Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un Halloween detrás de la fachada

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

AHORA que ya pasó el Halloween, vamos a ponernos a pensar (en serio, con mesura y sin estridencias) en los vacíos culturales, educacionales y hasta ideológicos que abren las puertas al racismo en ese u otro tipo de festividad.

En otras palabras, vamos a ponernos a analizar, de verdad, la parte que nos toca. La que nos duele, a fin de cuentas, y que es por donde al coco le entran las aguas sucias del desplazamiento de la identidad nacional bajo las formas de inocencias bien entrecomilladas.

Lo primero que debe mencionarse es la decidida movilización de una parte importante de la sociedad civil cubana que, a partir de una cultura humanística y desde diversos espacios públicos, condenó las expresiones racistas de unos jóvenes cubanos vestidos con el ropaje perverso del Ku Klux Klan en el parque Calixto García de la ciudad de Holguín.

El colofón que motivó el repudio fue la pregunta «¿Dónde están los negros?», suficiente para abrir los sentimientos más encontrados; no tanto por las intenciones de quienes la pronunciaron (esperemos eso), sino por la alusión a la más cruda violencia racial de la cual son portadoras, a partir del oprobioso legado de esa organización, que protagonizó terribles episodios en Estados Unidos el pasado siglo.

La movilización de respuesta en la esfera pública tuvo el detalle de convertirse en el mecanismo de control popular que tanto necesita el país en muchos otros ámbitos, y que muchas veces se revela como el más efectivo para modelar actitudes y acciones lesivas; entre ellas las descortesías, el maltrato de las burocracias o, sencillamente, botar un papel en la calle con total desparpajo.

Ahora bien, llegados a este punto conviene aclarar algo, a propósito de ciertas posturas un tanto exaltadas que casi pedían la guillotina en medio de la plaza pública.

¡Por favor, un poco más de serenidad! Esos muchachos no son el Klan. Son nuestros, y sus vacíos de conocimiento también nos pertenecen. Más allá de quienes propiciaron los atuendos e idearon la repudiable payasada, con la pregunta incluida, conviene mirar detrás de la fachada y observar otros temas, como la frivolidad rampante que muchas veces campea más que el Mío Cid en las programaciones culturales; sin olvidarnos, caramba, de la pobreza en espacios de debate para los jóvenes con temas de actualidad.

No todo se puede reducir a una música de moda. No todo es sexo, y si me pongo por aquí o lo hago por allá. No todo es si fulano o fulana son bonitos y tuvieron una gira brillante. No todo se tiene que llevar al amor y los besitos por todos lados.

¿Caben en esos espacios las menciones a los innumerables asesinatos cometidos por el Klan, a través de incendios de viviendas con niños dentro o el ahorcamiento público de hombres y mujeres negras? ¿O solo se desea competir con Corín Tellado?

Punto esencial es el conflictivo relanzamiento de los hábitos de lectura dentro de la juventud cubana y su acceso a una cultura general integral. De eso se ha hablado mucho, pero las ideas no se acaban de concretar; sobre todo porque los programas no se desarrollan donde deben hacerlo (en la cuadra, las aulas y los hogares), no se divulgan y no se sistematizan como se debiera.

Si a lo anterior se añaden cines y teatros en ruinas o en estado grimoso, incapaces de atraer públicos o de señalar los caminos del verdadero bienestar cultural, entonces nos daremos cuenta de que el potaje anda bien servido para cosas peores.

Por esa razón, el conocimiento y una cultura sólida, sin pujos de elitismos (y con la debida base material, por supuesto), se erigen en claves para airear esos malos olores; que, de no evitarse, con el tiempo pueden convertirse en uno de los ácidos corrosivos para cualquier sociedad.

Mirémonos, entonces, bien por dentro, para curarnos en vida. No vaya a ser que mañana vivamos el horror de ver a alguien por la calle luciendo tranquilamente un uniforme de color pardo y un bigotico recortado, con la evidente intención de parecerse, no a Charles Chaplin, sino a cierto personaje que, de tan deleznable y tétrico, nunca tendrá el favor de ser sacado del inmenso libro de la historia universal.

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