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Berny y la indolencia acústica

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Berny vive en un edificio multifamiliar. Temprano en la mañana cuando aún no se ha despertado, o tarde en la noche cuando se dispone a dormir, se molesta, le invade el mal genio y sufre en silencio. A veces. Sí, solo pocas veces calla. No acepta lo injusto, lo indolente, lo irrespetuoso.

No se trata de un martillazo a deshora con el que se pretende arreglar una ventana, o el ajetreo de muebles para cambiar el diseño de una sala, o el ruido de una batidora. No, cualquiera de esos ruidos es comprensible y, además, no son desvergonzadamente frecuentes.

Berny sufre de la insensibilidad de algunos de sus vecinos. No es que él sea intolerante o extremista, es que el volumen de la música que ellos escuchan y a las horas del día que la prefieren es lo cuestionable, porque no viven solos, repito, se trata de un edificio multifamiliar.

Me entero del desasosiego de Berny porque me escribe al correo luego de haber leído el artículo Bajarle el volumen a lo mal hecho, publicado en este diario el pasado 19 de julio, en el que se especifica que «la contaminación sonora por ruidos estridentes es la causa de frecuentes indisciplinas sociales notificadas», ante las cuales la PNR actúa tras recibir las quejas de la población o a partir de la vigilancia y el patrullaje de sus fuerzas.

Al igual que otros lectores que también me escribieron, Berny se muestra preocupado porque aún le parece insuficiente el enfrentamiento a esta indisciplina por parte de la policía, como lo es también el hecho de que otras personas, desde su condición de ciudadanos, pueden ejercer.

No hay respeto, no hay conciencia, me dice, y luego del diálogo infructífero y la diplomacia ignorada a la que apela en sus peticiones a esos vecinos para que bajen el volumen, llama a la policía.

Berny sufre más, me confiesa, y ya no solo por la estridencia de las canciones que se cuelan en cada rincón del edificio. «O no viene la policía, o cuando viene ya es tarde y los infractores están durmiendo, o cuando llega te das cuenta de que los oficiales no dominan la ley que regula esta problemática o solamente les pasan la mano al infractor y al día siguiente se repite la misma situación».

Ansían Berny y los otros vecinos afectados por esta indolencia acústica un actuar más firme de la PNR, a través del cual se impongan multas severas que propicien la toma de conciencia y de sensibilidad para respetar las normas elementales de convivencia, porque es evidente que, de manera natural, no afloran.

Confía en que, tal vez, las personas que violan el espacio sonoro de otras de forma arbitraria cambien sus hábitos si se enteran, mediante campañas de comunicación, que existe una normativa legal que, de ser violada, ampara ese actuar firme de la policía. Y que tomen en cuenta que no solo se trata del respeto hacia los demás, sino también del daño que en sus oídos y en los ajenos provoca una música tan alta.

Coincido con Berny en que, en muchas ocasiones, ponerle mano dura a un asunto puede lograr el efecto positivo que la sociedad necesita. Para eso existen las multas, he oído decir, y con estas el bolsillo se resiente y ya la gente no tirará papeles o cualquier desecho a la calle, ni manejará irresponsablemente ni andará por ahí olvidando que todos vivimos en sociedad.

Pero qué bueno sería que cada cual se pusiera en el lugar del otro por unos segundos. No serían las cuestiones sonoras a las que más tiempo tendría que dedicarle la policía, sino a otras. Basta con que un vecino de Berny se imagine que en el momento que quiera dormir o ver la televisión, su deseo se frustre porque es Berny, entonces, quien le sube el volumen a la insensibilidad.

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