialismo, como ya punzantemente sabemos.

La actual búsqueda socialista, si nos atuviéramos al dibujo inicial marxista, ocurre casi como un inusitado acelerón histórico. Lo hace en medio de un capitalismo económica y tecnológicamente desafiante, pese al endemismo de sus crisis cíclicas, la amenaza de otras más perdurables y hasta peligrosas para la especie humana, o la existencia de bolsones periféricos de miseria, que dividen al mundo entre una condición de «primeros» y «terceros».

El capitalismo y sus desenfrenos, injusticias y desigualdades, son el mayor peligro para el hombre como criatura terrenal, y para la tierra misma como planeta viviente y habitable, pero la fiebre consumista y los modelos económicos y estilos que el sistema sembró a lo largo de siglos intoxican la existencia de millones de seres humanos, cuya sensibilización es un desafío de magnitudes estelares.

Como alertaron tempranamente muchos visionarios de la revolución mundial —como Rosa Luxemburgo o Ernesto Che Guevara—, frente a semejante modelo, el socialismo, levantado en condiciones permanentes de hostilidad y acoso, no siempre significó una propuesta sugerente.

El mismo Che señalaba que el sometimiento de la participación ciudadana o de la libertad, simiente de este ideal, junto a una desmesurada configuración de los alcances y poderes del Estado en detrimento del individuo y los colectivos, podían conducir no pocas veces a un socialismo económicamente precario y socialmente deficiente, incapaz de establecerse como palpitante alternativa.

No es extraño entonces que cuando intentan buscarse caminos de renovación, no falten quienes se encandilen. «Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo», explicaría el Héroe de la Higuera desde que en fecha temprana escribiera sobre el Socialismo y el hombre en Cuba.

¿Qué es más socialista? Nos preguntábamos recientemente en algún contrapunteo en esta redacción. Y esa debe ser siempre la interrogante que abra camino, como una tijera entre las espinas, hacia la integridad y la plenitud humanas, como el alfa y la omega, el principio y el fin.

A riesgo de construir un retruécano, vale decir que la irracionalidad o el voluntarismo nunca deberían ser considerados socialistas, en la misma proporción que el desentendimiento o el abandono de los seres humanos tampoco lo serían.

Tratemos de hacerlo más entendible y sencillo: el capitalismo inventó, por ejemplo, la «racionalidad» del «tiempo muerto» en la industria azucarera cubana. El desafío del socialismo no  puede ser regresar a este para ser económicamente eficiente, sino lograr que el tiempo  muerto sea tiempo vivo, ardorosamente vivo. O que todo sea verdaderamente tiempo vivo. Y si es que hay fórmula para alcanzarlo, no debe, en lo absoluto, tener sello particular. Seguramente solo la logran quienes hacen la zafra, para los cuales ese es también su tiempo de vida.

Así que es algo muy serio como apremiante decidir entre los pétalos que debemos dejar o desgajar en la sociedad cubana, para que en vez de marchitar encendamos nuestras rosas.

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