Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Me opongo…

Autor:

Luis Sexto

Parece claro: sin conciencia crítica, sin revisión actualizadora, mediante el conocimiento, de las ideas y principios con que intentamos transformar la realidad, tal vez todo siga siendo un deseo. Juzgadas así las circunstancias en que Cuba intenta seguir construyendo el socialismo, tendríamos que aceptar que las experiencias más válidas del último medio siglo no yacen principalmente bajo lo que la sociedad cubana haya concebido y ejecutado con acierto. Pensemos en si lo más útil ahora no implicaría tener en cuenta, sobre todo, los errores. Bajo las cenizas siguen parpadeando como carboncitos enrojecidos, advirtiendo que la candela es todavía posible.

Lo mejor de los tiempos recientes consiste, pues, en que estamos confirmando que la realidad no se modifica mediante impulsos de voluntad o ideas recalentadas en el practicismo de «había una vez» o de si «así lo hicimos en aquel momento, podemos repetirlo», o en teorías reputadas como infalibles o puestas en el nicho de los dogmas. La Historia asegura que, al menos en lo atinente a las acciones humanas, nada resulta inequívoco. La sabiduría oriental —digo el oriente del Asia— advierte: si un fenómeno se repite 99 veces, no digas que es verdadero o estable, porque a la centésima vez puede manifestarse de modo distinto...

En algunos momentos —¡quién lo desconoce!—, la conciencia crítica se sumó a la unanimidad. Y en otros países la proscribieron de modo que la utopía socialista, en vez de concretarse mediante el empeño racional, se retiró a la gruta de las fórmulas míticas. Pero hace unos días hemos tenido una prueba de la pertinencia constructiva de la crítica, esto es, del repaso dialéctico, la confrontación entre lo que la sociedad necesita y los medios para alcanzarlo; entre lo que aplicamos y lo que, al cabo, demanda la situación interna y externa. Y en consecuencia, como sabemos, se eliminaron incisos desestimuladores o se sumaron espacios en los indicadores del trabajo por cuenta propia.

Por tanto, ya también parece claro que las aspiraciones necesitan circunstancias y corrientes favorables para gestionarse. Por ello, y aunque cuanto diga sea un eco de otras voces, lo más conveniente supone ir demoliendo los pasadizos estructurales de la mentalidad burocrática con que creímos que la perfección obedecía a los dedos del voluntarismo, que daba todo por supuesto, como en la aritmética medio providencialista de un juego de dominó.

A esa mentalidad rígida, que solo mira a un lado —el de su comodidad— y en cierto grado de desarrollo no ve ni lo que mira, se adhieren también el oportunismo y la afición a las verdades prefabricadas, como si la construcción de un modelo de sociedad fuese prerrogativa de un abecedario, con sus letras en orden y en caja. A esa mentalidad, en efecto, ha de oponerse la conciencia crítica. Y esta, según he aprendido, no supone solo la crítica en un medio de difusión, sino el ejercicio dialéctico, descentralizado, en los organismos políticos, las instituciones estatales, las asambleas del Poder Popular. Cuánta certeza le daría al país que alguna vez viéramos una ley o una decisión aprobada con el voto dividido de delegados o diputados, porque lo justificó el debate que enriquece y valida.

Hagamos visible que la unanimidad no es igual a unidad. Y aquella, como los monstruos prehistóricos de las películas, ha dejado huevos que, al más mínimo calor, empollan y se abren, repitiendo el ciclo de levantar la mano a favor, aunque uno esté en desacuerdo. La conciencia crítica, por tanto, también exige eso: disentir sincera y libremente en el análisis como medio para profundizarlo. Y ello es acto propio de los que apoyan a la Revolución. Porque los otros, los que la quieren ver con la lápida de la extinción sobre su diario quehacer, no disienten, se le oponen. Y extendiendo su alcance, nuestra conciencia crítica equivaldrá a una «oposición constructiva». Una oposición que diga: me opongo a que Cuba pierda su independencia; me opongo a que Cuba renuncie a la justicia social; me opongo a que nos equivoquemos y persistamos en el error; me opongo a confundir el servicio con el privilegio, el mérito con la impunidad; y me opongo a equiparar la democracia socialista con la conveniencia de no decir nada. Y me opongo, por supuesto, a tener toda la razón.

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