Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Mella sin mella

Autor:

Osviel Castro Medel

De todas sus historias, hay una que estremece demasiado: el joven recio y robusto se había convertido en una persona demacrada por convicción propia. Sí, Julio Antonio Mella Mc Partland había protagonizado una huelga de hambre que pudo costarle la vida porque duró 18 días: del 5 al 23 de diciembre de 1925.

Perdió más de 35 libras de peso en ese acto de rebeldía, que realizó para probar su inocencia después de haber sido acusado, junto a otros revolucionarios, de «conspiración para la sedición» y de «infracción de la ley de explosivos». Querían vincularlo al estallido de petardos detonados cerca de las residencias de dos propietarios de la cervecería La Polar.

Y como Mella era enemigo jurado del Gobierno de Gerardo Machado, como era un insurrecto con causa, agitador sin miedos, guía de universitarios y obreros, intentaron sacarlo del camino.

Su respuesta resultó esa huelga tremenda que, incluso, no fue aprobada por varios de sus compañeros del Partido Comunista. Eso, después, le costó la separación de la organización, un correctivo injusto, reparado luego.

Tal vez algunos dirán que él entonces era un novato o que a sus 22 años no podía calcular la magnitud de sus actos. Sin embargo, habría que señalar que aquel muchacho, nacido el 25 de marzo de 1903, supo madurar antes de tiempo. Y que ya se había enrolado en movimientos, tribunas, fundaciones, luchas.

Mella fue un retador del reloj: parecía estar en todas partes, planificando y obrando. Es cierto que, analizando su vida (no llegó a cumplir los 26), a nadie le ajusta mejor aquella frase de que fue el cubano «que hizo más en menos tiempo».

No solo en marzo o en enero, meses respectivos de nacimiento y muerte, tenemos que buscar al Mella de carne y hueso, al ser humano que se le unió el cielo con la tierra cuando perdió a la hija recién nacida de su unión con Olivia Margarita Zaldívar Freyre (Olivín), la camagüeyana rebelde, cuyo padre siempre estuvo opuesto a su matrimonio.

Tenemos que estudiar más al Mella padre que no pudo disfrutar mucho del amor de su hija Natasha Mella Zaldívar, quien nació en México el 19 de agosto de 1927 y falleció en Miami en febrero de 2014.

Enamorado y atlético, lo llegaron a apodar El Tigre porque hacía respirar más de un corazón femenino, como el de Tina Modotti, la italiana amantísima que hizo la última foto de su rostro, justamente después de ser asesinado, el 10 de enero de 1929, en México.

De él nos parece escuchar todavía su voz arengando a los alumnos de la Federación Estudiantil Universitaria, la organización que creó hace cien años y tres meses, necesitada hoy de profundizar en su historia.

En retrospectiva, vemos su apretón de manos a Carlos Baliño en la fundación de un partido que se atrevió a llevar el nombre de comunista en tiempos de cacerías de brujas y de estigmas contra la izquierda mundial.

Aquel que quiera conocer de sus pasiones revolucionarias lea sus artículos en las revistas Alma Mater o Juventud. Aquel que desee conocer cómo pensaba estudie a Cuauhtémoc Zapata, Kim y Lord Mac Portland, algunos de los seudónimos que usó para burlar persecuciones. 

Quién podrá negar que Mella es un referente de la primera mitad del siglo XX. Por su batalla en la Universidad Popular José Martí, nacida de su pensamiento; por su entrega en la Liga Antimperialista o en la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos —fundada en México—, su nombre jamás podrá ser borrado de la historia.

A 120 años de su nacimiento la figura de este hombre imperfecto, pero sin mella que objetarle, viene a recordarnos que no está en un emblema juvenil para hacerse sombra. Mella ha de estar en las peleas contra la deshonra y la corrupción, en las batallas contra quienes viven de las apariencias, en los deseos de Cuba de empinarse.

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