Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Camilo, siempre a la vanguardia

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

La oscuridad no permitía ver ni las palmas de las manos. Desde diferentes puntos lograron concentrarse en el lugar pactado: ciudad de Tuxpan. Los nervios a flor de piel se disiparon por la alegría colectiva al divisar la pequeña embarcación que enfilaba su proa hacia la libertad.

Los abrazos silenciosos se volvieron pasaporte seguro. Frente al grupo, con elegancia flotaba el Granma. Llegó entonces a Antonio del Conde Pontones, el Cuate, como bola de fuego, la orden: acomodar al manojo de 82 personas en un espacio, donde hacerlo era una verdadera quimera.

«En total, lo hice con 76. No sé cómo. Solo les decía: No se pare usted, no fume, no hable, no prenda luz y no se mueva de su lugar», confesó en una entrevista al periódico Escambray.

La estrategia más certera para cumplir la misión —pensó— fue ubicar a una persona delgada con una gruesa. En ese andar de un lado hacia el otro se tropezó con un joven sentado entre los primeros, sin que él lo guiara.

«No tengo la certeza hoy, pero sí el convencimiento por cómo nos demostró ser. Camilo estaba entre los últimos de la lista y subió de los primeros. Seguro temió no caber», alegó el Cuate durante una de las ediciones de la Conferencia Internacional Por el equilibrio del mundo, en La Habana.

No fue esta la primera vez que el joven delgaducho, recién llegado desde Estados Unidos e involucrado entre los expedicionarios a fuerza de voluntad, y gracias a un conocido, se ubicó a la vanguardia. Sucedió así en la marcha nocturna por las guardarrayas de las cañas del central Niquero, después del desembarco.

Incluso, no abandonó ese espíritu ni cuando en Alegría de Pío fueron sorprendidos. Después del fuego intenso, vagó Camilo sin rumbo hasta que se reunió con el grupo dirigido por Juan Almeida. Avanzaron hasta que toparon de frente con Fidel y otro grupo de hombres. El hijo de Lawton experimentó el resurgir del Ejército Rebelde entre las montañas orientales.

Le siguieron otras muchas experiencias, siempre entre los primeros. De La Plata a los llanos del Cauto y, otras muchas veces, a lo más empinado de la Sierra Maestra. Su nombre encabezó el grupo de hombres de la escuadra primera. Victorias, reveses, camiladas que, más que sacar afuera la agonía y el cansancio de la tropa, lo hicieron quererlo y admirarlo con creces y marcaron los días de la guerra.

Lo vivió bien de cerca «el grupo de locos», como él mismo los calificó frente a Fidel al preguntar qué había tenido en cuenta para conformar la columna invasora Antonio Maceo. En marcha hostil recorrieron 47 días, desde la Sierra Maestra hasta llegar al centro de la Isla.

Hambre, la furia de fenómenos meteorológicos; el desamparo, en algunos sitios; los abrazos extendidos en otros a pesar de la miseria, obligaron a Camilo Cienfuegos a crecerse como ser humano y guerrillero.

Ni tan siquiera frente al bravo río Jatibonico del Norte declinó. Fue el primero, otra vez. Desafió las fuerzas de sus aguas en un cruce que precisó del amarre de una cuerda, de una punta de la orilla a la otra.

Justo ahí, tras tomar un puñado de tierra y besarla, lanzó un grito de esperanza: «Al fin hemos dejado
atrás el inhóspito Camagüey». A esa hora no imaginó que, a pocos metros, un poblado tan humilde como sus propios orígenes lo acogería como a uno de sus naturales.

Yaguajay fue más que un efectivo teatro de operaciones. Pasados 67 años de su entrada a esa geografía espirituana, aún se siente la candidez de una admiración multitudinaria. Justo ahí, se confirmó que era uno de los combatientes imprescindibles de una gesta que estaba a punto de terminar.

También fue el primero en la más larga batalla de finales de 1958:  precisamente la de Yaguajay; el primero en poner pies en el cuartel que resistió el fuego lanzado por el tractor de esteras y varias planchas de acero bautizado por el mismo barbudo como Dragón I. Camilo se volvió un símbolo para los hombres del Frente Norte de Las Villas y los vecinos de la extensa área.

Demasiados pasajes confirman que no se exagera al ubicarlo en la cima del altar de la historia patria al merecer muchos títulos afectivos, otorgados espontáneamente por la gente que lo conoció: Comandante del Pueblo, Señor de la Vanguardia, Héroe de Yaguajay, Héroe del sombrero alón, Héroe de la eterna sonrisa.

Bien lo definió su amigo Ernesto Guevara de la Serna cuando expresó: «Camilo era Camilo, Señor de la Vanguardia, guerrillero completo que se imponía por esa guerra con colorido que sabía hacer».

Vivió solo 27 años. Y cada minuto le fue suficiente para ganarse la admiración y el respeto de todo un pueblo que lo mantiene entre lo más fiel de la vanguardia revolucionaria.

 

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