Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Violencia desde una pantalla

Autor:

Edel Alejandro Sarduy Ponce

Las manillas del reloj, entrelazadas en un ángulo de 90 grados, anuncian con el tic-tac número 60 la llegada de las tres en aquella madrugada tan surrealista al interior de una habitación. El último cuarto de la casa guarda un secreto tras las paredes, donde coexisten el silencio perpetuo, el miedo y la impotencia, albergados en la vida de una muchacha rubianca de solo 17 años.

Karla es soñadora, risueña e introvertida, y estudia técnico medio en Contabilidad. Su anhelo más grande es ser modelo o influencer de las redes sociales. Las aspiraciones de la joven persiguen un propósito: convertirse en «persona popular», algo muy contradictorio, dado su carácter y el miedo escénico que la caracteriza,  aunque lucha a diario contra él.

Más allá del propio entorno físico, familiar y personal, la cúspide de la tranquilidad para Karla, su plano preferido, es en el interior de la pantalla de su móvil, donde la vergüenza desaparece: un lugar donde ser ella misma y brillar sin miedo. El ciberespacio conforma su universo alterno, su escape de la realidad cotidiana, ese momento de fama, de gloria, donde se siente segura... O al menos eso creía.

Un viernes, como de costumbre, suplantó sus rutinas en el gimnasio para asistir a un curso ofrecido por una academia de moda. Al concluir las clases quedó establecido un grupo de comunicación vía WhatsApp, para facilitar información y para fomentar aún más la interacción entre los alumnos y con los profesores, idea muy bien asimilada por la chica amante del plano digital.

La muchacha introvertida parecía desaparecer con cada mensaje, cada audio, cada video subido al grupo, aunque en persona no era capaz de sostener una actuación llamativa ante las miradas de otros. Su peculiar modo de buscar atención, la permanencia constante en la web, al punto de reducir aún más la escasa vida social que antes mantenía, no tardaron en atraer para Karla pretendientes en un plano más particular, y aquel 12 de junio, un hola directo a su chat privado cambiaría muchas cosas para ella.

Una semana después de la integración perfecta de la adolescente al chat grupal, donde prácticamente se sentía como pez en el agua, su desenvolvimiento comenzó a disminuir, pues la atención de la joven estaba enfocada en su nuevo pretendiente virtual. Los días, las noches, e incluso las madrugadas los dedicaba a la comunicación entre ella y su admirador secreto.

Todo marchaba bien. Ya contaban siete días de chats diarios, siempre alimentados por la ilusión de verse apenas hubiera otro taller, pero mientras, como dijeran ambos, «resolvían por allí».

La complicidad entre ellos aumentaba con el tiempo, o eso parecía, pero también la necesidad de otorgarle más acción a las conversaciones, con imágenes comprometedoras y candentes. Solo entre ambos, decían, pero en la confianza está el peligro.

La excitación, el placer y la obsesión de Karla por las cálidas conversaciones con el creativo chico nublaron su juicio hasta perder la constancia de los límites. Videollamadas, audios en vivo, fotos sin dejar nada a la imaginación circulaban de un lado a otro del chat.

Sin embargo, a solo unos días de verse ¡por fin! frente a frente, las imágenes del chico fueron eliminadas completamente de las conversaciones, como por arte de magia, sin posibilidad de rescatarlas.

Solo un mensaje entró al móvil de la joven aquella madrugada: «Chequea el grupo». De repente fotos, videos e incluso capturas de las conversaciones fueron filtrados a ese espacio donde Karla era popular, pero nunca como en ese momento.

Solo 12 minutos de exposición, antes de que el chico borrara todos los archivos, bastaron para desatar la reacción variada de los 34 integrantes del grupo, desde asombro y ofensas hasta comentarios no muy atractivos.

El suceso además de dañar el estado emocional de la ingenua muchacha, propició que ambos fueran eliminados del curso. Entre lágrimas y desesperación la joven se encontró amenazada por aquel muchacho, tan dulce e increíble que se ganó su confianza.

Pasó un mes para que Karla lograra salir de esa extenuante situación con la ayuda de sus padres, y por suerte no tomó un nivel superior. Sin embargo, la lección fue notable, pues esta chica, como tantas otras personas víctimas de ciberacoso, entendió el riesgo de confiar y vivir a través de las pantallas, donde también cualquiera puede someterte a una extrema violencia.

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