Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Intrépida y elegante, Vilma

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

«¿La conoces?», preguntó con disimulo el joven jefe mientras caminaban. «De vista, es una burguesita de la barriada que frecuenta mi puesto para comprar flores, pero parece buena persona», respondió el amigo con cautela. Ya frente a frente, el líder de la clandestinidad fue explícito como no acostumbraba: «Pues te presento a Vilma Espín Guillois. Ella es muy importante en nuestra causa».

Con el asombro y la admiración en su voz relataría muchas veces el combatiente del 30 de noviembre, Luis Felipe Rosell, cómo conoció a la muchacha de gesto enérgico y maneras elegantes bajo cuyas órdenes participaría en el histórico alzamiento de Santiago de Cuba.

«Pocos podían imaginar entonces su valor», solía repetir el recio combatiente. Y es que, como escribiría luego la hija de una de sus hermanas de lucha, Haydeé Santamaría, lo tuvo todo para ser princesa: cuna de seda, belleza, inteligencia… y prefirió recibir una clase de Historia de Cuba de aquel maestro, hijo de un ayudante de Antonio Maceo, y ser consecuente con la educación que le dieron sus padres.

«Me tocó hacer en aquellos días», diría una vez. Y entonces hizo tanto, que su huella, intrépida y delicada, aún nos alcanza, modelando un camino de batallas para cubanos y cubanas dignas.

Aguijonea el retrato de la muchacha estudiosa y amante de las ciencias, especialmente las matemáticas, con bella voz de soprano y cualidades para la danza, que cuando le llegó el tiempo de ir a la universidad, transgresora, escogió entre todas las carreras posibles la de Ingeniería Química Industrial, un terreno por entonces exclusivo de hombres, decía que para contribuir desde su especialidad al futuro tecnológico del país.

Todavía parece vérsela desenvolviendo ardores e ideas en pos de la oficialización de la Universidad de Oriente, el centro de altos estudios que necesitaba la región. O irguiéndose decidida ante la noticia infausta de que Batista había tomado el poder: «Ha llegado la hora, queremos cumplir con lo que nos toca…».

O imprimiendo y distribuyendo volantes con versos de José María Heredia, «para que la población leyera del clamor de la libertad desde la belleza de la poesía». O retando a la cara a un esbirro sanguinario en una manifestación callejera, en nombre del luto de las madres.

Sus palabras retratan la entrega de jornadas estremecedoras: «El claro amanecer del 30 de noviembre no podrá borrarse jamás de la memoria de los que tuvimos la dicha y la honra de participar en aquellos hechos. Recuerdo vívidamente cada uno de los pensamientos que bullían en mi mente; la preocupación y ansiedad por Fidel y los compañeros que creíamos arribando a nuestras costas, el cuidado por cumplir eficientemente las misiones a mí encomendadas por Frank y, sobre todo, la intensa emoción que nos embargaba, genuina euforia motivada por saber que aquel día podíamos ofrendar la vida a la Patria».

Se le recuerda decidiendo e imponiéndose al dolor ante la pérdida del jefe, el amigo, aquel fatídico 30 de julio: «Le mandé a poner el uniforme con el grado de coronel, la boina sobre el pecho y una rosa blanca sobre ella…». O suavizando las jornadas difíciles de monte y guerrilla en las montañas del II Frente con un manojo de viejas canciones cubanas: «Y si llego a besarte/ como he soñado…».

Con la misma fuerza que enfrentó un ejército en el llano y la Sierra, se levantó contra siglos de discriminación y prejuicios hacia la mujer después del triunfo del Primero de Enero, una batalla más difícil que las luchas libertarias.

Demostró con su ejemplo que el hogar y la Revolución no eran incompatibles. Convirtió en leyes, instituciones y proyectos sus concepciones acerca de una verdadera cultura de la igualdad, y fue el alma de la familia cubana.

Nada le fue ajeno, desde la ropa cómoda y la sillita adecuada que debían llevar los niños en un círculo infantil, hasta cambiar la historia de una bailarina de cabaré discriminada. Enarbolar las razones de las mujeres en Revolución en la más encumbrada tribuna internacional y atender hasta el detalle la última voluntad de un compañero de luchas.

Este 7 de abril, Vilma Lucila Espín Guillois cumpliría 91 años. Su andar, intrépido y elegante, aún sigue provocando asombros, y se vuelve motivo para empinarnos, una vez más y en todos los frentes, por el futuro.

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