Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La otra cara de la República neocolonial

Autor:

Graziella Pogolotti

La historia nacional no puede hacerse al margen de los contextos de una época. Para la América Latina, dos acontecimientos importantes contribuyeron a delinear los primeros 20 años del siglo pasado. En 1910 estallaba la Revolución Mexicana, agraria, de base popular y, en última instancia, liberadora de las viejas y nuevas formas de legado colonial.

Emiliano Zapata, venido del sur, y Pancho Villa, que bajaba del norte, se erigieron en personalidades míticas. Más allá de las fronteras del vecino país, muchos entonaban «si Adelita se fuera con otro…», porque el problema de la tierra era asunto compartido por buena parte del continente.

Los pintores desplegaron en sus obras murales una narrativa que rescataba la presencia viva del indio. Se inició la batalla por la alfabetización y se hicieron grandes tiradas de libros, a bajo costo. Los reclamos en favor de la Reforma Universitaria, iniciados en Córdoba, Argentina, tuvieron eco en todas partes y de manera muy particular entre nosotros. Un fantasma hecho a nuestra medida empezaba a recorrer la región. Por otra parte, el triunfo de la Revolución de Octubre demostraba las posibilidades de toma del poder por los soviets, consejos de obreros y soldados.

En Cuba, Mella impulsaba la Reforma Universitaria y, junto con ella, sentaba las bases de la FEU. Era uno de los fundadores del primer Partido Comunista. Su talento preclaro establecía el diálogo creador entre el pensamiento de Martí y el de Marx. Tronchada su vida en plena juventud, había logrado dejar un legado indeleble, con la mirada vuelta hacia una América Latina que reconocía en el terreno de los hechos los rasgos comunes de sus males, en una independencia mutilada por los viejos y nuevos terratenientes y por la intervención del capital extranjero.

En el despertar de los años 20, no solo se articulaba el movimiento estudiantil. Lo hacían también los obreros y las mujeres, en cada caso portador es de reivindicaciones específicas, todas ellas convergentes en la necesidad de transformar  el orden imperante.

Para los intelectuales, el escepticismo de ayer fue sustituido por la necesidad de participar en el espacio público. Se fueron aglutinando a su modo. De las tertulias literarias del café Martí pasaron a ocupar espacios en la prensa y establecieron vínculos culturales, políticos y solidarios con sus colegas de América Latina.

El poeta Rubén Martínez Villena asumió el liderazgo de este proceso. La Protesta de los Trece marcó un hito en el desafío contra un régimen corrupto. A pesar de lo que puede sugerir su nombre, el Grupo Minorista no tuvo carácter elitista. Redactado por Martínez Villena, su Manifiesto proclamaba los principios emancipadores de una política cultural.

Era el eslabón que unía la vanguardia política y la renovación de los lenguajes artísticos que dieron la reafirmación de la identidad nacional. Traspasando la variedad de matices políticos, afirmaban el compromiso con el destino de la patria. A finales de la década del 20, la Revista de Avance expresaba su solidaridad con la causa independentista de Puerto Rico y con la de Sandino en Nicaragua. Sin embargo, los acontecimientos se precipitaban. La Revista de Avance cerraba sus páginas con la caída de Rafael Trejo, el 30 de septiembre de 1930.

La relectura de la cultura cubana propuesta por la generación emergente se producía paralelamente con el desarrollo de las ciencias sociales. Se derrumbaba la falsa misión civilizatoria justificativa del racismo y de la demonización de los rituales. Los tambores se incorporaron a la composición sinfónica. Al mismo tiempo, Fernando Ortiz se entregaba de lleno al descubrimiento de una realidad, una cultura y una mitología hasta entonces ignoradas. Durante medio siglo, los historiadores se abocaron a la investigación y al rescate de la gran narrativa de la nación.

A contrapelo del discurso propagado por el poder hegemónico, Emilio Roig planteaba que el país no le debía su independencia a Estados Unidos. A pesar de su conservadurismo, Ramiro Guerra proponía Azúcar y población en las Antillas, un texto clave para la comprensión de los factores que definieron la composición de la realidad caribeña.

El enfrentamiento al machadato radicalizó el proceso y profundizó la conciencia. Con la mano enguantada promovida por la política norteamericana del «nuevo trato» hacia América Latina, la intervención en los asuntos internos del país tomó la forma de mediación. Después de la huida del tirano, derrocado por una huelga general, había que contener el ascenso al poder de sectores progresistas con fuerte base social y económica.

La mediación del embajador Welles encontró sólida resistencia. A pesar de sus vacilaciones, la presidencia de Grau San Martín adquiría tintes preocupantes con la línea trazada por su ministro de Gobernación, Antonio Guiteras, en su audaz intervención de la denominada Compañía Cubana de Electricidad, monopolio norteamericano conocido popularmente como el pulpo eléctrico. Era imprescindible volver a la mano dura. El embajador Caffery había encontrado un aliado en el coronel Batista. El Gobierno  Grau-Guiteras duró cien días, sustituido por la alianza Caffery-Batista-Mendieta.

El espectro político cubano no volvería a ser el mismo. El antimperialismo se había expandido en la conciencia popular. Guiteras trató de proseguir el combate. Asediado, trató de viajar a México para organizar desde allí la lucha insurreccional. Víctima de una infame delación, fue asesinado un 8 de mayo.

Muchos intelectuales padecieron cárcel y persecución. Algunos se replegaron, otros siguieron fieles a la causa, algunos desde el Partido Comunista y otros desde posiciones de izquierda de inclinación marxista. Los había muy jóvenes como Raúl Roa y Pablo de la Torriente Brau, autor de excelentes textos de denuncia contra la opresión de la tiranía y la explotación del campesinado, escritos con eficacia narrativa y libres de vanas palabrerías retóricas, tales como Presidio Modelo y Realengo 18. Consecuente con sus ideas, comisario de las brigadas internacionales, cayó en Majadahonda.

Con esos antecedentes, poco sorprendente resulta que Cuba aportara, en relación con su limitada demografía de entonces, el más alto número de combatientes a la lucha antifascista que se libraba en España. El movimiento sindical se fortaleció. Los estudiantes reconocían los rostros de las víctimas en la Galería de los Mártires, presididos por la figura de Mella.

Injusto sería olvidar a los miles de trabajadores anónimos que mantuvieron viva la memoria de la nación. Me refiero a los maestros. En un esfuerzo por dejar huellas en la formación ciudadana en la Isla, la intervención norteamericana distribuyó becas para cursar estudios en la Universidad de Harvard. Poco lograron en este sentido. Con escasos salarios y vestuario modesto, sembraron patria y principios éticos fundamentales en la conciencia de los alumnos, tuvieron el respeto de la comunidad. Garantizaron la continuidad y el desarrollo de una tradición pedagógica que merece ser rescatada y reconocida. Conservo mi mayor gratitud hacia los que me condujeron a través de la enseñanza elemental.

En una ocasión, los lentes que usé desde edad temprana me produjeron una herida espectacular. Después de la cura, el médico comentó que quizá me quedara una cicatriz. No importa, respondí. Tendré una estrella en la frente como Calixto García. Era una lección aprendida en el aula. A todos ellos debo, en gran parte, mi formación humana, mi fidelidad a los principios y una conducta ciudadana responsable.

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