Todo indica que el tiro contra Brasil le puede salir por la culata a Trump. Sus cuestionamientos despectivos en torno al juicio que se sigue a Jair Bolsonaro por intento golpista, entre otros cargos, y la advertencia de que elevará en un 50 por ciento los aranceles a los productos brasileños que entran a los mercados de su país, está uniendo a amplios sectores en torno al presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
Si la pretensión del mandatario estadounidense era, como se puede intuir, liberar de culpas a su antiguo aliado derechista para posibilitarle aspirar a la presidencia en 2026, hay motivos para pensar que el jefe de la Casa Blanca saldrá trasquilado.
No se trata solo de que su protegido derechista ya fue sancionado por el Tribunal Supremo Electoral a ocho años sin ejercer cargos electivos. El asunto, además, es que las autoridades brasileñas, finalmente, no van a responder a la medida de Trump con una réplica en el orden comercial, pues ese no es el tema que mueve al magnate estadounidense.
La presión del republicano ha sido contestada como corresponde, con la reivindicación por Lula de la soberanía nacional, y lo que muchos esperaban: la confirmación de que, si la salud le acompaña como hasta hoy, el líder del Partido de los Trabajadores volverá a presentar su candidatura a la presidencia dentro de 15 meses.
Ese anuncio, de alguna manera, desata desde ahora la carrera por la primera magistratura de Brasil aunque, si se piensa bien, podrá colegirse que el banderillazo de arrancada lo dio el propio Trump con sus sanciones. El sentir popular de rechazo ha sido el colchón usado por Lula para dar a conocer su intención de postularse.
«Pueden tener la seguridad de que ellos no volverán», aseguró el actual Jefe de Estado al dar a conocer la intención de inscribir su candidatura. «Pero no es que no volverán porque Lula no quiere; no volverán porque ustedes, el pueblo, no va a dejar que ellos regresen».
La aseveración, con visos de exhorto, es consecuente con los cambios en los resultados de las encuestas que, preocupantemente para algunos dentro y fuera de Brasil, habían mostrado a poco de iniciarse este año una aceptación para Lula en el entorno del 47 por ciento: cifra aceptable pero conservadora si se compara con los 50,90 puntos porcentuales que le dieron la victoria en octubre de 2022 frente a Bolsonaro, quien obtuvo entonces 49,10 por ciento de los votos.
Mas, luego de conocerse las medidas injerencistas de Trump, agresivas contra la economía local y, por tanto, contra el bienestar brasileño, el puntaje a favor del izquierdista ascendió a más del 49 por ciento.
Claro, que todavía el PT y las agrupaciones aliadas deberán bregar para impedir, como anunció el exdirigente sindical, que aquella «banda de lunáticos que casi destruyó el país» esté «de vuelta».
De hecho, la apretada votación que dio el triunfo a Lula hace casi tres años, mostró una diferencia estrecha entre los seguidores del PT y quienes fenecieron al lenguaje manipulador, demagógico y populista de Bolsonaro, que se cebó para ello en los largos meses de descrédito y mentiras contra la agrupación progresista, hasta llegar al encartamiento sobre pruebas inexistentes y la condena de Lula, con el auxilio de un poder judicial politizado.
No han faltado en las últimas semanas las manifestaciones a favor del derechista, y las solicitudes de amnistía voceadas por aquellos seguidores que se mantienen fieles, y puede entenderse. Por ahora no está visible otro candidato que pueda aglutinar y recoger el voto de esos sectores. Y ese asunto debe estar preocupando a los centros de poder de la derecha regional. De manera que todo dependerá de lo que ocurra en los próximos meses.
Por ahora, no obstante, son muchos quienes piensan que la nueva bravuconada de Trump le ha hecho un flaco favor a Bolsonaro: un mal cálculo que el progresismo brasileño ha sabido aprovechar.