Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El odio nunca debe definir fronteras

Autor:

Roberto Díaz Martorell

El aumento de publicaciones en medios de comunicación y redes sociales ha puesto la migración en el centro del debate público. Este tema, aunque es normal, suele ser manipulado por intereses políticos, distorsionando su verdadera naturaleza.

En ciertos países, la apertura o cierre de fronteras y los requisitos para convertirse en inmigrante o ciudadano ya no son aspectos meramente administrativos y se han convertido en herramientas de exclusión y control social, especialmente cuando las políticas responden al odio.

Una política migratoria que restringe el ingreso o limita los derechos de ciertos grupos con base en creencias, filiaciones políticas o nacionalidad deja de ser un mecanismo regulador para convertirse en un instrumento de discriminación.

Sociedades que toleran estas prácticas, incluso cuando promueven su versión de democracia, entran en directa contradicción con los valores esenciales de la humanidad: respeto por la dignidad, igualdad y libertad de pensamiento.

Cerrar fronteras atenta contra la esencia de vivir en comunidad y compartir una ética común. Usar el odio político para determinar quién es «aceptado» erosiona el pacto social y debilita los principios democráticos que deberían sustentar toda sociedad justa, ya que excluir por motivos ideológicos perpetúa la intolerancia, alimenta el resentimiento y fomenta ambientes que propician nuevas formas de violencia y exclusión.

La historia nos recuerda que el uso del odio nunca fortalece sociedades seguras o equitativas, sino que las hace más frágiles y divididas. De más está decir que dichas prácticas contradicen abiertamente el derecho internacional y los principios que sostiene la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Negar refugio o derechos ciudadanos por razones políticas es una flagrante violación de los derechos humanos.

Por su parte, Cuba, con una tradición de hospitalidad y solidaridad admirable en el mundo entero, tiene el deber moral —y lo hace en cada oportunidad— de alzar la voz contra estos retrocesos.

Defender sociedades abiertas, inclusivas y respetuosas de sus diferencias es más que un acto de humanidad; se trata de una necesidad ineludible para impedir que la exclusión y la intolerancia definan los términos de nuestro presente y condicionen el mañana.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.