Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cuando se olvida la mesura

Autor:

Nelson García Santos

El jinete sin riendas de la inflación, el otro golpe contundente ocasionado por la pandemia, señorea a nivel internacional para machacar aún más al consumidor, especialmente al más vulnerable.

De esa realidad no han salido ilesas ni las economías más prósperas, con Estados Unidos a la cabeza, aunque, hagamos la salvedad —¿hará falta?—, con un mayor potencial económico esas pueden torear mejor la tempestad, a diferencia de países más pobres.

La inflación tiene causas específicas de carácter global que, según especialistas, se originan en la picada de la producción, los obstáculos en el suministro de productos y materias primas, y el incremento en el precio de la transportación, la energía, los alimentos y hasta en una mayor demanda de estos.

Hay otros factores, sin olvidar la especulación por ese afán desmedido de cebarse a costilla de la escasez, pero los citados bastan para mostrar de la manera más sencilla la génesis del fenómeno en estas líneas.

Luego del breve repaso —que nunca está de más, por los despistados y suspicaces—, aterrizo en la vorágine de nuestra inflación, que causó cotizaciones récord de productos como el aguacate, al que basta con bajarlo de la mata para llevarlo al mercado. Así que no se justifican sus exagerados precios.

La reforma salarial, como parte del ordenamiento monetario para estimular el trabajo y generar riquezas, incluía un alza de los precios con el objetivo de suprimir subsidios excesivos y gratuidades indebidas. Para fijar el salario mínimo, las pensiones y las prestaciones de la asistencia social se tuvo como referencia el costo esperable de la canasta básica de bienes y servicios, con ánimo de proteger a los de más bajos ingresos.

Desempolvo ahora esa historia porque, a pesar de lo orientado, hubo empresas y organismos que fijaron precios excesivos y poco realistas, que la dirección gubernamental, ante la preocupación de la población, rectificó de inmediato. Luego, con la llegada de la inflación por la pandemia, resultó lógico que los costos se incrementaran, pero hay entidades estatales que se han desbocado a la hora de fijar nuevas cotizaciones.

Voy con sencillos ejemplos de la geografía villaclareña para darle alma a la temida palabra de desvalorización de nuestros pesos: si una pizza en la primera subida valía 15 pesos, ahora se paga a 35 o más; si una hamburguesa costaba diez, ahora es 14,80; y una taza de café va por 15 pesos, si la encuentra, y en los hoteles llega a 25.

El pan de cinco pesos desapareció prácticamente de la venta pública, y así todo lo comestible y bebible fue propulsado para arriba… para arriba del consumidor. Lo mismo ocurre con otros productos y prestaciones materiales, pero prefiero omitir su ilustración para no atiborrar con un tema conocido al dedillo y evitar que usted pierda la paciencia, avispado lector.

Ejemplifiqué con algunos comestibles porque incluso en otros momentos, ante la escasez siempre se ha respetado una oferta gastronómica alternativa asequible, como complemento de la canasta básica en beneficio de personas con menores ingresos.

En última instancia, que haya sido inevitable reajustar los precios tampoco resultó el pecado capital. Eso sí: pienso que el desliz ha estado en no hacerlo con la debida mesura, porque bien se sabe que goloseando menos ganancias, e incluso perdiendo a veces, también se gana. A buen entendedor, pocas palabras. 

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