Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Qué personajes!

Autor:

Darian Bárcena Díaz

Impulsivo Fernández es un tipo de cuidado. Es el entusiasmo a flor de piel, la actuación sin meditación previa, el impulso por el impulso, sin análisis. Es el ansia desbocada de hacer, pero no del buen hacer, hacer y ya, para que se vea que algo se hizo.

De esta manera anda Impulsivo, sin frenos por la vida. Cuesta abajo. Despreocupada y vertiginosamente. Cuando un superior le da una indicación, allá va, raudo y veloz a cumplirla, sin escuchar, sin preguntar, sin sopesar pros y contras.

Si le orientan recoger una merienda para una actividad, el personaje se presenta en la cocina y carga con la cesta de panes. No revisa si están preparados o si es la cantidad que debía trasladar. Lleva el encargo y eso es suficiente. Ha cumplido la misión y sale sonriente, como símbolo de victoria.

Cuando se presenta a entregar la encomienda, resulta que los panes son viejos, que iban destinados a elaborar un pudín, que, por supuesto, estaban sin preparar
y que solo alcanzan para la mitad de los convocados. Ay, Impulsivo, ¡si hubiera preguntado! Pero él no lo necesita. Se disculpa y vuelve con el condumio a la cocina. Y esta vez viene con la cesta nuevamente con los alimentos necesarios y en buenas condiciones. Pero en el apuro se le olvida el refresco. No hay remedio.

Pero no es el anterior el único tremendo personaje que desanda nuestras calles. Por ahí pulula, entusiasmado, Inauguraldo Rodríguez, un ser cuya palabra favorita es «aperturar». Hasta ha hecho campañas y escrito cartas a la Real Academia de la Lengua Española para que incluyan el vocablo en su diccionario, aunque sea un colosal disparate emplearlo como verbo.

No le preocupa que el inmueble esté o no culminado. Si Inauguraldo dijo que lo terminarían en una fecha determinada, ese día se abre al público.

Tras el paso de un mes, la edificación comienza a agrietarse, las ventanas se desarman, caen pedazos de la cubierta. En fin, la tragedia, todo porque en su febril entusiasmo de inaugurarlo en la hora prevista, aunque no estuviera listo, Inauguraldo Rodríguez obvió detalles constructivos insos­laya­bles.

Entonces viene la reprimenda de los jefes. Los mea culpa del señalado. Los piadosos «no volverá a repetirse» o «tendré más cuidado para la próxima». Al final, la disculpa es aceptada, aunque todos, incluyéndolo, saben que es una característica ingénita en su ADN.

Inauguraldo Rodríguez, el eterno enamorado de la palabra «aperturar» no puede evitarlo. Lo suyo son las inauguraciones, no importa el motivo, no importa la fecha, no importa el estado de las cosas. Es una trinidad maratónica e inquebrantable: inaugurar, inaugurar, inaugurar…  

Estos personajes siguen haciendo de las suyas. Y no se trata de una ficción. Sus fechorías están ahí, al alcance de todo, salpicándonos de sus efluvios de mediocridad y torpeza.

Indiferentes al daño que provocan, en una espiral indetenible de chapucería, perpetúan sus daños en un país con tan pocos recursos que debe contar a diario las monedas para la supervivencia. Entonces, estos tremendos personajes no pueden seguir deshaciendo sin control. Por el bien de todos.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.