Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Fidel y la cultura

Autor:

Graziella Pogolotti

Con el discurso pronunciado por Fidel el 22 de agosto de 1961, al cabo de cuatro jornadas de intensos debates en los salones del Hotel Habana Libre, concluyó el congreso fundador de la Uneac. Presidida por Nicolás Guillén, poeta de altos valores reconocidos por todos, la directiva de la institución mostraba un amplio carácter inclusivo. Congregaba pluralidad  generacional junto a diversidad de tendencias estéticas y filosóficas, todo lo cual habría de ratificarse en su ejecutoria a través del catálogo de obras publicadas por Ediciones Unión y del perfil múltiple de las revistas Unión y La Gaceta de Cuba, que entonces se dieron a conocer. Ambas publicaciones acogieron, además, algunas de las más importantes polémicas que animaron los años 60 del pasado siglo.

Dos meses antes de la celebración del congreso, del intenso diálogo sostenido por Fidel con un grupo significativo de escritores y artistas en la Biblioteca Nacional dimanó la formulación de principios de política cultural expresados en las conocidas Palabras a los intelectuales. En ese texto, la Revolución Cubana ratificaba su singularidad.

Teniendo en cuenta las pautas establecidas por una historia de búsqueda y afirmación de valores identitarios, asumida de manera consciente por las vanguardias artísticas del siglo XX, en Cuba no se aplicarían las fórmulas estéticas derivadas del «realismo socialista» impuesto en la Unión Soviética. 

Proseguiría la asimilación creativa de corrientes surgidas más allá de la Isla, en Europa, en Estados Unidos y también en América Latina, así como en África, ese continente preterido.

Conducir un proceso de radicales transformaciones revolucionarias en un país del tercer mundo implica afrontar la agresión de un imperio poderoso, superar el legado del subdesarrollo y el coloniaje y los obstáculos interpuestos por mentalidades acomodadas a la apropiación pasiva de modelos preexistentes. Dista mucho de constituir un plácido navegar por las aguas apacibles de un lago. 

Sabido es que la aplicación de las políticas culturales tuvo sus intermitencias. Pero, a la vuelta de los 80 del pasado siglo, un conjunto de factores abrió el cauce a una renovada reflexión sobre temas culturales a través de un diálogo cada vez más frecuente y abarcador entre Fidel y los hacedores de la creación artístico-literaria. 

En 1986, el llamado a la rectificación de errores y tendencias negativas impulsó un análisis crítico del enfoque tecnocrático que otorgaba un papel determinante a un recetario de mecanismos, al margen del crecimiento de la conciencia humana. Por otra parte, después de una etapa de estancamiento,
la convocatoria al cuarto congreso de la Uneac renovaba el contacto con las bases y extendía las filiales de la institución a todas las provincias del país.

Al intervenir en el evento, como resultado de los debates sostenidos en esa ocasión, Fidel adopta un concepto de cultura que rebasa el ámbito de las artes y las letras. Se remite a los valores y las demandas de vida espiritual que atraviesan al conjunto de la sociedad. Entre los escritores y los artistas encuentra interlocutores dispuestos a analizar con pasión los problemas que emergen en la contemporaneidad.  A partir de 1988 resulta un participante activo en congresos y en las reuniones del consejo nacional de la institución.

El país está en vísperas del duro período especial. El derrumbe de la Europa socialista y el endurecimiento del bloqueo por parte de Estados Unidos colocan en primer plano la lucha por la supervivencia de la nación. Para los escritores y artistas, la crisis de las industrias culturales se refleja en pérdida de empleos y en la caída de un importante movimiento editorial. Sin embargo, supeditan las demandas gremiales al planteo de las consecuencias de la crisis económica en el tejido social. Los debates se centran en el crecimiento de las desigualdades, en el deterioro de los valores, en el abandono del estudio y del trabajo por parte de los más jóvenes, en el rebrote de manifestaciones de racismo tangibles en el acceso a fuentes de empleo en los sectores emergentes de la economía. Afianzada en la defensa de los principios de la Revolución, la mirada dista mucho de ser complaciente.

En el transcurso de tan sistemático, fecundo y transparente intercambio, Fidel desarrolla una plataforma de ideas que mantiene plena vigencia. Señala la necesidad de fortalecer el aprendizaje de la historia y la formación estética en el sistema de enseñanza, así como la urgencia de preservar el patrimonio edificado. Respecto al tema de la raza, desde una posición autocrítica, asume que la supresión de las bases institucionales de la discriminación no conduce a la erradicación automática de un problema de raigambre histórica con consecuencias multidimensionales. En su reflexión, Fidel subraya las consecuencias sociales a largo plazo del trágico legado de la esclavitud.

A través de aquellos intensos intercambios se reveló, una vez más, la visión estratégica de Fidel, integradora de presente y pasado, siempre con perspectiva de futuro y conciencia del momento histórico.  Percibió con claridad el alcance de las nuevas formas de dominación colonial implementadas con el empleo de los medios de comunicación transnacionalizados y las tecnologías de la comunicación, sin descartar por ello la necesidad de emprender la informatización de la sociedad. 

El socialismo, ratificó entonces, habría de hacerse atendiendo simultáneamente a las condiciones materiales de la vida y el permanente crecimiento espiritual del pueblo. Por eso, la cultura tenía que ser lo primero en ser salvado.

 

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