Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

«Conéctate» con la vida real

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

«No tenemos wifi. Conversen entre ustedes». He leído este cartel en varias cafeterías y restaurantes, y no solo en Cuba, donde la conexión a internet de manera generalizada requiere de otras condiciones. En algunos despierta ansiedad, en otros molestia, en muchos (por suerte) les dibuja sonrisas en el rostro.

Es agradable conversar, escuchar al otro, reparar en la letra del cantautor que adereza el lugar o en la de las canciones que un equipo multiplica, sentir el sonido de los vasos al brindar y hasta la respiración del que tienes al lado. Prestar atención a lo que te dicen, mirarle a los ojos al que te habla, querer preguntarle algo a aquella que ves llegar, y no a través del Messenger de Facebook o por WhatsApp.

«Conectarse» con la realidad, digamos, viene muy bien. En otros países es común, desde hace tiempo, ver a las personas totalmente dependientes de las pantallas de sus teléfonos móviles, no solo para regodearse en las redes sociales, sino porque también por esa vía, mientras viajan en metro o autobús, leen la prensa, revisan videos virales o consultan temas de su interés.

En nuestro país, más allá de cualquier inquietud particular, los adolescentes y jóvenes dejan de encontrarle atractivo a lo que les sucede alrededor, porque sus ojos están «especialmente atraídos» por lo que sucede en la vida virtual que siguen, y es preocupante, entonces, que el fenómeno cobre cada vez más fuerza.

Ya los sicólogos alertan sobre el síndrome FOMO (la sensación de perderse algo), trastorno que «justifica» el no despegarse de los celulares ni un minuto. Advierten sobre la nomofobia (el miedo incontrolable a salir de casa sin ese dispositivo) y el tecnoestrés, derivado del nulo o poco control sobre las tecnologías. En definitiva, cada uno de estos genera infelicidad.

Sin embargo, hay quienes no lo hacen, y es su libre decisión. Son los «desconectados». Y no se trata de que no dispongan del dinero para adquirir un teléfono celular o para cargar su paquete de datos, sino de que prefieren «conectarse» con la vida real. Emergen como una tribu urbana, que solo usa su móvil para realizar llamadas o enviar mensajes, es decir, para las acciones básicas.

Son catalogados por los otros, la mayoría, como «raros», y es que tal vez sí resulte extraño que alguien prefiera mirarle a la cara a quien le habla. Ellos, «los inadaptados», buscan en internet solo lo justo en un momento determinado del día, y no les molestan las notificaciones constantes de las redes, ni están al tanto de las aplicaciones más recientes, ni pasan horas haciendo zapping (originalmente cambio rápido y continuo de canales del televisor mediante el mando a distancia) de una pestaña a otra buscando en qué entretenerse.

La ola de los «desconectados» crece, aunque no lo parezca. Y se perfila, incluso, un turismo de desconexión o desintoxicación, que impulsa incluso su propio festejo con el Día Nacional de la Desconexión o National Day of Unplugging, para promover «una vida diferente al menos durante 24 horas».

Numerosos hoteles de la industria turística se insertan en este nuevo perfil, ofreciendo unas vacaciones realmente sanas, para lo cual le exigen al cliente que entregue sus dispositivos antes de iniciar su estancia o arribe al establecimiento sin ellos. Es una alternativa ante la vida plagada de tecnología, y es una opción para que las personas se centren en ellas y en su disfrute verdadero, sin estar constantemente reflejándolo en fotos en su muro de Facebook, en su Instagram o en su estado de WhatsApp.

¿Pudiéramos tomarlo en cuenta, de vez en cuando, aunque no visitemos estos hoteles «diferentes»? ¿Acaso pudiéramos reconsiderar la «desconexión» del mundo real a la que nos exponemos constantemente? Pensemos en lo que dejamos de vivir, de verdad, por estar de click en click.

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