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Entre la vialidad y la vulnerabilidad

Autor:

Laura Fuentes Medina

Una sonrisa congelada queda grabada en las retinas. El cuerpo inerte que se sacude dos veces tras el impacto de los proyectiles. Un video se ha viralizado, y muestra los últimos minutos angustiosos de una vida joven y brillante. No se trata de una escena de ficción, sino del escalofriante asesinato de la influencer mexicana Valeria Márquez, capturado en un live de Tik Tok que ha sacudido las redes sociales.

Valeria era una joven emprendedora e influencer, que se dedicaba a compartir consejos y detalles de su vida por internet. Había cultivado una comunidad en línea a raíz de su carisma y calidez, hasta que el pasado 13 de mayo se convirtió en víctima de un acto violento que le provocó la muerte.

Mucho se ha especulado sobre los detalles del suceso y sus responsables. Desde la amiga que la retuvo en el lugar del crimen, hasta el peluche que le regaló de imprevisto, los comentarios en el live y la empleada que lo apagó sin mostrar un atisbo de sorpresa o miedo. Inquietante en sí mismo, y peor resulta la respuesta inmediata de las plataformas digitales.

Como reflejo de nuestras propias contradicciones, por un lado, está la creciente demanda de contenido impactante y sensacionalista, que alimenta una máquina de vialidad inconsecuente. Por otro lado, está la pasividad e incluso indiferencia con que algunos espectadores presenciaron el horror en tiempo real, sin poder intervenir.

Casos como este son parte de una tendencia alarmante de problemas profundamente arraigados que no pueden ser ignorados, como la violencia de género y la inseguridad que enfrentan muchas mujeres.

La cultura del espectáculo que rodea a las redes sociales a menudo normaliza y convierte en contenido consumible las realidades más sombrías, justificado en el deseo de los consumidores de ser testigos de situaciones extremas, en detrimento de la propia humanidad.

Con la omnipresencia de tecnología en nuestras vidas, la línea entre la realidad y la ficción se diluye rápidamente. Los algoritmos y la lógica que los diseña para maximizar atención nos han conducido a un punto en que la tragedia humana se consume como si fuera un clip más en la interminable secuencia de la red. Este evento lo demuestra, pues tras el asesinato las cuentas personales de Valeria Márquez en Instagram y Tik Tok han visto un aumento exponencial de seguidores.

¿Hasta qué punto somos responsables de lo que elegimos ver y compartir? La curiosidad humana a menudo se ve alimentada por el morbo, pero debemos cuestionar qué tipo de sociedad global estamos construyendo si permitimos que el sufrimiento ajeno se convierta en entretenimiento.

Detrás de cada perfil en redes sociales, de cada imagen idealizada, hay una persona de carne y hueso, vulnerable y expuesta a los sucesos del mundo real. Valeria no solo fue una figura pública; era una mujer con sueños y aspiraciones, cuya vida fue truncada por un acto de violencia que no puede ser tolerado.

Necesitamos promover una cultura digital que priorice la seguridad, el respeto y la dignidad humana. Las plataformas digitales deben asumir su responsabilidad en la moderación del contenido y en la protección de sus usuarios; mientras que los consumidores debemos ser conscientes del impacto de nuestras acciones en la vida real.

Es crucial recordar que la tecnología es solo una herramienta. La verdadera transformación reside en la capacidad para utilizarla de manera consciente y ética. Para construir un futuro más humano y compasivo, no permitamos que la pantalla siga sangrando.

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