Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Fumando desespero

Autor:

Luis Sexto

Dudo de que en la cercana fecha del día dedicado mundialmente a no fumar, el humo del cigarrillo o de cualquier mosquete con anillas desaparezca de nuestros ámbitos. Valoro altamente la generosidad de nuestros fumadores y me parece que no serán capaces de regatearnos las señales de un hábito individual que reparten gratis en cualquier calle, cualquier casa, cualquier ámbito cerrado o abierto.

Ciertamente, no juego. ¿Acaso no estima usted que muy pocos acatarán el 31 de mayo una consigna mundial cuando muchos fumadores no han sido capaces de someterse al Acuerdo que en el 2005 aprobó el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros con el propósito de impedir se quemen cigarrillos o sus afines en espacios públicos cerrados? En efecto, no se requiere un detector de humo para percatarnos de que ese documento gubernamental tiene cinco años de acordado y otros tantos de violado. Y es tan violado que todos ya somos culpables: unos por matar la vaca y otros por aguantar la pata.

Líbreme la cordura de bombear agua para apagar la adicción de los fumadores. Fumo con ellos la pipa de la paz, porque por principio, respeto el derecho de fumar. Pero, si no ataco al fumador, en cambio me defiendo de la agresión de cuantos fuman y me hacen fumar, sin que nunca me haya puesto un cigarro en los labios. ¿Es justo? Claro, la convivencia establece reglas, una particularmente básica: el derecho de un ciudadano termina donde comienza el del semejante. ¿Podrá argüirse algún argumento contra ese principio?

Ahora bien, no creo que la responsabilidad de que se siga fumando en ómnibus, restaurantes, cines, reuniones sea solo de cuantos, casi automáticamente, se introducen la mano en los bolsillos, extraen un cigarro, lo prenden y comienzan a envolvernos en esa atmósfera azulenca que nos penetra hasta los pulmones y nos deja en la ropa el olor de su vago e insensible flotar. Hay más responsables. Porque el mencionado Acuerdo del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, no puede imponerse solo: la ley es solo papel si no cuenta con quienes la hagan cumplir. Y así, ese instrumento de validez legal ha seguido el destino de algunas de nuestras leyes: a veces no ser cumplidas.

Recalamos, pues, en lo mismo. La indisciplina social tiene un componente de base, un trastorno en los fundamentos materiales de la sociedad. Pero hemos de sumarle, como un aliado, el poco rigor —no quiero decir el poco interés— de ciertas instituciones en proteger el cumplimiento de algunas leyes. Por tanto, he de repetirlo: la conciencia jurídica —y también la moral— acusan grietas que agravan las insuficiencias materiales de la sociedad cubana.

La pregunta es una: ¿vamos a esperar a que nuestra economía se actualice, se renueve, para empezar a respetar, entre todos, las leyes, los fallos judiciales, los decretos económicos, las normas de convivencia…? Ah, digo de paso, visité la semana pasada algunos lugares del país y parece que empiezan a acumularse las deudas de los compradores estatales con los productores particulares… Vuelve, pues, la noria en su girar, girar sobre el mismo punto. Como gira el ruido en La Habana la madrugada del sábado y del domingo. Caramba, cómo es posible que decenas de personas salgan del cabaret o de la fiesta y la reproduzcan, en gritos y cantos en las calles más céntricas cuando ya van a dormir sin respetar el sueño de sus conciudadanos. ¿Quién les ordena callar?

Bueno, sabemos que cuando la educación no basta para hacernos convivir en armonía y para respetar las leyes de la república, precisamos del rigor de la ley para reeducar, aunque a veces haya también que reeducar a cuantos deben defender las leyes y las dejan desamparadas… Como ese Acuerdo que para algunos indiferentes aparenta no tener importancia y procura un resultado importante: que solo fume el que paga el humo y su daño.

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