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Lo que empaña un mal trato

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Luana ya nació. Bella, radiante, amada por su hermana mayor, Luciana. Está en casa, reina de su espacio, creciendo, robándose sonrisas y mimos. No tiene idea del susto que pasamos, de la angustia de su madre, de las preocupaciones… por suerte, ya todo está bien.

Sabemos que un alumbramiento siempre es, aunque lo acompañe la alegría, un suceso de riesgo para la madre y para el bebé. Una cesárea, en tanto intervención quirúrgica de emergencia o planificada a partir de determinadas especificidades, lo es dos veces más. La profesionalidad del personal de salud que, desde todas las especialidades, recibe a las nuevas vidas es esencial en cada segundo durante todo el proceso.

Los hospitales ginecobstétricos son, entonces, el primer hogar de la madre y su recién nacido. Los protocolos deben ser respetados al pie de la letra y, sobre todo, debe primar el trato hacia quien está extraordinariamente sensible.

Eso fue lo que me preocupó durante la estancia de Luana y su madre en el hospital ginecobstétrico Ramón González Coro. Realmente, y lo digo con total franqueza, el trato en general durante los días previos a la cesárea y después se caracterizaron por la amabilidad, la paciencia, la comprensión e incluso la ternura. Sin embargo, hubo una grieta…

Mi prima estuvo ingresada semanas antes de dar a luz en la sala de Diabetes y allí los doctores Dayamí Hernández y el apodado «Tito» le dejaron la impronta de una atención personalizada y sensible. Por ello fui testigo, además, desde antes de nacer Luana, de la generosidad de cada uno de los custodios que, además de cumplir con su trabajo principal, suben y bajan continuamente para hacerles llegar a las ingresadas las bolsas de su familia y devolver lo que hiciera falta, respetando las normas sanitarias.

Hoy la madre de Luana se recupera bien de la cesárea realizada por el doctor Ernesto Duro, a quien le agradecemos su profesionalidad. Luego, ya en el rol de acompañante, en la sala de Puerperio Quirúrgico del 5to. piso constaté en primer lugar la limpieza sistemática de todos los locales que realizaba la interna asignada a esa área, exigida por el licenciado en Enfermería y jefe de sala Ernesto Sierra, con rigor y por todos los que laboran en sus turnos correspondientes, como los excelentes enfermeros Rayner, Yunieska, Bárbaro, Bárbara y la secretaria Yuleysi.

Los doctores Aymé, Sosa, Elizabeth e Ibis fueron afables continuamente y Mayra, quien llegaba con manos mágicas a aliviar los senos cargados de leche materna merece aplausos. Es necesario elogiarlos porque aunque la profesión que eligieron debe ejercerse así cada minuto, lo bien hecho y que además, repercute en el estado emocional de las mujeres allí atendidas, debe ser reconocido.

Sin embargo, y he aquí la grieta que mencionaba, la especialista en Neonatología que a mi prima se dirigió en la peor de las maneras posibles, empañó lo demás. Es una eminencia, nos dijeron quienes desearon exaltar sus cualidades como médica, y no dudo que lo fuera, pero no se dirigió a la paciente a explicarle lo que debía de la mejor manera. O la acuestas en la cama o me voy, dijo, cuando en ese instante la bebé lactaba, momento sagrado en el que deben evitarse molestias e incomodidades.

Los antecedentes del suceso, y es el susto que mencioné que la familia sufrió, fue el ingreso de Luana justo al nacer en la sala de Cuidados Especiales de Neonatología, por afecciones respiratorias que, felizmente, fueron atendidas gracias a la dedicación que en otras oportunidades, como periodista, comprobé que caracteriza a los que en esa área trabajan.

Días después, cuando esperábamos el alta hospitalaria, fue cuando nos informaron —nunca antes— que se debía esperar el resultado de varias pruebas realizadas a la bebé para confirmar su estado de salud antes de abandonar el hospital. Hasta ese momento, solo el parte que se ofrecía a las 6:00 de la tarde cada día informaba del estado de salud de la recién nacida.

¿Por qué no se le explicó a la madre en ese tiempo ni cuando entregaron a la bebé? ¿Por qué entonces cuando la madre de Luana se queja y se incomoda, aparecen las personas dispuestas a explicar? Algunas de ellas, gentilmente, tratando de justificar el mal trato recibido por aquella especialista. Pregunto además, ¿por qué no hubo neonatólogo alguno en el salón en el momento de la cesárea, según recuerda la madre?

Reitero. La vivencia fue positiva en general y nos alegramos por ello. Lo más importante es que Luana y su mamá están sanas en casa, y la familia lo agradece. Lo único que me gustaría es que se revisara bien la manera en la que se trata a los demás, siempre, particularmente cuando la profesión o el oficio elegido así lo ameritan. Las explicaciones son necesarias cuando la vida está en medio.

 

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